Rosalía
Anoche estuve en casa de Giner. Una velada... excitante. Al levantarme, he ido descalzo hacia la ventana como hacia un altar. Es una mañana hermosa en Madrid, uno de esos días de junio en que la luz no se ve como una concesión astral, sino una dádiva interior de todas las cosas. Llego a pensar que es cierto algo de lo que pensé y no me atreví a decir ayer: "El universo viene del gozo, se mantiene por el gozo y va hacia el gozo". Luego, como siempre, me sentí culpable por las dos cosas, siendo tan contradictorias: por pensar semejante "orientalismo" y por no atreverme a decirlo. Hubo un momento en que estuve a punto, aunque me mordí la lengua. Fue cuando aquella muchacha desconocida, que nos fue presentada como Rosalía de Castro, y que ha venido a Madrid con la intención de hacerse actriz, se atrevió a intervenir en la conversación. Se hablaba, cómo no, de los efectos imparables del Syllabus eclesiástico, publicado el pasado diciembre de 1864, y que se resumen en la proposición 80, que condena a quien sostenga que la Iglesia puede o debe reconciliarse "con el progreso, con el liberalismo y con la civilización reciente". Alguien saca el asunto del "matrimonio civil" con voz cauta, como si temiera un desplome del cielo. Giner dice que quizás eso no lo verán nuestros ojos. Los llamados "neocatólicos", que se han hecho con el control de la Iglesia, afirman que sólo puede haber un matrimonio válido, el cristiano, y que la autorización del civil supondría la destrucción no sólo de la familia, sino también de España. "¿No han leído al padre Salgado en la tercera de El pensamiento español?". Fíjense: "El Estado debe estar, no gobernado, pero sí dirigido por la Iglesia". Luego leyó la columna de Tejada. Postula doblegar al poder civil, si fuera menester, con santa "intolerancia". ¿O era intransigencia? Giner sentenció: "Están hiriendo de muerte al catolicismo liberal europeo". Fue entonces cuando aquella muchacha se atrevió a intervenir: "Cristo sólo habló de sexo en dos ocasiones y en las dos fue para comprender". En un aparte, el doctor Peiro, que notó mi trastorno, me dijo: "¿Te gusta, verdad? Ha tenido una vida difícil. La bautizaron en la Inclusa, de padre ignoto. Pero todo el mundo sabe que es hija de un cura".
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