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Reportaje:

Asesinó por ella y 54 años después la mató

La historia de Arruza y Rosaura, dos amantes condenados por el mismo crimen, acabó el lunes con el asesinato de la mujer

Patricia Ortega Dolz

Los pies muertos con las botas puestas colgaban de aquella carreta tapada con mayos, las flores amarillas que cubren los campos manchegos de Ciudad Real ese mes de primavera. La imagen sigue nítida en la memoria de los vecinos de Los Pozuelos de Calatrava, un pueblo a 18 kilómetros de Piedrabuena. Esa carreta primaveral llena de muerte cruzando los campos, camino del pueblo, aquella tarde del 18 de julio de 1951. Horas antes, Arruza, como conocían en Los Pozuelos al que ahora ha sido reconocido como Ramón Lozano, el presunto asesino de 79 años que apuñaló a su compañera, Rosaura Casquero, de 82, el lunes en Piedrabuena, había entrado en el bar España muy agitado.

-Ha pasado una cosa muy grave. ¿Está don Ambrosio? La yegua ha matado al señor Juan Miguel.

El entierro fue sonado. No por el difunto, sino por las sospechas que se cernían
Arruza es bizco, y Rosaura temía que el niño heredase la tara y se conociera el adulterio

-A ver, Arruza, ¿quién ha matado a Juan Miguel, la yegua o tú? -respondió desde la barra don Ambrosio Contreras, el juez de paz del pueblo.

-Hombre, don Ambrosio, no le digo... -contestó Arruza, que se había ganado el apodo por su demostrada valentía con los toros y en recuerdo del torero mexicano Carlos Arruza, que compartió grandes plazas con Manolete.

Y allá que fueron, ellos y medio pueblo, en busca del muerto a la finca de Santa Bola, a cuatro kilómetros, ya en el término municipal de Corral de Calatrava. Allí yacía el cuerpo del joven Juan Miguel Hernández Mateos. Atado a la yegua, ensangrentado y con un tremendo golpe en la cabeza. Lo recogieron, lo subieron a una carreta, lo cubrieron de mayos y emprendieron el camino de regreso hacia su casa, donde su madre, Rosa Mateos, y su prima hermana y esposa, Rosaura Casquero Mateos, embarazada de nueve meses, seguían con sus tareas, ajenas a la tragedia. La carreta recorrió todo el pueblo y se detuvo a la puerta de la casa. Rosa, la madre, salió al oír el gentío y reconoció primero los pies y luego el cuerpo de su único hijo varón. Muerto.

-¡Que no se entere mi nuera Rosaura, que está a punto de dar a luz! -gemía en silencio.

El entierro fue sonado y acudió todo el pueblo. Pero no tanto por el difunto como por todas las sospechas que se cernían sobre aquella muerte.

Feliciano Contreras, conocido como Chano, sobrino del juez de paz y cuñado del difunto, sería quien desenmascararía al asesino y aclararía, con la ayuda de su amigo el capitán Andarias, de la comandancia de Ciudad Real, el móvil del asesinato. Fue él quien había pillado in fraganti en el pajar a Rosaura y Arruza, que trabajaba para el difunto desde hacía años con un arado y una mula en la finca de Santa Bola, casi desde que la familia Hernández Mateos llegó al pueblo desde Salamanca y arrendó esas tierras. Rosaura, huérfana de padre y madre, había sido adoptada por su tía Rosa y criada junto a Juan Miguel y otras dos hermanas. Y, al quedar embarazada, fue casada con quien hasta entonces era su primo hermano. Fruto de aquel matrimonio nacieron los tres primeros hijos de Rosaura: un varón (Manolo), ya fallecido; una mujer (Carmen), que vive hoy en Valencia, y otra (Rosita) que vive, pero nadie sabe dónde. Ninguna fue al entierro de su madre el pasado miércoles en Piedrabuena.

Feliciano, "el investigador", aseguró a miembros de la familia que hoy reviven esta historia que había oído a Rosaura decirle a Arruza en la intimidad: "¿Cuándo vas a hacerlo? Date prisa. A ver si va a salir bizco".

Aquel detalle era la clave de la angustia de los amantes. Arruza era bizco, y Rosaura temía que aquella criatura que llevaba en su vientre y que estaba a punto de nacer portase esa característica inconfundible, en una España franquista en la que el adulterio era delito. Así que aquella tarde calurosa del 18 de julio, con aquella barriga henchida de incertidumbres y miedos, Arruza se armó de valor y a la hora de la siesta, mientras su amo dormitaba en el campo, le estampó una enorme piedra en la cabeza. Luego lo ató a la yegua y la hizo galopar para camuflar el golpe. Luego fue al bar España en busca del juez...

