Un ecuatoriano en París
Hijo de una familia de terratenientes, Alfredo Gangotena nació en Quito (Ecuador) en 1904. En 1920 su padre le envió a culminar el bachillerato en París, donde se haría después -sin excesiva voluntad- ingeniero de minas. Vivió pues unos diez años en París, hasta su regreso a Quito -confirmado ya que padecía hemofilia- en 1930. Como otros latinoamericanos que vivieron en París (capital de la modernidad en ese momento), su despertar y entrega caudalosa a la literatura ocurre en aquel trepidar de vanguardias que primaban la imagen sobre el discurso, y con la fascinación por el francés como lengua de cultura. Aunque publicó primeramente poemas sueltos, en español, en diversas revistas de América, Gangotena estalla como poeta en francés, y con una clara vinculación vanguardista, que pronto se hará surrealista. Imposible entonces no poner en relación la obra de Gangotena (especialmente sus dos principales libros en francés, Orogénie -1928- y Absence -1932-, publicado ya en Quito, a cuenta del autor) con la poesía en francés del chileno Vicente Huidobro y del peruano César Moro, este último más cercano a Gangotena. Para los tres el francés representa la lengua de la modernidad, certificada por amigos como Cocteau, Henri Michaux, Supervielle o Breton. Pero como todos volvieron a sus orígenes, Huidobro se ha salvado en la Historia como poeta en español, y hasta Moro por su La tortuga ecuestre, uno de los mejores libros surrealistas en nuestra lengua. Justa o injustamente -pues no perseveraron en ese camino- en francés no dejan de ser una anécdota, no sé hasta qué punto luminosa. Ningún francés -que yo sepa- ha hecho ese estudio.
ANTOLOGÍA
Alfredo Gangotena
Varios traductores
Visor. Madrid, 2005
269 páginas. 14 euros
Ya en Quito, Gangotena su-
frió la ausencia del mundo cultural de París y se desesperó. Con todo, acompañó a Michaux a los Andes y a la Amazonia, viaje del que surgiría el libro del francés Ecuador. Pero Gangotena volvió al español (logró, en cierta medida, recuperarse de una ausencia en no poca medida metafísica) y escribió en nuestra lengua Tempestad secreta, que sería su último libro, editado a su costa, en 1940. Una parte de Orogénie se titula 'L'orage secret', es decir, tempestad secreta, pero son obras del todo distintas.
Como dice Adriana Castillo, "el elemento que crea universos es, precisamente, la imagen". Como imaginista -o creacionista- empieza la poesía de Gangotena, imagen sobre o contra imagen. Pero muy pronto (en sus libros) se tornan vecinas al surrealismo, en un auténtico chorro de fulgores y onirismos, brillantes sin duda y nada frívolos (todo en Gangotena posee un claro fondo de tragedia, de búsqueda espiritual, de allendidad más o menos frustrada), pero que contemplados desde hoy (en 1928 eran modernidad evidente) resultan excesivamente retóricos, pues hoy sabemos -basta leer a Breton- que el surrealismo vuelto escuela lexicalizó su retórica de imágenes irracionalistas o transracionalistas. "L'hymme exultat de la parole nous soutient" (el himno exultante de la palabra nos sostiene), escribe Gangotena fiel a su discurso. Cierto que, a medida que avanza su producción, el elemento espiritualista o metafísico va ganando terreno al aluvión de imágenes, que nunca desaparece del todo: "Ventanas perdurables: chorreando venas, me confundo con la espesa arcilla de la noche. / ¡Oh Esposa mía, de soledad en soledad repercutes en mis golpes! / (...) Me deshaces en sudores, años, mares y otros continentes". El poema ha adelgazado algo su borbotón surrealista, pero sigue siendo un grato báratro imagístico en búsqueda de hondura, salvación o destino. En busca...
Hasta dónde hubiese podido llegar la brillante y abundosa poesía de Gangotena (recordado apenas por Neruda en Confieso que he vivido) no lo sabemos, pues el ecuatoriano murió a los 40 años, víctima de las muchas complicaciones de la hemofilia.
El presente libro es una antología, y bien traducida, pero necesitaríamos conocer entero Tempestad secreta -y yo no lo conozco- para saber el papel que Alfredo Gangotena (recordado en Francia sólo como una curiosidad, en la gloria general del genérico surrealismo) pueda tener en la poesía en lengua española. Muy distinto y muy parejo a César Moro, no sería poco certificar que lo que en el peruano era desgarrada sensualidad, en el ecuatoriano fue turbulento y laico misticismo. En cualquier caso, un episodio casi secreto de la poesía que merece ser conocido. La respuesta -¿hasta dónde llegó?- está en el aire, todavía.
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