Creo en Dios
"¡CREO EN DIOS, arquitecto, ingeniero, genetista, basurero, albañil y estafador. / Creo en Dios, creador del pensamiento, de la música y el viento, de la paz y del amor!". No se lo creerán (ni falta que me importa), pero esto es lo que iba yo cantando el otro día cuando pisé Barajas. Las razones de que yo eligiera esta inolvidable pieza de la Misa campesina al pisar territorio del Estado español viene dada porque yo (concretamente) estoy muy poco dotada para la informática, y no sé por qué coño (permítanme la expresión) cada vez que un idiota me envía una canción a modo de gracieta, la canción se cuela en mi Ipod y luego no sé cómo librarme de ella. Como resultado de este extraño fenómeno informático, mi Ipod se está convirtiendo en un basurero. Tengo las palabras que el ex presidente Asnar pronunció cuando viajó a Tejas con un acento entre tejano y del Oso Yogui; tengo la Misa campesina, y una última incorporación que promete ser la canción del verano: King África interpretando Paquito Chocolatero. Me da pena que King África le esté quitando el puesto que con tanto esfuerzo se ganó Georgie Dann, al que yo (concretamente) le tengo que agradecer que me saliera un noviete tonto, de estos que ni fu ni fa, pero que te cubren un hueco (es un eufemismo, por favor); un noviete que me salió bailando el Bimbó en las fiestas de mi barrio. El Bimbó fue el consuelo que tuvimos cuando se acabó aquello de la canción lenta, fue la transición. No era la cosa aquella maravillosa de abrazarse, pero había, al menos, un rozamiento significativo: a veces con culos de personas conocidas; pero otras, como en el caso de las fiestas populares, el Bimbó te daba la oportunidad de rozar un culo anónimo. Cuanto más violentamente lanzabas tu culo contra el culo anónimo, más claro era el mensaje, porque, queridos amigos, uno no está dando culetazos durante diez minutos de Bimbó por amor a la música contemporánea. Sería de gilipollas (perdónenme la vehemencia). Uno sólo aguanta semejante baile si tiene intenciones de que la cosa se remate. Desde aquí te lo digo, Georgie: gracias. Pero Georgie lo tiene difícil. Le ha salido ese competidor ostentóreo, King África, que de tonto no tiene un pelo, y que este verano 2005 ha echado mano de un clásico, Paquito Chocolatero. Es lo que tiene lo clásico, que siempre gusta y que no se pasa. En eso estoy de acuerdo con Luis Suñén, director de la revista Scherzo y, sin embargo, amigo; que, por otra parte, no sé si compartirá conmigo estas consideraciones a vuela pluma sobre el Bimbó. Además, Paquito Chocolatero es un himno multicultural de conciliación de las relaciones hispano-magrebíes que tan en la picota están en estos momentos. Sería bonito que lo bailaran Moratinos y su homólogo marroquí. Ese baile tendría una foto (que la haga Maragall, que es el que lleva la cámara en los viajes de exteriores). Resumiendo, que King África es un oportunista de tres pares, pero a mí me da igual, yo soy nihilista, y a los escritores nihilistas todo nos resbala mientras no nos toquen lo más sagrado: la vanidad y la pasta. Pero a lo que iba, queridos amigos: ¿por qué elegí precisamente el himno de la Misa campesina al llegar a España? Primero, porque no controlo lo que me sale del Ipod, y segundo, por lo siguiente: he aprendido a viajar con una maleta diminuta. Mi equipaje se resume en: bragas / cremas. Y no facturo. Y eso me hace sentirme libre, bohemia, aventurera. Ustedes no lo creerán, pero yo, aunque parezco buena, tengo dentro de mí a una cabrona de tomo y lomo, y fue salir con mi minimaleta y ver a toda esa panda de desgraciados esperando sus maletones en la cinta transportadora, algunos de ellos fumándose un cigarro (que hay que ser español para fumarse un cigarro a las siete de la mañana), y me dio una alegría como vengativa, y en esto empezó a sonar en mi Ipod de pronto la Misa campesina. Todo los de Palacagüina ahí cantando. Como si Dios quisiera apuntarse también a mi euforia. Así que cuando pasé al lado de todos esos desgraciados no me contuve y canté en voz alta: "Creo en Dios, cirujano, relojero, veterano, pistolero, concejal y cantaor...". La gente me miró con rencor evidente, porque yo llevaba una sonrisa de triunfo cosmopolita. Para mí la vida es una competición, y quiero ganar a los demás hasta en las cosas más estúpidas. Fui la primera en llegar a los taxis, como una reina, con mi maleta poblada de bragas y cremas exfoliantes. El taxista me llevó volando por la M-30. ¡Lo que me gusta la M-30!, pensé. Porque cuando estás lejos echas de menos cosas que ni tú mismo te explicas. Llegué a mi casa en diez minutos, riéndome todavía de los pringaos que esperaban en la cinta de las maletas. Le di al taxista una propina desorbitada porque de pronto me cayeron bien los taxistas. Y pensé: anda que hasta que lleguen a su casa todos mis compañeros de vuelo, y eso si no les pierden las maletas. Me dio hasta la risa. Ésa era yo, llena de pensamientos felices, en la puerta de mi casita, a las siete, con mi maletita, y en mi Ipod sonando ahora Paquito Chocolatero, y me dan ganas de cantar: "Uno, dos, tres...!". Pero de pronto, tía, que no encuentro las llaves; de pronto, tía, que me doy cuenta de que me las he dejado en Nueva York. Y entonces digo en tono zarzuelesco: "Malditas sean las circunstancias", y me voy como una desgraciada con la maleta, transportando bragas y cremas, hasta el primer bar abierto. Me dijo el camarero: "¿Qué?". Y me dije a mí misma: anda que son expresivos los camareros madrileños. Me comí cinco porras sin respirar. Esperando siquiera hasta las ocho para llamar a mi padre, que es el que tiene otras llaves. Por lista.
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