Los encantamientos de Barenboim
Hay una serie de óperas en las que el director de orquesta Daniel Barenboim es imbatible. Parsifal es una de ellas, y en la primera representación en Sevilla del festival escénico sacro -que es como se conoce en rigor la última obra líricoteatral de Wagner- lo ha vuelto a demostrar con una realización absolutamente magistral. Estas cosas, no nos engañemos, suceden a este nivel de excelencia muy pocas veces. Del propio Barenboim la sensación de insuperable puede venir de Tristán e Isolda -en casi todas las ocasiones- o de, por ejemplo, Wozzeck, además, claro, de Parsifal. Les hago este juego de comparaciones sobre percepciones personales para situar la importancia de lo vivido anteayer en Sevilla. Desde los primeros compases del preludio se pudo intuir que la noche iba a ser de antología. Barenboim desplegaba los brazos en unos trazos de largo recorrido buscando un fraseo de aliento poético que conseguía con una naturalidad asombrosa. Los contrastes dinámicos eran acusados pero siempre en función de resaltar las tensiones del drama. Se podía pasar, sin esfuerzo aparente, a las situaciones más enrevesadas e incluso íntimas, como en la escena del segundo acto entre Kundry y Parsifal, en que la música se hace imperceptible para favorecer el descubrimiento de las propias identidades. La transparencia de los planos sonoros fue asombrosa. Pero, por encima de todo, la dirección de Barenboim se distinguió fundamentalmente por la pasión. Todo estuvo envuelto por la pasión romántica. Y así la fascinación saltó de inmediato
Parsifal
De Richard Wagner. Director musical: Daniel Barenboim. Director escénico: Bernd Eichinger. Con Burkhard Fritz, Michaela Schuster, René Pape, Hanno Müller-Brachmann y Jochen Schmeckenbecher, entre otros. Staatskapelle y Coro de la Deutsche Staatsoper de Berlín. Producción de la Staatsoper Berlín. Teatro de La Maestranza, Sevilla, 13 de julio.
El reparto vocal fue homogéneo. No es poco. En cualquier caso, habría que subrayar la fuerza expresiva de Michaela Schuster, la elegancia de René Pape, el empuje de Müller-Barchmann, la contención de Burkhjard Fritz o la entrega de Schmeckenbecher. Estupenda la orquesta, compacto el coro.
Harina de otro costal es la puesta en escena, estrenada el pasado marzo en Berlín. Sobre todo por lo desconcertante, por lo irregular. Eichinger proviene del mundo del cine y utiliza con abundancia los recursos videográficos. Están muy conseguidos momentos como el del bosque de troncos del primer acto y, en general, el segundo completo, con una resolución de la escena de las muchachas-flor llena de misterio, aumentado si cabe por el toque arabista. El final del primer acto es un poco bestia, con el vestuario al estilo guerra de las galaxias y la Eucaristía con un trozo de sangre coagulada que los comulgantes van partiendo con un cuchillo de carnicero. En cuanto al acto tercero, es prometedor en su apertura, con el parque entre los rascacielos, pero se queda dramatúrgicamente sin resolver.
El éxito fue inenarrable. Sevilla reverdeció los encantos del Viernes Santo, con un calor de sacrificio. Pasada la una y media de la madrugada terminó la representación. Nadie parecía tener conciencia del tiempo.
Babelia
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