Alerta máxima en la zona de Londres más afectada
El barrio de la capital británica que sufrió los ataques se encuentra tomado por la policía, mientras el resto de la ciudad recobra su pulso
Con una enorme concentración de hoteles y pensiones de todo pelaje y las mejores librerías de la ciudad, el barrio de Bloomsbury ofrecía ayer un aspecto desolado y doloroso. Esta zona de Londres se llevó lo peor de los atentados del jueves: allí, en Tavistock Square, explotó el autobús y en su subsuelo, en los túneles entre las estaciones de King's Cross y Russell Square, los servicios de socorro tratan todavía de sacar los cadáveres de las víctimas de uno de los vagones.
La policía ha cubierto con enormes plásticos los lugares donde trabajan sus equipos de investigación de escenarios de crímenes en busca de pistas, lo que hace que la zona parezca sacada de una película de ciencia ficción, con lonas blancas que cierran las calles desde el suelo hasta las azoteas. Sólo se puede caminar por algunas vías acordonadas y siempre bajo la atenta mirada de varios policías. El tráfico está cortado en casi todo el área. El autobús de la línea 30, que sigue en el mismo sitio donde explotó, puede percibirse a lo lejos.
A la hora en que tocan las campanas, las once, los 'pubs' del Soho estaban abarrotados
Pero la sensación de emergencia que se siente en el barrio universitario que Virginia Woolf convirtió en universal ha desaparecido casi por completo del resto de Londres. Con el transporte público restablecido menos de 24 horas después de los atentados, salvo en aquellas líneas afectadas, y a pesar de que la policía ha reconocido que los autores del 7-J pueden volver a atacar en cualquier momento -las fuerzas de seguridad siguen en estado de alerta en todo el país-, el centro de la capital británica ofrecía el viernes por la noche y ayer un aspecto casi normal.
A la hora en que tocan las campanas de los pubs, las once de la noche, el Soho y Leicester Square, el corazón de la vida nocturna londinense, sobre todo para los turistas, estaban abarrotados, al igual que ayer el Museo Británico, pese a que está muy cerca de Tavistock Square y, por lo tanto, de los plásticos policiales. El hotel Royal National, un mastodonte con cientos de habitaciones, situado a pocas manzanas del lugar donde estalló el autobús, mostraba su imagen habitual con grupos de turistas entrando y saliendo. Oxford Street, la artería comercial del centro de Londres, una ciudad que recibió 13 millones de turistas en 2004, volvía a tener sus tiendas llenas, quizás un poco menos que cualquier otro sábado por la tarde; pero el gentío era considerable y, como es habitual, no resultaba fácil caminar por la acera. Las principales cadenas de televisión, además, han regresado a su programación habitual, sin especiales informativos.
La sensación que sentían muchos pasajeros en el metro y los autobuses no era, sin embargo, totalmente tranquilizadora. Pese a que los responsables de la red de transporte público aseguran que el sistema funciona con normalidad en "un 98%", el temor era inevitable. Hay policías en todas las estaciones, mientras que las grabaciones que advierten a los pasajeros de que no dejen ningún bulto abandonado se repetían con más frecuencia de lo habitual (aunque siempre han formado parte de la banda sonora de Londres). "Bueno, a ver si tenemos suerte y no ocurre nada", le dijo un turista francés a su esposa al sentarse en un vagón de la línea Victoria, que iba a pasar, aunque sin detenerse, por la estación de King's Cross. "Nos lo hemos pensado bastante antes de subir al metro. ¿Pero qué íbamos a hacer, quedarnos sin ver Londres?", señaló.
Aquí y allá, cerca de los cordones policiales de Bloomsbury y de las estaciones de Aldgate y Edgware Road, donde estallaron las otras dos bombas, los ciudadanos han ido dejando flores y algunas velas, pero nada que ver con lo que ocurrió en Madrid tras el 11 de marzo, aunque por la tarde los ramos empezaban a acumularse ante la estación de King's Cross, que se está convirtiendo en la Atocha de la capital británica. De hecho, el viernes por la noche, cuando apenas había una decena, en uno de los ramos podía leerse: "Madrid está con Londres".
"He venido porque necesitaba homenajear a las víctimas de este atentado terrible contra todos", explicaba María Expósito, una italiana de Salerno de 52 años que lleva la mayor parte de su vida en Londres. "Es algo que nos podía haber pasado a cualquiera, y no sólo a los que vivimos cerca, como yo, sino a cualquier habitante de esta ciudad", agregaba antes de colocar sus margaritas ante uno de los muros de la estación. María Dixon, de 44 años, apenas podía hablar después de depositar su ramo. "Ha sido horrible", afirmaba. Los grupos de bomberos descansando ante la boca de metro, ya reabierta para todos las líneas menos la afectada, y los carteles de búsqueda de desaparecidos eran el recuerdo más inmediato de que el horror del terrorismo todavía no se ha desvanecido.
"Somos una ciudad abierta y libre y nuestro sistema público de transportes no va a cambiar, aunque hagamos lo posible para mantener la seguridad", dijo ayer a los periodistas de todo el mundo concentrados ante la estación de King's Cross, el número dos de la policía británica de transportes, Andy Trotter, quien reconoció, sin embargo, que es "muy posible que se produzca un nuevo ataque". "Si la vida en Londres sigue, si la gente es libre para moverse, entonces tiene que poder utilizar los transportes públicos sin padecer registros porque eso paralizaría la ciudad", agregó en unas declaraciones que reflejaban la voluntad de muchos londinenses de refugiarse en la normalidad y en la vida cotidiana para enfrentarse al terror indiscriminado del jueves. No en vano una de las imágenes simbólicas de los bombardeos nazis de la II Guerra Mundial, a los que la prensa y los políticos hacen constantes referencias estos días, es una fotografía de Robert Capa en la que una pareja de ancianos toma tranquilamente el té en el refugio antiaéreo.
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