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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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No me toque...

Hay quien se escandaliza por la presencia de obispos en la manifestación del sábado en Madrid. Olvidan que los clérigos inventaron las manifestaciones. Aunque las denominaran procesiones. Luego, los liberales llamaron a las manifestaciones, "procesiones cívicas". Cada 2 de Mayo lo recuerdan los bilbaínos que suben a Mallona a conmemorar el fin del sitio carlista. Más entrado el año, en Irún y Hondarribia, es tradicional el enfrentamiento contra quienes reclaman el cambio del rol de las mujeres en unas procesiones que llaman cívico-religiosas porque incluyen rezos a San Marcial y a la Virgen de Guadalupe.

Lo inusual es que los obispos hayan acudido en tropel a una manifestación-procesión presidida por una pancarta dirigida a tumbar al Gobierno socialista. Antes, las procesiones las organizaba el clero y las presidían imágenes llevadas en andas. Por eso, nadie ha visto a un obispo español sosteniendo una pancarta a favor de la familia de una persona asesinada por los terroristas. ¿Por qué, entonces, no son suficientes los púlpitos para proclamar el vade retro de la jerarquía eclesiástica contra el matrimonio homosexual?

Lo del PP es distinto. Se han creído su propio discurso acerca de que fueron arrojados del poder con manifestaciones, insultos y un terrible atentado oportunamente sobrevenido. Intentan repetir ese ritual de magia negra a ver si vuelve a funcionar a su favor. Aún no saben que ese cartero nunca llama dos veces, que esto no es Españistán y que el Palacio de Invierno ya no tiene verjas que asaltar.

Pero, ¿qué pérdida intentan evitar estos obispos movilizados? No creo que las nuevas versiones de la institución familiar resten poder social a la Iglesia. Esa rebaja la tienen hace tiempo descontada. Tampoco intentan recuperar los estados pontificios o el control sobre la educación o decidir qué han de pensar los demás. No creamos ni por un momento que son estúpidos quienes han hecho perdurar su institución durante dos mil años.

Entonces, la clave no habría que buscarla fuera, sino dentro de la Iglesia. Un poder burocrático basado en el control (sexual) de unos hombres sobre otros y sobre todas las mujeres, a las que se mantiene (por supuesto) apartadas de cualquier decisión.

Mi amiga teóloga me ha contado algo que le sucedió hace poco. Había estado con unos compañeros admirando una joya arquitectónica y, al concluir la visita, se acercó a despedirse del sacerdote que les había guiado, tendiéndole su mano. Recibió de él esta respuesta: "Perdone que no le dé la mano, pero es que tengo que celebrar".

- Touchez pas la femme blanche! Y hablando de películas, ¿recuerdan al personaje de Nicholson en Mejor imposible? La obsesión por ritualizar cada acto de su vida cotidiana era su forma de evitar que el fluir de su propia existencia se le fuera de las manos.

Estos tienen un problema sexual.

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