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Tres mayos franceses

Me ha tocado vivir tres primaveras calientes en Francia. Mayo del 68 fue una insurrección juvenil contra la deriva hacia una "sociedad de consumo" que puso en evidencia la pasividad del Partido Comunista Francés (PCF) y la falta de ideas de la derecha en el poder, así como la debilidad del Partido Socialista (PS), arruinado por su dirigente Guy Mollet y la aventura de Suez. Mayo del 80 fue una confrontación clásica de partidos entre la derecha tradicional y la izquierda reanimada tras la experiencia del 68, el Congreso de Suresnes y el liderazgo de François Mitterrand, electo a la presidencia ese mismo mes.

Mayo de 2005, en cambio, ha desbordado los parámetros partidistas, dividiendo dentro de izquierda y derecha a partidarios y opositores de la Constitución europea. Extraña compañía: los extremos fascistas y comunistas se unieron, el PS se dividió, Laurent Fabius sembró la confusión en el PS aprovechando el voto para encaramarse a la carrera presidencial de 2007 y el Gobierno de Jacques Chirac se enfrentó a una repulsa mayoritaria. El proteccionismo, el chovinismo y la xenofobia se dieron la mano.

¿Qué sucedió? Que este año las fidelidades partidistas fueron evaporadas por una doble equivocación. Por una parte, no se votó el contenido de la Constitución, sino lo que no estaba en ella: los problemas locales que sólo pertenecen a la política interior de Francia. El desempleo, alto en Francia (más del diez por ciento), fue atribuido a la Unión Europea, sin reflexionar que otros países europeos tienen índices bajos de desempleo, sin referencia a su pertenencia a la Unión. Esta y otras condiciones locales fueron confundidas con una Constitución que deja bien claro las atribuciones propiamente nacionales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad que protege las competencias locales. En cambio, políticas nacionales francesas, como la protección excesiva al sector agrícola, habían sido elevadas mediante negociación a la categoría constitucional, pero los agricultores, masivamente, votaron contra el texto que los favorecía.

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¿Ignorancia, o mala comprensión de un texto constitucional mal distribuido, con todos los tratados anteriores añadidos al nuevo texto como el caparazón de una tortuga, volviendo ilegible la proposición actual? ¿Decisión difundida de hacer caso omiso del texto constitucional a fin de acentuar los temas ajenos al mismo pero prioritarios para el ciudadano? ¿Deseo de aprovechar la ocasión para oponerse al actual Gobierno, independientemente del contenido de la Constitución? Me dice un conocido: "Agradezco la ocasión para darle un doble descontón a Giscard -autor de la Constitución- y a Chirac -presidente de la nación-". ¿Rabia contenida, pura y simple? Una amiga por lo general comedida y serena, enfurece al ver un muro con carteles del y con espuma en la boca se dedica a arrancarlos. ¿Simple xenofobia y chovinismo con un batallón de míticos "fontaneros polacos" invocados a cada instante para ilustrar la presencia de trabajadores migratorios, la fuga de empleos al oriente de Europa, la descapitalización a favor de los metecos rumanos y búlgaros? Todo esto, racional o irracionalmente, se sumó en el voto del 29 de mayo.

¿Qué propone el no? Al final de cuentas, nada. ¿Qué ofrecía el sí? Algo y mucho. Una Carta de Derechos fundamentales que resume los valores europeos, progreso mayor a los ojos de Robert Badinter, el penalista eminente que como ministro de Justicia abolió la pena de muerte en Francia. Extender los derechos sociales en rubros como la igualdad de sexos, la libertad sindical y el derecho de huelga. Elevar los diferendos sociales, con el apoyo declarado de la Conferencia Europea de Sindicatos a la Corte de Justicia europea de Luxemburgo, una protección mayor que en las leyes vigentes, al derecho del trabajo, el pleno empleo, la lucha contra la pobreza, la ecología y el sindicalismo.

La Constitución, además, consagra una cláusula de solidaridad para atender los desastres humanos y naturales. Da acceso rápido y eficaz a los temas de seguridad. Extiende y distribuye los beneficios del desarrollo entre viejos y nuevos miembros de la Unión. Crea una comunidad europea de valores sociales y culturales. Extiende las áreas de acuerdo sin lastimar las de competencia soberana. Eleva el contenido político de la Comunidad a la altura del contenido económico, actualmente favorecido frente a aquél. Fortalece al Parlamento Europeo consagrando el derecho a la petición colectiva. Propone, en suma, avances institucionales, asegura derechos fundamentales y protege aspiraciones sociales.

Exorciza demonios, como propone Javier Solana, y es, según Jack Lang, "el más progresista tratado europeo jamás concluido".

Por otra parte y por encima de todo -a nivel geopolítico global-, la Constitución le daba credibilidad a un tercer polo de poder que no nos abandone a la segura bipolaridad entre los EE UU y China que hoy se perfila. La Europa de la Constitución prometía un orden internacional que equilibrara los poderes de Washington (presentes) y de Pekín (latentes). Una Europa fuerte y unida le conviene soberanamente a la América Latina. Librados a la competencia entre China y los EE UU, seremos víctimas subordinadas. Europa ofrece alianzas económicas diversificadas, apego a valores culturales compartidos, posibilidades de apoyo internacional fundado en derecho.

En vez, el voto de mayo debilita globalmente a Europa. Francia pierde solidaridad e influencia abandonando el papel promotor de la unidad europea que ha desempeñado de Monet a Delors. Ahora, los EE UU podrán seguir jugando a la división entre "vieja" y "nueva" Europa y Europa, en palabras de Dominique Moisi, puede convertirse, desunida, en una "magna Helvetia", una gran Suiza próspera pero sin influencia. Un gran museo histórico.

El voto francés se ha anclado en el pasado. Su voto es el de un regreso a Asterix, el esencial monigote de la esencialidad gala. Es como si México fuese representado por el Charro Matías o Argentina por Patoruzú. Este pintoresco error se pagará caro y beneficiará a los extremos ideológicos, a la xenofobia y al chovinismo, siempre latente, no sólo en Francia, sino, por desgracia, en todas partes. Francia, en el mejor de los casos, regresará a su vieja tradición de burocracia templada por revolución y revolución domesticada por burocracia.

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

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