La imagen de Sevilla
Está muy preocupado el alcalde Monteseirín por la imagen de la capital de Andalucía. Y no le faltan motivos. El asalto sistemático de que está siendo objeto la gestión del bipartito de izquierdas por parte de la carcundia hispalense, con sus cariñosos medios afines, ya ha conseguido convencer -a quienes quieren ser convencidos-, de que el Ayuntamiento ha caído en manos de una panda de ladrones, que aquí no funciona nada, que el metro acabará derribando la Giralda, que la aerópolis es una quimera, que el río no hay quien lo recupere, etcétera. Me recuerda mucho este momento a aquellos años previos a la Expo 92, en que íbamos de desastre en desastre. Luego resultó que todo era maquinación calenturienta de ese hispalensismo retrógrado, y que Sevilla pegó un salto hacia adelante, que ni los sevillanos se lo creían. Mucho menos creyeron los demás andaluces que se trataba de ponerle la locomotora a todo un plan de desarrollo regional, con dos autovías, AVE, parques tecnológicos, recuperación de monumentos, grandes aeropuertos, metros, etcétera.
Pero como ese estado de opinión publicada no está en manos del alcalde evitarlo, el hombre trata de convocar a un pacto cívico en defensa del buen nombre de la ciudad, que a todos concierne. O sea, que los sevillanos mismos no nos tiremos los tratos a la cabeza, como hacen por ejemplo los presidentes de los dos equipos de fútbol, pues eso sólo sirve para regocijo de los adversarios de Sevilla, que no son pocos.
Ya el ser capital de la comunidad autónoma le acarreó el seguro desdén de otras ciudades hermanas, sin que faltara la participación activa de algunos de sus regidores, que hasta daban saltitos en sus respectivas casetas de feria al grito coreado de "¡un bote, dos botes, sevillano el que no bote!". O azuzaban a las huestes futboleras contra los equipos sevillanos, así, por divertirse y por rebañar votos del fondo de la tribu. No era más que una reedición del viejo tópico del desprecio de Corte, por lo que, en realidad, no debería extrañarnos esa deriva del antisevillanismo, ni que la fuerza centrífuga del Estado autonómico acabe despertando las furias dormidas del cantón de Cartagena. Lo que pasa es que a muchos ciudadanos de a pie de Sevilla les empieza a cansar tener que sobrellevar todo eso, cuando aquí ni a huelvanos, ni a malagueños, ni a granadinos, ni a cordobeses, se les vio nunca más que como lo que son: andaluces como nosotros, y ya está. De modo y manera que, con esto de la reforma del Estatuto, me parece a mí que a muchos sevillanos no les importaría más allá de un bledo que la capitalidad se la llevaran adonde quisieran. Y que nos dejaran tranquilos.
El alcalde Monteseirín, naturalmente, no puede ser tan explícito a la hora de quejarse de estas cosas. Bastante tiene con que funcione bien la tuneladora del metro y con espantar a los córvidos que merodean Tablada. Menos mal que por lo menos tiene un aliado seguro en el secretario provincial del PSOE, José Antonio Viera, que nada más hacerse con la unanimidad del partido, le ha dicho a Chaves que la capitalidad de izquierda cuesta dinero. Y que el que quiera peces... pues eso.
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