_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Al rape

Soy doctor en Metafísica. Acuciado por el paro y la nula demanda social de ciencias especulativas, regento desde hace años una peluquería de caballeros que me legó mi difunto padre. No me siento frustrado, en absoluto. Cada día imparto con fluidez lecciones particulares de filosofía a cada uno de mis parroquianos, quienes no tienen otro remedio que escucharme con respeto porque hablo navaja en ristre, tijera a mano; ellos están indefensos en el sillón con su cabeza a mi arbitrio. En tan comprometida situación la gente no suele llevar la contraria. Pero quien calla otorga. De lo cual se colige que a los ciudadanos decentes les gusta más la Crítica de la razón pura que la televisión. Sentimos atracción telúrica por lo incomprensible y lo abstracto. Somos un colectivo extraño.

Apelo a ustedes, amables lectoras y lectores, para lamentar la burda persecución a que estamos sometidos los peluqueros y para poner los puntos sobre las íes en cuestiones capitales, es decir, de la cabeza. Esa moda aberrante de raparse al cero está provocando serias disfunciones vitales en nuestra juventud y en unos cuantos astros del balompié, que son los causantes de la epidemia. A los muchachos se les calientan los cascos. El cabello no sólo está para hacer filigranas capilares; el pelo es un protector del cerebro contra el frío, el calor y otras inclemencias. La mocedad, con los sesos casi al aire, va cada vez más zumbada. Además, y esto es lo más grave, no acuden a la peluquería porque se lo hacen en su casa con una máquina de las que venden en tiendas de todo a cien.

Señoras y señores: los calvos siempre se lo montan para disimular su alopecia, sin llegar a los extremos de Anasagasti. Un monarca francés calvo impuso casi por decreto la moda de las pelucas empolvadas. Un delantero centro con inicios de calvicie se rapó para disimular la languidez de su cabello y los futboleros pensaron que eso era el último grito. La gente prescinde de las peluquerías porque piensa que eso es la moda. Sansón perdió sus poderes cuando Dalila le cortó el cabello. ¿No será todo esto un montaje de los fabricantes de sombreros?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_