Lecciones del 'no'
Mientras Europa se tambalea debido al rechazo del tratado constitucional en Francia y Holanda, sus líderes se esfuerzan por adivinar cuáles deben ser los próximos pasos. Pero al tiempo que intentan ver más allá del actual punto muerto, es igualmente importante mirar hacia atrás. Ahora que las heridas del proyecto europeo están aún tan frescas, quizá la mejor manera de avanzar sea evaluar qué ha provocado un traspiés tan grave. Mientras se asienta el polvo, empiezan a tomar cuerpo cinco lecciones.
La primera es que la ampliación de la Unión Europea hacia el Este, aunque básica para consolidar la transición de Europa Central hacia el mercado y la democracia, se ha producido a expensas de una Unión más profunda. En menos de una década, la UE se ha expandido de 12 a 25 miembros. Un crecimiento tan rápido y extenso ha provocado en los miembros fundadores de Europa un caso agudo de indigestión. La ampliación ha diluido la sensación de identidad común y de solidaridad que iba unida a una Europa más pequeña. Ha despertado el temor de que la inmigración se descontrole. Y se ha convertido en sinónimo de penuria económica, culpable de la deslocalización de puestos de trabajo hacia el Este -como el establecimiento de una fábrica de Peugeot Citroën en Eslovaquia- y de la entrada de trabajadores del Este dispuestos a cobrar salarios bajos: el tristemente famoso fontanero polaco en Francia.
La mayoría de los europeos no quieren escoger entre Estados Unidos y la UE
Los peligros que acompañan a la ampliación difícilmente sorprenden; normalmente las uniones fallan cuando se amplían. La ampliación hace que surjan cuestiones peliagudas sobre los principios fundadores, la redistribución de los recursos y los límites definitivos de la Unión. En el caso de Estados Unidos, la ampliación hacia el Oeste estuvo a punto de despedazar la Unión, al promover las intensas disputas políticas que provocaron la Guerra Civil. La lección que ha de asumir la UE no es que debería haber evitado ampliarse hacia el Este; el imperativo moral y geopolítico era inequívoco. Pero ahora queda claro que la profundización debería haber tenido lugar antes de la ampliación, dejando a la Unión lista para funcionar eficazmente con una composición más amplia. Además, el proceso de ampliación podría haberse realizado más lentamente y haber estado abierto a un debate público más rico, que ofreciera mejores condiciones para que viejos y nuevos miembros se aclimataran por igual al acoplamiento. Con la ventaja que da la perspectiva, la Europa escalonada también parece cada vez más atrayente, con los nuevos miembros asumiendo los derechos y las obligaciones de la pertenencia de una manera lenta y secuencial, mientras el núcleo europeo sirve de vanguardia para una integración más profunda. Mientras tantean la forma de reanudar el camino, los líderes europeos harían bien en analizar con cautela y ponderación las cuestiones relativas a futuras ampliaciones. De lo contrario, la ampliación podría paralizarse y la cuestión del acceso turco quedar suspendida, tal vez indefinidamente.
La segunda lección que debemos extraer de los referendos francés y holandés es que la reforma económica es vital para el futuro de la integración europea. Los electores de ambos países no han dudado en desquitarse con Europa por su frustración económica, a pesar de que la integración y la reforma significarían en último término más prosperidad y más puestos de trabajo. La Unión es parte de la solución, no el problema. En este sentido, la UE se ha convertido en chivo expiatorio de los fallos de los gobiernos nacionales. El mensaje es alto y claro. Para que Francia y Alemania sigan siendo motores del proyecto europeo, deben abordar directamente las rigideces estructurales que impiden el crecimiento. Eso no significa desmantelar el Estado de bienestar, pero sí aumentar la liberalización, la desregulación y la flexibilidad del mercado laboral. De lo contrario, la economía francesa y la alemana se volverán menos competitivas cada día, y la globalización dejará atrás a la UE.
Los votos por el no revelan una tercera lección: que los Estados nacionales europeos tradicionales deben establecer urgentemente medidas para fomentar la tolerancia étnica y la integración de los inmigrantes musulmanes en la corriente social mayoritaria. Las tensiones sociales despertadas por la inmigración, que aumentaron la oposición al tratado, han desempeñado un papel importante a la hora de impedir que se profundice la Unión. Dichas tensiones se preparan para hacer lo mismo con la ampliación, especialmente a Turquía. En vista del déficit demográfico al que se enfrentan muchos miembros, el progreso económico necesita de la inmigración, buena parte de ella procedente de países musulmanes. Pero a no ser que Europa adopte unas formas y un talante más multiétnicos, la renovación de la fuerza laboral se producirá a expensas de una Unión más amplia e integrada.
La cuarta lección hace referencia a la deficiencia democrática de Europa. Los líderes europeos percibieron adecuadamente la necesidad de acercar la Unión a sus ciudadanos; de ahí el Tratado constitucional y el proceso de ratificación. Al menos de acuerdo con algunos baremos, sus esfuerzos han funcionado. Aunque franceses y holandeses hayan votado no, los referendos han generado un nivel de interés público sin precedentes. Tal vez el error haya radicado en despertar ese interés por países, en lugar de optar por una forma europea de activismo cívico. Los votos nacionales separados están ayudando más a dividir a los países miembros que a amalgamarlos. Una alternativa preferible quizá fuera la de elegir por sufragio popular al presidente propuesto para el Consejo Europeo, una medida que no sólo generaría un sentimiento paneuropeo, sino que también profundizaría la legitimidad de los dirigentes de la Unión.
Por último, la voluntad de los ciudadanos europeos ha revelado que proyectar la UE como contrapeso a Estados Unidos no servirá de visión motriz para el futuro de la Unión. Jacques Chirac y Gerhard Schröder jugaron la carta anti-estadounidense, e instaron a Europa a plantarle cara a Washington. Puede que su clamor por un mundo multipolar haya estimulado a sus ciudadanos, pero sólo temporalmente; ambos líderes se enfrentan ahora a electorados en franca revuelta. La mayoría de los europeos no quieren escoger entre Estados Unidos y la UE. Quizá no tengan una gran afinidad con el Gobierno de Bush, pero preferirían que la alianza atlántica se mantuviera intacta. Mientras buscan una nueva visión para la Unión, los líderes europeos deberían seguir aspirando a una ambición geopolítica mayor. Pero a no ser que dicha visión incluya una dosis saludable de atlantismo, sólo conseguirán dividir a Europa. Europa es una encrucijada peligrosa. Sus líderes harían bien en mirar hacia ambos lados antes de cruzar.
Charles A. Kupchan es catedrático de asuntos internacionales en la Universidad de Georgetown y miembro directivo del Council on Foreign Relations. Traducción de News Clips
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