Fraga, punto y seguido
La carrera política de Manuel Fraga, salvo que la biología imponga otra voluntad, se extinguirá cuando decida Manuel Fraga. Cuando no tenga nada más que decir, cuando de verdad ponga un punto definitivo. Hasta ese momento, y después de perder la mayoría absoluta con la que ha gobernado en Galicia desde 1990, se convertirá en el jefe de la oposición del Parlamento gallego, un título oficioso que ya lastró su etapa de aspirante a La Moncloa en los albores de la democracia. Tras las elecciones del 19 de junio, Fraga ha notificado al líder del PP, Mariano Rajoy, que desea ejercer su labor en la oposición durante la próxima legislatura, lo que significaría que todavía no se retira. Pero eso no asegura que lo haga.
Manuel Fraga Iribarne, que accedió a la presidencia de la Xunta con 67 años, anunció que no se presentaría a la reelección en el ecuador de su segundo mandato, cuando rondaba los 73. Y menos alejado, en el 2003, replicaba en una entrevista que aspirar de nuevo al cargo "sería contra natura". Sin embargo, lo hizo sin que la edad le pareciese un menoscabo. "Ni tengo arrugas, ni me arrugo", se hartó de repetir en los mítines de la pasada campaña electoral. Contra lo que pudiera parecer, Fraga rehuye menos el mandato biológico en sus discursos -alude a veces al momento de "dar el paso cuando Dios quiera"- que las cuestiones relacionadas con la sucesión, que suelen malhumorarlo de forma evidente.
Sea como fuere, nadie duda de que el aún presidente de la Xunta de Galicia, antiguo embajador y ministro franquista, uno de los padres de la Constitución y fundador del Partido Popular, afronta sus últimos coletazos políticos. Con su salida se irá el último protagonista en activo de la Transición, tras la retirada de otros pesos pesados como el nacionalista vasco Xabier Arzalluz y el ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol, que optaron por una renovación más tutelada.
Aunque las especulaciones sobre la sucesión de Fraga comenzaron casi al tiempo que su desembarco en la Xunta, sigue pendiente tres lustros después. El fundador del PP, que dio paso a nuevos dirigentes en el ámbito estatal, ha ido aplazando el recambio en Galicia para no dañar la cohesión interna en una organización con poderosos virreyes locales capaces de desafiar las consignas de Madrid. El que fue su delfín natural, el ex conselleiro Xosé Cuiña, acabó defenestrado durante el temporal del Prestige a propósito de un asunto menor en comparación con el singular enriquecimiento de su familia, aireado años antes. Pero no está desaparecido. En la campaña ya anunció que peleará como "un gladiador". El gallego Mariano Rajoy tiene las miras puestas en Alberto Núñez Feijoo, al que no apoyarían los sectores más rurales (y que más votos aportan). El riesgo de escisión del PP ha pesado en la decisión de Fraga de repetir como cartel electoral, pero una sucesión resuelta le hubiera ahorrado el mal trago de visitar los bancos de la oposición del Parlamento gallego al final de su larguísima carrera política.
Galicia, donde se refugió tras sucesivos fracasos electorales en la política estatal, le recibió con los brazos abiertos y le proporcionó algunas de sus mayores gratificaciones. El idilio entre Fraga y la mayoría del electorado gallego, mal entendido fuera, ha funcionado durante 16 años -ganó sus primeras elecciones en diciembre de 1989- aunque en los últimos tiempos eran visibles las señales de agotamiento, sobre todo tras el hundimiento del Prestige. El 19 se mostró la más evidente, aunque no tanto como para que el político de Villalba (Lugo) se sintiera desairado en las urnas, que le dejaron sólo a un escaño de lograr su quinta mayoría absoluta. La sensación de derrota será más evidente para el PP, y su veterano líder, a partir del 18 de julio, cuando en el nuevo Parlamento gallego se visualice el cambio.
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