Saber mirar y describir España
Iberia. La imagen múltiple completa el viaje de Manuel de Lope realizado por España, con el fin de conocer y registrar de qué está hoy formada su materia geográfica e histórica. El primer volumen, La puerta iluminada, apareció hace dos años, también en Debate. No se trata, por tanto, de un nuevo libro, sino de su total cumplimiento y cierre, aunque el autor, en la última línea, con una sutil evasiva deja al viajero en movimiento. La vastedad del proyecto, que excede las mil páginas, sin que ninguna sea insustancial o decorativa, ha exigido esta separación en dos partes. Ya en su día dimos cuenta de la excelencia y de la vocación de obstinada pertinencia con que nació este libro. La publicación, ahora, del segundo volumen no sólo confirma que no hay desfallecimiento en la admirable prosa y en la sugestiva autoridad descriptiva de Manuel de Lope; va más allá, pues es prácticamente imposible, embebido el lector por las meticulosas evocaciones de distintos lugares y paisajes, sustraerse al impulso de volver al primer tomo, y reanudar la lectura y verificar así, con su restricción de viajero imaginario, el incesante placer que procuran sus páginas.
IBERIA. LA IMAGEN MÚLTIPLE
Manuel de Lope
Debate. Madrid, 2005
545 páginas. 32 euros
Aquí se adentra el autor en las siete comunidades que quedaron pendientes en La puerta iluminada; es decir: en Madrid, Extremadura, Aragón, Baleares, Cataluña, Canarias, País Vasco y Castilla y León. El discreto protagonismo de Manuel de Lope, que apenas insinuaba su condición de viajero en el primer volumen, se revela aquí, tanto en Madrid y Barcelona como en su tierra natal de Burgos, o en la ría de Mundaca, algo más compacto y visible, pero estas debilidades, por decirlo así, tienen la propiedad de realzar aún más la objetividad de su mirada, al contrastar sus viejos recuerdos con la actualidad visitada, concediéndose "cierto margen a la añoranza". Es habitual, en los libros de viaje -género muy marcado por el énfasis, además de por la necesidad de un consenso abstracto, cuya falta de neutralidad los hace generalmente chirriantes, como las guías turísticas-, que el autor estime oportuno hacerse notar. Manuel de Lope ha cedido a esa impronta, pero lo ha hecho con tan pudorosa actitud que se diría que, en las pocas ocasiones en que habla de sí mismo, está dibujando el perfil del lector. Señalo este aspecto lateral porque, incluso en sus incitaciones personales, la narración del viaje se mantiene en estado de máxima alerta.
Sólo ahora podemos apreciar cabalmente la enérgica ambición que supone una propuesta narrativa de la envergadura de Iberia. Un libro que no pretende resolver ningún enigma, ni disfrazar el criterio de la mirada con apelaciones a la sociología, y ni aún menos encontrar ninguna esencia. Su propósito, vasto y delicado, ha sido ver y hacer que la mirada se demore en una observación minuciosa, sirviéndose de la descripción que asienta los contornos y el movimiento interno del paisaje: "Cualquiera puede describir el Himalaya. Con el Himalaya se puede hacer reventar la pluma. Es mucho más sutil y mucho más grato a la observación apreciar las sombras que desliza el sol de invierno por los campos, haciendo abstracción de todo el universo que no sea lo que se tiene delante de los ojos". Pero para lograr esto hay que saber mirar, pero sobre todo hay que saber escribir. La prosa de Manuel de Lope es sorprendentemente dúctil, diáfana, ajustadísima y de una eficacia siempre bien gestionada; sin malabarismos ni efectos retóricos, reproduce lo contemplado con la serena aquiescencia de un geógrafo que da fe de la materia. Aunque también se podría decir que su prosa aprovecha, como se apunta por algún sitio, "el lenguaje descriptivo del pastor incorporado a la geología". De ahí su dominio expresivo, siempre revelador, que con el concurso de la inteligencia despliega el crédito de su razón narrativa sobre un espacio múltiple que a todos nos concierne.
Así es, pues Iberia se impone ya, irremediablemente, como un libro imprescindible que sustituye la rancia visión del 98 y su "estética de las parameras", e igualmente omite cualquier forma de pintoresquismo, a la vez que remonta la denuncia social de los autores del realismo. En poco tiempo, España se ha despojado de las costras del siglo XIX para instalarse en el siglo XXI. Hacia el fin de su largo recorrido, Manuel de Lope sugiere gratamente la idea de un "regeneracionismo botánico que podría llegar a actuar como placebo o sustituto de un mucho más complicado regeneracionismo moral". El paisaje cultivado como metáfora de la diversidad. Una idea para sembrar, una preservación de futuro. Con prevención por lo que tiene de profético, auguro a este libro una permanencia que habrán de agradecer muchas generaciones.
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