Europa, diez años despues de Srebrenica
Hace diez años, a medio camino entre Atenas y Roma, dos de las cunas de la civilización europea, las tropas serbias de Mladic, Karadcik y Milosevic asesinaban a miles de personas ante la mirada impasible de los gobiernos del continente. Sucedía en Srebrenica, una pequeña población bosnia de mayoría musulmana, cuyo nombre resuena todavía hoy en las conciencias de miles de europeos, que asistieron atónitos a la indiferencia -¿acaso, en la práctica, complicidad?- con que las tropas allí destacadas por varios países de la Unión Europea asistieron a la matanza. Hoy, una década después, Europa, como proyecto político, parece herida de muerte tras la ola de escepticismo provocada por el doble rechazo francés y holandés al proyecto de constitución sometido a referéndum. Es posible que el lector no encuentre relación entre ambos acontecimientos, pero a mí se me antoja que forman parte de una misma secuencia. No en vano, en Srebrenica y en los Balcanes, la tan cacareada construcción europea, y los burócratas que la dirigen, aparecieron desnudos ante el mundo mostrando a la ciudadanía el vacío moral de un proyecto cimentado principalmente sobre los intereses de diversos grupos de presión.
En los Balcanes, la tan cacareada construcción europea, y los burócratas que la dirigen, aparecieron desnudos ante el mundo
Diez años después de Srebrenica, el desconcierto parece haberse apoderado de gobiernos y círculos de opinión del viejo continente. Tan sólo las bolsas y la cotización del euro se comportan como si nada hubiera ocurrido, porque en realidad nada ha ocurrido que afecte seriamente al funcionamiento -bueno, malo, o regular- de los mercados. Lo único que ha pasado es que los ciudadanos no se han sentido concernidos por una idea de Europa ajena a ciertos valores civilizatorios que los preclaros autores del texto constitucional han considerado tal vez antiguos, o poco adaptados a los nuevos tiempos en los que el mercado es la única referencia. Han presentado a la gente un texto en el que se dedican varios párrafos a consignar los mecanismos de funcionamiento del Banco Central Europeo -hecho insólito en cualquier constitución del mundo-, pero ninguno a describir las herramientas que pudieran servir para proteger los derechos sociales de la población del continente, o a referir los instrumentos que posibilitaran que Europa fuera capaz de defender los derechos humanos en el mundo. Pero ¿cómo iban a hacerlo si hace tan sólo unos años, en Srebrenica, el mismo corazón de Europa, miraron para otro lado ante la barbarie?
Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de la vieja y la nueva Europa. Muchos creyeron ingenuamente que Chirac o Schröder representaban los valores -derechos humanos, protección social, democracia, solidaridad- sobre los que se levantó Europa tras la segunda guerra mundial, y que Blair, Aznar, Berlusconi, y los recién llegados gobiernos del Este simbolizaban el poder de los lobbies, la competitividad a cualquier precio, y la emulación de todo lo que viniera del otro lado del Atlántico. Ríos de tinta fueron dedicados a intentar describir los perfiles de esas dos europas, empecinadas supuestamente en una dura pugna entre el bien y el mal. Pero, desgraciadamente, Chirac y Schröder no hacían otra cosa que aprovechar el sentimiento europeo contrario a la guerra de Irak para intentar abanderar una idea de Europa más cercana a los intereses de los grupos de presión que les sostienen, y para situarse mejor en la inconfesable confrontación de nacionalismos que sigue caracterizando a nuestro continente.
Estos días, en la reunión del G-8 en Escocia, las supuestas vieja y nueva Europa aparecen unidas en su incapacidad para liderar un proyecto capaz de acabar con el hambre en el mundo, o para plantar cara al estúpido desprecio de Bush ante las consecuencias del cambio climático, problemas ambos que, como la comunidad científica ha vuelto a reiterar, no son técnicos sino políticos, es decir que su solución depende únicamente de la escala de valores que se desee aplicar.
La Unión Europea, una vez más, se presenta ante sus ciudadanos y ante el resto del mundo sin nada que decir. Y es que Europa, como proyecto civilizatorio, había muerto ya diez años atrás en Srebrenica.
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