_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tinieblas

Miquel Alberola

El de Aquilino Polaino parecería un nombre sacado de uno de los tres esperpentos de Martes de carnaval, de Valle Inclán, si con esta asociación no estuviésemos ofendiendo el talento de don Ramón María. Junto al de Tristante Oliva, aquel árbitro con nombre de personaje de novela de caballerías, cuyo delirante silbato anuló un inequívoco gol del Valencia al Real Madrid, es uno de los nombres que, fonéticamente, mejor ilustran la presión del lado oscuro para devolver a España a las tinieblas. De repente, el horizonte se ha llenado de tipos cuyos gruñidos tienen un indudable eco medieval, y que sin duda acabarían metiendo miedo de no ser porque resultan demasiado guiñolescos. La Iglesia, y su brazo político-seglar (o viceversa), están sacudiendo el tarro de las esencias como reacción a la pérdida de hegemonía que ha supuesto el desalojo del PP de la Moncloa. En la reciente historia de la democracia española, ni siquiera en los días en que UCD impulsó la ley del divorcio o cuando los socialistas llegaron al Gobierno en 1982, nunca la Iglesia había mantenido unas relaciones tan tensas con el poder ejecutivo como las que está demostrando ahora. Acaso porque entonces, aunque con un pie en el pasado, no perdió la perspectiva del futuro. Ahora, puesto que su actitud es sinérgica con el partido de la oposición, quizá haya que pensar que la antigua Alianza Popular haya tomado las riendas de aquel PP que hace apenas un año se proclamaba centrista. La Iglesia, en vez de adaptarse en lo posible a la nueva sociedad, como sucedió en la transición, ha optado por regresar a Trento para refundarse en el lastre que ha ido soltando. Como consecuencia, los cardenales acuden a las manifestaciones, aúllan como Savonarola y empuñan el cilicio contra decisiones sustanciadas en las urnas. Lo cual está muy bien como ejercicio de autenticidad para minorías, aunque pone en riesgo su viabilidad como fenómeno de masas. Otro tanto le sucede al PP, que es la expresión política de ese asunto. La adaptabilidad es una de las mayores cualidades del ser humano. Gracias a ese instinto ha sobrevivido y ha evolucionado. Sin ella, continuaría comiendo hojas arriba de un árbol. O como mucho se llamaría Aquilino Polaino.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_