Fue el propio Arruza quien reconstruyó los hechos pocos días después, cuando llegaba con su bicicleta a Los Pozuelos y dos guardias le salieran al paso. Venía de Piedrabuena, donde después de la Guerra Civil se refugió con su madre, viuda, y sus hermanos, y donde había vivido desde chico.

"En el puente del río [Guadiana] le esperaban dos guardias y le dieron tal tusa [paliza] que lo cantó todo", cuenta Julián Romero, "el abuelo" de Los Pozuelos, que con 90 años conserva memoria y conversación perfectas. Él, y Bruno Hidalgo, el dueño del ya cerrado bar España, y Macario Nieto, el cartero y familia indirecta del difunto, y Candelo Morales, el agricultor... todos ellos recuerdan ahora aquellos días a la sombra de la esquina de la casa de Liso, "el congreso".

El juicio se celebró meses más tarde en la Audiencia Provincial de Ciudad Real, y los amantes fueron condenados a 30 años de prisión y 100.000 pesetas de indemnización a la familia. Arruza cumplió 20 años por "asesinato con premeditación", parte de los cuales le pusieron a hacer los túneles del metro de Madrid. Rosaura, a la que todos recuerdan con su niña recién nacida en los brazos en la vista, cumplió ocho por "inducción al crimen". Y le esperó el resto.

Cuando Arruza salió de prisión, poco antes de la muerte de Franco, fueron a vivir a Vallecas (Madrid), y él siguió trabajando en la construcción. Ya a finales de los ochenta regresaron a Piedrabuena como Ramón Lozano y Rosaura Casquero. Y se construyeron esa casa embaldosada de dos plantas y tejado de uralita, a las afueras del pueblo, justo en un cruce de caminos. Allí han vivido hasta que el pasado lunes Ramón perpetró presuntamente su segundo crimen. Arruza y Ramón, pasado y presente de una misma persona con dos vidas, dos caminos y dos muertos a sus espaldas.

Ramón empujaba por las calles de Piedrabuena la silla de ruedas de Rosaura después de aquella operación de corazón. Es la tierna imagen que prevalece en las retinas de los vecinos, a los que aún les cuesta imaginarse a Ramón apuñalándola. Los dos juntos de camino al supermercado y de vuelta, cargados y acompañados de su perrita. Al principio con la silla, hasta que Rosaura se recuperó, y luego con el carrito de la compra, que llevaba Ramón.

La vida de la pareja no tenía nada de particular. De hecho, su pasado no era muy conocido por los vecinos. Bastaba con que lo conocieran ellos para que su vida se desarrollara apartada de los demás. Rosaura apenas salía. Enfrente de su casa, en la que aún crecen los frutos de su huerta, está la gasolinera, el sitio en el que, esta vez sí, Ramón se entregó.

-¡¿Pero qué te pasa Ramón?! ¡¿Te has herido?! -le preguntó José Laguna, un veterano empleado de la gasolinera.

-¡Que la que está conmigo está muerta! -respondió Ramón, "como espantado y con las manos llenas de sangre".

Eran cerca de las doce de la mañana del lunes 5 de junio de 2005. A los pocos minutos, la casa embaldosada del cruce estaba acordonada y rodeada de guardias. Rosaura yacía en la cama, ensangrentada, con al menos dos gruesas puñaladas en el cuello, según testigos presenciales. Llevaba muerta desde las siete de la mañana aproximadamente. "Seguramente a ella también la mató dormida", comentan los testigos. Y luego intentó matarse él. La noticia corrió como la pólvora. Y, entonces sí, todos recordaron a Arruza y su oscuro pasado junto a Rosaura. Terminaba así la sangrienta historia de los amantes. Otro trágico final, casi anunciado.

El butanero y los empleados de la gasolinera, las pocas personas que se relacionaban con Ramón, recuerdan sus comentarios de los últimos meses: "Ya nos vais a ver poco por aquí"; "Me voy a morir pronto"; "La cabeza..., me va a estallar". Había tenido depresiones. Estaba medicado pero "de aquella manera". "Su hija y su yerno venían a verles los fines de semana, pero el resto de los días..., vete tu a saber", comenta Telesforo, el otro empleado de la gasolinera, con el que mantenía charlas sobre fútbol ("Ramón era del Real Madrid a ultranza").

Y poco a poco, los antiguos amantes se fueron encerrando en aquella casa del cruce. Cada vez más mayores, más solos y más enfermos. Lo que llevó a Ramón a acabar con la vida de Rosaura y luego a intentarlo con la suya nadie lo sabe. Pero debía de tener pensado irse por un largo tiempo (o de por vida) cuando ese lunes, antes de perpetrar presuntamente su segundo crimen, dejó un barreño entero lleno de comida para su perra.

Arruza, el pasado lunes, en el momento de ser detenido por la Guardia Civil.
Arruza, el pasado lunes, en el momento de ser detenido por la Guardia Civil.EFE

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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