Un rato arriba, otro año abajo
El Eibar, incapaz de ganar al Ferrol, se despide de su sueño
Olía a fútbol en Eibar todo el día, no en vano los seguidores azulgrana han bautizado a su equipo como el Eibarpool, una de sus tribunas se llama La Escocesa y una de sus peñas, Eskozia la Brava. Había gaitas en el pueblo y un calor de justicia de esos que acompañaban a los partidos de antes. Ipurua tiene el aire de los viejos pequeños campos ingleses y la ciudad olía a Primera División. Además, el partido contra el Racing de Ferrol se vivía con ojos y oídos. Como en aquellos tiempos, la radio era en Ipurua media vida y, como no podía ser menos, las noticias corrían por las tribunas, de La Escocesa a La Bombonera, como los rumores, es decir adulterándose hasta resultar irreconocibles.
El Eibar seguirá un año más en Segunda. "Otra vez, contra el Poli Ejido en noviembre, mil espectadores muertos de frío", se lamentó un fiel seguidor del equipo armero. Como recuerdo les queda a los 5.000 que asistieron a Ipurua el goce de ver virtualmente a su equipo en Primera durante 27 minutos. Cuando marcó Llorente, en el 17, el Eibar sí era de Primera, como cantaba su afición. Luego, marcó el Cádiz, aunque tal era el ansia de ascender que por la tribuna corrió el rumor de un gol del Xerez. Y luego marcó el Celta en Lleida y todo parecía venirse abajo.
Fue como si al Eibar alguien le hubiera mirado mal. Tras el descanso, aturdido por los resultados ajenos, se cayó de golpe. Incluso su despertar fue algo sobresaltado. Carmona tuvo que cometer penalti sobre Bermejo y la jugada no sólo le costó el empate, sino la expulsión. Y así se fue a la ducha uno de los jugadores más deportivos que ha dado el fútbol español en los últimos años. Así acabó su carrera. Expulsado, aunque fuera de forma tan justa como noble.
Tan ofuscado estaba el Eibar, tan rendido a la evidencia, que ni ganar el partido pudo siquiera con una jugada final, lo que demuestra todo su infortunio. Llorente, el goleador, el hombre de la puntería, sacó de la raya de gol un centro precioso de forma inverosímil para guardar como un monumento a los caprichos del fútbol.
No fue capricho que el Eibar aspirase a la élite, ni que corrieran los bulos por las tribunas por el ansia de ascender, ni que unos se acordaran de arbitrajes padecidos o goles perdonados -aquel de Silva, monumento a la deportividad-. Fue el resultado de una afición que ayer se volcó con su equipo, que aceptó el fracaso, que aplaudió el trabajo por encima de la derrota. Lo malo para el Eibar es que tal derroche de generosidad no dura todo el año: "Luego, quedaremos los mil habituales a chupar frío y aguantar el chaparrón".
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