Saber no es suficiente
Cuando aparecen problemas nuevos, sobre todo si afectan a niños y jóvenes, la solución suele ser... crear un curso sobre el asunto. ¿Que proliferan las drogas? Expliquémosles a los jóvenes los problemas que comportan. ¿Que le han cogido conduciendo a 180 por la autopista? Vuelva a la autoescuela, a aprender de nuevo el código de la circulación.
Esta es una solución que convence a muchos: a los políticos, que pueden declarar que están haciendo algo para arreglar el problema; a los docentes, porque así tienen más trabajo. Y, sobre todo, a los padres, que pueden declarar que ellos también están preocupados por el asunto y que ya se están tomando soluciones.
Saber más siempre es bueno. Y, sobre todo, saber el porqué de las cosas y sus consecuencias: qué pasa cuando el medioambiente se deteriora, cuando nuestra dieta no es la adecuada y cómo se propagan determinadas enfermedades. Claro que luego llega la pregunta del millón: ¿es suficiente saber más? Y la respuesta es, desde luego, no.
El que ha perdido el carnet de conducir por la acumulación de puntos negativos, sabía muy bien que no debía sobrepasar los 120 kilómetros por hora en la autopista. Su problema no era de ignorancia, sino, probablemente, de motivación. ¿Por qué era excesiva su velocidad? ¿Por qué le gusta correr? ¿Por qué llegaba tarde a una cita? ¿Por qué se picó con el deportivo que le adelantó? El conocimiento abstracto de la ley no proporciona una motivación suficiente. En consecuencia, asistir de nuevo a clases en la autoescuela no le hará mejor conductor, aunque el coste económico y de tiempo que esas clases supondrán puede contribuir a desanimar sus excesos de velocidad.
Y es que, a veces, informar sobre las consecuencias de las acciones puede servir para motivar. Si me explican las diversas vías por las que el tabaco me puede causar la muerte, o las enfermedades que me puede causar una dieta inadecuada, o las consecuencias para mí de un accidente a gran velocidad, quizá me anime a cambiar de conducta. Y, sin embargo, todos tenemos experiencia, propia y ajena, de que esa información puede no ser suficiente: gente que sigue conduciendo demasiado rápido después de un accidente, o que sigue con una dieta inadecuada a pesar del alto colesterol o de la obesidad, o que sigue fumando a pesar de las amenazas apocalípticas de su médico.
En nuestra conducta influye la razón, que se nutre con la información y con el conocimiento, científico o no, de las causas y de las consecuencias de los fenómenos. Pero también influye la voluntad. Y ahí la acumulación de datos y teorías no es suficiente. Lo sabe bien el estudiante que, a principios de junio, llega a la conclusión de que debería hacer un esfuerzo extraordinario, quedarse en casa un fin de semana para preparar unos exámenes. Pero... hace meses, quizá años, que no se ha quedado en casa un fin de semana. Y lo intenta, pero fracasa, y acaba marchándose con los amigos. Porque eso es lo único que sabe hacer.
Tiene el conocimiento, pero le falta la voluntad. No ha adquirido el hábito del estudio, ni el hábito de contrariar sus caprichos para conseguir algo costoso pero valioso. Le faltan virtudes, entrenamiento para poner en práctica lo que la razón le muestra como deseable. Saber es importante, pero no lo es todo.
¿Qué debe hacer la sociedad ante ese problema? Entiendo que los políticos y funcionarios no pueden exigir a sus ciudadanos que sean virtuosos, que desarrollen hábitos de trabajo, de lealtad, de sinceridad, de espíritu de sacrificio o mil virtudes más, todas necesarias para la vida personal, familiar y social. Por eso, acabarán montando cursos, editando folletos u organizando conferencias, poco más pueden hacer. Pero que sean muy conscien
tes de que esto es sólo el primer paso, y que deben hablar con claridad a sus ciudadanos. "Miren ustedes, si les quitamos el carnet por conducir demasiado deprisa, podrán recuperarlo volviendo a clases en la autoescuela. Pero no se engañen, esto
les hará mejores conductores, ni evitará que les volvamos a retirar el carnet más adelante. Al final, son ustedes, los conductores, los que tienen que cambiar su manera de comportarse. Y, si no lo hacen, nosotros, los políticos, no podremos hacer nada, salvo ponerles castigos cada vez más duros y, probablemente, contraproducentes".
Y lo mismo deben pensar los padres y profesores. No basta cantar las virtudes de la convivencia multirracial, o enseñar la teoría de la dieta sana. Hay que conseguir que los niños y los jóvenes -y los mayores- desarrollen virtudes, hábitos que les permitan llevar una vida mejor. Es más fácil predicar, porque ayudar a los demás a cambiar sus conductas es muy complicado. Y a nadie nos gusta que nos compliquen la vida. Pero, al final, no habrá otro remedio.
Antonio Argandoña es profesor de Economía del IESE.
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