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Columna
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Sofocos

He recibido una amable misiva de la Segunda Teniente de Alcalde y Concejala de Gobierno de Empleo y Servicios al Ciudadano con quien, hasta la fecha, nunca me había carteado. Tan rimbombante cargo lo desempeña, como es notorio, doña Ana Botella Serrano y empezó cayéndome bien que utilizara la denominación de su jerarquía en el Ayuntamiento de Madrid y no la de vicealcaldesa o esas nuevas denominaciones para cargos bien antiguos, quizás por la perplejidad ante la especificación de género, que en este caso sería la de Segunda Tenienta, algo que suena mal. Me remite un decálogo, en mi censada calidad de anciano, para combatir los calores que se avecinan, lo que agradezco sinceramente. Son normas sencillas, que pueden parecer perogrullescas, pero avivan nuestra declinante memoria.

Quedo informado de que existe una Dirección General de Mayores en nuestro municipio, de lo que me congratulo y tomo nota. Me dice doña Ana -a mí y a la turbamulta de vejetes que pululamos por la capital- que procure no salir en las horas centrales, encajadas entre el mediodía y las seis de la tarde. No sé si han tenido en cuenta la diferencia con el dichoso meridiano de Greenwich, que me parece retrasado en 120 minutos y eso coloca la franja alta en las cuatro de la tarde, cuando se pueden freír huevos en el capó de los coches. Hay que caminar despacio, con lo que tendremos que contener nuestras ansias de emprender frenéticas carreras o maratones urbanos. Es correcta y sutil la recomendación de que nos protejamos con gorras, sombreros y abanicos. Ahí debería haberse ampliado el tema, orientando a los varones hacia las gorras de tela y, para el muy pudiente, el sombrero de Panamá, tan airoso y fresco, sin desdeñar el simple y duro de paja, que no sé si se fabrica.

El abanico, que fue un adminículo ambisex, parece recuperar su vigencia con esfuerzo. Tampoco entiendo que los varones pueden dejarse la melena hasta la cintura y agujerearse las orejas y rechacen llevar ese instrumento para hacer aire, según definición del Diccionario de la Lengua Española. Nos ilustra de que es el diminutivo del vocablo portugués "abano", aunque la cursilería reinante en la docta casa lo desvincula del ventilador latino.

Nada de esfuerzo físico ni actividades intensas; dejemos el transporte de pianos y baúles para la gente más joven y robusta. En cambio, traseguemos dos o tres litros de agua o líquidos similares sin la menor relación con las bebidas alcohólicas. Aquí debería haberse matizado la diferencia entre ingerir alcoholes destilados y los naturales productos de la vid que, en dosis moderadas y convenientemente enfriados, resultan agradables e incluso benéficos. ¡Ojo con las comidas!, frecuentes y en poca cantidad, nos dice la concejala. La indicación nos vuelve a los hábitos madrileños del siglo XVI y siguientes, cuando la gente sólo comía cuando tenía ganas y a los hidalgos y damas les seguía un criado con los cestos donde había pan y algunas viandas. Parece que, como hoy, en las casas no existía comedor, como pieza específicamente destinada al yantar.

La séptima advertencia incita a consumir mucha fruta, verdura y alimentos frescos, algo que suscita poca controversia, si no es el precio que alcanzan en el mercado. En cuanto al aliño indumentario, ropa ligera, colores claros, alegría en los vestidos, sin llegar al audaz desnudismo integral con que se manifestaron en Madrid algunos ciudadanos y ciudadanas. Hay quien no sabe montar en bicicleta o lo ha olvidado, circunstancia frecuente que deslegitima la aserción de ser algo que se aprende para siempre. No es verdad.

Otra exhortación valiosa en el hogar: ventilarlo a primeras horas y por la noche y bajar las persianas el resto de las jornadas. Habría que añadir que es recomendable, además, cerrar los cristales, echar las cortinas, si las hay, interponer cuerpos opacos entre nosotros y el inclemente sol. La necia idea de que en estas fechas se producen corrientes de aire debería ser descartada por decreto-ley. Por último, recomienda a los enfermos que guarden cama, mucho líquido y refrescarles las sábanas, sin especificar si por aspersión, manguera o gota a gota. Observando normas tan sencillas seguiremos con la consideración de especie protegida en el Parque de Doña Ana.

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