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Columna
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Naderías

Nos dijo Samuel Johnson que "la parte más feliz de la vida del hombre es la que éste pasa en la cama despierto por las mañanas". No es cuestión de repetirles aquí un artículo que ya se lo serví ahora hará un año, pero estoy de acuerdo con ese aserto. Me encanta despertarme para nada y prolongar mi estancia en palacio. Horas. A veces las sazono con un poco de música. Hoy mismo, sin ir más lejos. En la cadena de desmontaje que me acogía, de pronto ha llamado a la puerta el Vals triste de Sibelius. Me he vestido la librea del servicio y lo he puesto. No es que me sintiera especialmente triste ni melancólico cuando me ha interpelado esa música. No, en ese preciso momento creo que pensaba en los Campos Cataláunicos. Conviene desconfiar de los títulos musicales, así que no extraigan conclusiones guiados por los prejuicios. La música no significa nada, sólo fija el umbral de la significación. Participa de la naturaleza del símbolo, pero va un paso más allá que éste. Nos hace experimentar que hay algo, algo que está ahí y que no es ella, y que no puede ser significado. Vinculamos ese algo con los sentimientos y tratamos de ponerle un nombre, incapaces de asumir nada que no sea verbalizable. Lo llamamos tristeza, alegría, melancolía, exaltación, pero en realidad nada hay que no sea la huella de la música misma. Lo demás son palabras: words, words, words.

Y en esas estaba, cuando he visto pasar una palabra y me he montado en ella. Aferrado a sus crines, he tratado de averiguar de qué palabra se trataba. ¿Tienen acaso crines las palabras? Pudiera ser que me hubiera montado en un burro o en un caballo, aunque estaba seguro de que era una palabra la que me llevaba por los aires. He tirado de sus crines para hacerle girar la cabeza, pero se resistía. Quería que me dijera qué palabra era, y no caía en cuenta de que las palabras no dicen lo que son, simplemente son. Los caballos, o las mulas, sí pueden decir lo que son, por ejemplo, la mula Francis. La cosa es que, fueran crines o estofa lo que yo agarraba, era incapaz de saber en qué palabra iba montado. Si la palabra era un caballo, pongamos por caso, tenía que significar algo que no fuera un caballo, ya que las palabras nunca son la cosa a la que remiten. Si crines, no caballo, me decía. Y a vueltas con ese asunto, una serie de indicios me han dado razón de que se trataba de lo que yo más temía. Descendíamos ya y he visto el tejado de Ajuria Enea. Sí, era esa, esa fatalidad, pero no voy a repetírsela.

Yo no quería, les juro. No quería caer en lo de siempre, en eso que ya incluso me priva de mi solaz mañanero, de esos humedales en los que la garza puede ser una mujer con voz de soprano. Si las palabras no son la cosa misma, ¿qué es lo que es la palabra Ibarretxe? Nombra a alguien que sí puede decir lo que es, aunque no sé si puedo fiarme de lo que dice. Hace unos días declaró solemnemente que era un ebanista para la paz y que montaría una mesa con todos los partidos sin exclusiones, incluyendo a Batasuna. Sin embargo, tras un sueño como el de Constantino, rectificó dos días después, advirtiendo a Batasuna que con violencia se quedaba fuera, ya que él es un verdadero ebanista para la paz, no como el señor Zapatero, que construye otomanas para su lupanar clandestino. Miren, una de las dos declaraciones del crinado Ibarretxe es mentirosa, si no lo son las dos. ¿Hablar por hablar? Cuando formuló la primera, Batasuna era ya lo que era cuando formuló la segunda, circunstancia que no puede ser anecdótica para Ebanistería Bakea, Sociedad Trifoliada. Ningún sueño le pudo revelar a mi palabra voladora lo que ya sabía dos días antes y dos días después. ¿Tampoco tiene significado la música del señor Ibarretxe, cuya partitura oscila monótonamente del "A y sólo A" al "A, aunque si B". ¿Podemos tomar en serio su discurso de investidura, o lo que tenemos que desestimar es lo que dijo dos días más tarde?

Todos estamos deseando alcanzar la paz, que no es otra cosa que la desaparición de ETA. La desean, al parecer, hasta los seguidores de Batasuna. ¿Cómo, entonces, cuesta tanto conseguirla? Si nuestros deseos fueran algo más que hilo musical y actuáramos acordes con ellos, ETA no sería más que una mafia de delincuentes con las horas contadas. Yo no dudo de que nuestros deseos sean sinceros, pero tampoco dudo de que hay una pregunta que no nos atrevemos a formular: ¿de qué forma ha ahormado ETA la sociedad vasca tras más de cuarenta años de actividad, casi treinta de ellos en democracia?, ¿no es una de las vigas de soporte de su estructura? Ni la pregunta ni su respuesta pertenecen al mundo musical, sino que son perfectamente verbalizables. Y, ya a punto de abandonar las sábanas, me pregunto si, pese a desear la desaparición de esa viga, no estaremos temiendo el particular efecto catastrófico que su derrumbe pueda depararnos. Mejor la música.

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