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Columna
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Una ojeada

Cuando miro a mi alrededor, tengo la sensación de lanzar una mirada retrospectiva. Europa está apasionante, el mundo está apasionante, mientras que lo de aquí huele a cadaverina socialis. Esto de la cadaverina me retrotrae a mis años mozos, cuando aún practicaba la disección de cadáveres. También entre los futuros científicos circulaban los mitos del espanto, y el de la pentametilendiamina colándose por las heridas tenía su cosa. Aunque se contaban también historias más divertidas en aquellas salas leonardescas. Podemos leer algunas de ellas en la recién publicada novela de Ferrer Lerín, Níquel.

Ferrer Lerín es un catalán que frecuentó mucho a Félix de Azúa y a Pere Gimferrer cuando los novísimos todavía no eran los Novísimos. A él lo dejaron fuera de la célebre antología a cambio de colgarle la chapita mítica, la de precursor y la de cierta stravaganza. Ocurre con frecuencia: lo meten a uno en una carbonera y luego convierten la carbonera en el palacio del rey Sarhiyan, sí, el de Sherezade. Bien, pues nuestro Ferrer Sherezade terminó desertando, así como yo, de la sala de disección y ha dedicado su vida a estudiar a los buitres. Iba a decir que también al igual que yo, pero no es el caso, pues él lo hace mucho mejor y dedica en su novela páginas hermosísimas a ese quehacer.

De la sala de disección a la escritura y a estudiar a los buitres. ¡Sorprendente empatía! Ignoro si los buitres tienen también una mirada retrospectiva. Creo que la tienen más bien al contrario, que ven la muerte antes de que se produzca. Vaya, yo no es que vea la muerte, pero voy a tratar de explicarles qué es eso de la mirada retrospectiva.

Es el caso que hace ya más de un par de meses se celebraron unas elecciones en estas tierras. ¿Saben ustedes lo que pesa el aire? Por aquellas fechas íbamos cargados de peso, de toneladas de decisión trascendente, de plomo racial que nos salía hasta por las orejas. Y bien, hizo ¡puff! De repente, nos volvimos livianos y ascendimos a esas alturas por las que deben de planear los buitres. Tampoco sé lo que pesa la niebla, ni si la Historia puede convertirse en niebla, pero, desde la recién adquirida liviandad, decenios de plomiza charlatanería se diluían cual bruma al mediodía. El cuerpo se nos volvió placentero y agradeció ese descanso. Planea que te planea hasta pudimos divisar Samarcanda.

La mirada retrospectiva se desliza por el tiempo. Coge el pasado y lo atrae, lo que suele requerir un ejercicio de voluntad o una imprevista punzada de nostalgia. Sin embargo, en la liviana región de los buitres el tiempo transcurre, y se ve cómo los montes hurtan su luz al día. Hay amaneceres magníficos en Petersburgo y crepúsculos dorados en las orillas del Sena.

El tiempo de los buitres no resulta ajeno al tiempo del mundo, su presente es el mismo. Se contemplan mutuamente desde la lejanía, su diferencia es una cuestión de espacio. Y desde esa solazada, placentera distancia, mecido en el albur del ensueño y con las meninges llenas del bullicioso mundo, he aquí que se me ocurre lanzar una ojeada. Sí, a mi país. Y el momento presente se me convierte en un pasado en parihuelas.

Ignoro si han visto ustedes alguna vez salir una avispa de un enchufe. Salen tontas, se arrastran por el suelo en una danza letal. De esa forma vi yo reptar por el presente el pasado de mi país desde la región en que planean los buitres. Las mismas monsergas de antaño, los mismos movimientos, pero al modo del moscardón que se golpea contra una ventana cerrada.

No niego que hayan pasado cosas desde aquellas plomizas elecciones. ¿Han pasado años? Tengo esa sensación. Lo que ha ocurrido sobre todo es la evidencia. Hemos visto cómo la intendencia se comía las palabras, las solemnes palabras. Ante un lehendakari cansado como un Lear prematuro, sus tres hijas se dedicaban a repartirse puestitos y prebendas. Superadas las fricciones del reparto, ahora se trata de aunar energías y de inventarse una mayoría inexistente. Y el vacío de lo que no existe será colmado con las palabras de siempre, con aquellas que han quedado en evidencia: retórica etnocaciquil.

Luego, los tripartitos seguirán cantando loas al salvador. Y el salvador, comunicado tras comunicado de chulería, tratará de comerse la tostada del tripartito. Ese es el precio de la paz que el pasado del trigémino le puede ofrecer en bandeja. ¡Cómo hiede todo, cómo hiede, hasta alterar la lontananza en la que sobrevuelan los buitres!

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