Juegos peligrosos
Hay en la primera novela de esta escritora gerundense unas cuantas virtudes que la acreditan y justifican. Una de ellas es el rigor del punto de vista. El lector asiste a la rememoración de lo que le sucedió a la narradora diez años atrás. Una tragedia sucedida en la ahora lejana ciudad de la infancia (a todas luces Girona aunque nunca se nombre), el ahorcamiento de David, su primer novio, con el que mantuvo una relación torturada y destructiva, desencadena los recuerdos y el acto de la escritura que se supone que Sandra, la narradora, consuma en un arrebato nocturno. Siempre consciente de estar escribiendo un texto explicativo y, en parte, justificativo, examina el pasado desde el tiempo presente, una adolescencia en que "toda yo era una herida abierta" y una relación pasional y violenta que, ahora, reconoce como destructiva aunque con un enorme poder de sugestión.
EL JUEGO DEL AHORCADO
Imma Turbau
Mondadori. Barcelona, 2005
136 páginas. 14 euros
Ciertamente, Sandra se nos hace un personaje bien humano y comprensible, aunque también es verdad que David, quizá porque la narradora lógicamente no puede conocerlo tan bien, resulta más esquemático y es difícil aceptar sus cambios repentinos y sus actuaciones bruscas o poco justificadas.
El ambiente social está
bien apuntado y bien utilizado para construir textualmente la historia. Así, que en "nuestra pequeña ciudad" que era "gris cuando llovía y de color salmón cuando no" siempre encuentres a conocidos por la calle sirve para desarrollar algunos sucesos singulares y un cura tridentino es hábilmente utilizado para mostrar dramáticamente y no en forma de simple comentario cómo es la protagonista que opuesta a cierta doctrina del cura declara "que tenía la firme voluntad de ser ninfómana para no convertirme en lesbiana". La sencillez del lenguaje cuadra a un texto que pretende ser una explicación para amigos y conocidos. Ello no impide algunas metáforas o imágenes embellecedoras. Quizá en algún momento pueda parecerse a una simple novela para jóvenes o que al lector ya le suene el final antes de leerlo, pero las virtudes comentadas compensan los fallos.
Por otra parte, algunas de las afirmaciones de la narradora que, según creo, pueden lícitamente entenderse como pertenecientes también a la autora son políticamente incorrectas, como las críticas referencias a la antipatía que los gerundenses (y, por extensión, los catalanes) sienten por las gentes de Madrid. Y eso son cosas sabrosas que a algunos todavía nos gustan.
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