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Columna
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Fugitivos

Si preguntáramos a quien pasa por la calle -la suya o la mía- sobre un personaje que se llamaba Antoni Josep Cavanilles, alguien nos contestará que fue un botánico, gracias a la didáctica costumbre que hay en Valencia de añadir el oficio al nombre de la calle del reconocido en el rótulo. Ir más allá es pedir mucho. Por este motivo encontraríamos muy pocos que situaran a Cavanilles en el tiempo. Casi nadie nos aclararía que fue un caballero ilustrado del siglo XVIII, nacido en Valencia hace 260 años. A este señor, unos amigos, que viven en el siglo XXI, le han dedicado unas pinturas, junto con fotografías, dibujos y poemas, lo que ellos han querido llamar juegos florales. Se pueden disfrutar en el Jardí Botànic de Valencia. Cavanilles forma parte de un nutrido grupo de valencianos, que por unas razones u otras, nutrieron la diáspora autóctona a lo largo de la historia. Algunos por razones personales, otros culturales, profesionales o ideológicas. Muchos porque simplemente el perímetro valenciano se les quedaba pequeño. Sencillamente se vieron motivados para huir. Cavanilles se hizo clérigo en Oviedo y educó a los hijos de los duques del Infantado en París. Pero lo que le interesaba de verdad era la botánica y todo aquello que acompañaba la vida de las plantas. Sus amigos, artistas de hoy, le han dedicado lo que saben hacer. Artur Heras, Andreu Alfaro, Armengol, Antoni Miró, Adrià Pina, Michavila, Javier Chapa, Sebastián Nicolau, Carmen Calvo, Miquel Navarro y muchos otros, han recopilado su forma de ver la figura del intelectual. Los poemas acompañan a la obra plástica y gráfica para completar un resultado que sorprende. Nunca podré olvidar que escribí sobre el Jardí Botànic el primer artículo que publiqué en un periódico, precisamente cuando esta prenda urbana permanecía inaccesible para los ciudadanos. Ahora está tutelado por la Universitat de València, aunque merece algo más de atención para encontrar la adecuada atmósfera de un reducto secular de esfuerzo, conocimiento e investigación. Si bien todos sabemos que los jardines botánicos no proporcionan votos, el de Valencia requeriría cuidar su imagen y que se le dotara de unas instalaciones complementarias acorde con lo que podría ofrecer a sus visitantes.

Otros fugitivos de Valencia fueron Joan Lluís Vives, Frederic Furió i Ceriol. Hombres que huyeron de la censura y de la Inquisición. Judíos y Moriscos, en una Valencia donde los incendios y las piras inquisitoriales eran alabadas por un atleta de la cultura como Gregori Maians o un maestro de médicos como Lluís Alcanyís. Ser moro en el reino de Valencia significaba pagar más que los cristianos. La avidez crematoria de los borbones de Felipe V, acabó, en 1707, con la ciudad de Xàtiva. En cambio, el incansable Cavanilles se recorrió el territorio y lo describió minuciosamente con unos textos valiosos y el acompañamiento de más de cincuenta grabados. Una especie de estructura económica de la época hecha por la mano ingenua de un amigo de la flora. Es la historia contemplativa de un espacio que ahora llamamos Comunidad Valenciana y que bien podría encontrar su sentido en el poema de Salvador Espriu He mirat aquesta terra y que tan íntimamente interpreta Raimon, pese a quien pese.

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