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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Todo lo que necesitas es dolor

"La obra es memoria", explicó alguna vez Tennessee Williams. Y pocas veces la observación resulta tan certera como en esta fascinante, magistral y eufóricamente triste novela de Haruki Murakami. Un libro cuyo verdadero tema -más allá de los amores cruzados, el sexo en línea recta, las perturbaciones del corazón y del cerebro, o ese hobby tan japonés: el suicidio como una de las bellas artes- es el de la agónica mecánica de los recuerdos.

Murakami entiende al pasado como un fantasma doliente y verdadero y -como en esa reescritura "con adultos" que es Al sur de la frontera, al oeste del Sol- de lo que aquí se trata es de su invocación. Porque, para bien o para mal, todos somos médiums de nuestro ayer y "lo verdaderamente importante ha tenido lugar en los bordes de nuestra memoria".

TOKIO BLUES

Haruki Murakami

Traducción de Lourdes Porta Tusquets. Barcelona, 2005

383 páginas. 19 euros

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El guardián entre los árboles como fenómeno

En Tokio blues -caprichosa traducción del original "Madera Noruega"- la magdalena proustiana a depositar sobre una mesa de tres patas para llamar a los espíritus de lo que fue y sigue siendo es aquella canción de los Beatles. Una canción melancólica que describe un brevísimo affaire, comienza romántica con ese "una vez tuve a una muchacha...", y concluye con Lennon cantándonos y contándonos, con juguetona ambigüedad, que terminó "encendiendo un fuego".

Ésta es la canción que escucha Toru Watanabe en el hilo musical de un aeropuerto extranjero y ésta es la epifanía musical que lo devuelve a una encarnación anterior: su juventud y amores a finales de los años sesenta. Un epifánico viaje marcha atrás a "ese limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y convirtiéndose en lodo". Todo esto para decir que Tokio blues -a diferencia de Hard-Boiled Wonderland at the End of the World,Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o la reciente Kafka on the Shore- no está muy lejos de la realista y retrospectiva novela "del yo" practicada por Tanizaki (ver la fundante y ya extranjerizada Naomi, de 1924) o de Kawabata. Un minué emocional obedeciendo a las intenciones de un hasta entonces transgresor quien se propuso desafiarse a sí mismo creando algo más cercano a cierta tradición literaria: "Nunca había escrito algo así, en plan chico-conoce-chica, y me atrajo la oportunidad de reinventar mi propia juventud que, me apresuro a aclararlo, fue mucho menos interesante y no ocuparía más de quince páginas".

Lo que ]]>sí]]> distingue a ]]>Tokio blues]]>

de tantas otras -lo que la hace inequívocamente murakamiana- son las numerosas alusiones al pop occidental pasadas por el tamiz de lo oriental (aquí el eslogan beatle "todo lo que necesitas es amor" muta a un casi samurái "todo lo que necesitas es dolor" porque, sí, recordar duele); el guiño a Fitzgerald (la dedicatoria parafrasea a la de Suave es la noche, varias menciones a El gran Gatsby) y al Mann de La montaña mágica (con sus sanatorios/hoteles existenciales); sus tan adorables como aterrorizantes nenas fatales (aquí vienen la perturbada y perturbadora Naoko y la erótica y erotizante Midori seguidas por la madura y sabia Reiko); la mención entre psicótica y zen a otras dimensiones dentro de ésta; y, por encima de todo, su prosa. Porque leer a Murakami es una experiencia única. No puede decirse que sea un gran estilista; pero sí que es algo todavía más extraño y valioso. Advertencia: Murakami -al igual que los Beatles- produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo que recuerda al cine de Wong Kar-Wai. Uno no lee a Murakami sino que es poseído por el ritmo de su mirada hasta que, a las pocas páginas, sus ojos son los nuestros y nosotros somos Toru Watanabe. Y, como él, sentimos "que no se acaban de comprender las cosas hasta que se las pone por escrito". Digámoslo: Murakami nos transforma en Murakami. Supongo que esto -este espejismo real- es lo que diferencia a los clásicos de los, apenas, grandes escritores.

Algún octubre -si queda algo de justicia en este mundo- nos llegará la buena nueva de que le han dado el Nobel.

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