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Columna
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Prohibir

Los alcaldes de las ocho capitales andaluzas han acordado pedir a la Junta que se implique en la toma de medidas contra las concentraciones de jóvenes y el consumo de alcohol los fines de semana en zonas céntricas de las ciudades. No ganamos para sustos. Haga frío o calor, incluso haga o no haga falta, los chicos andan en la calle hasta altas horas de la madrugada machacándose el hígado con alcohol y los mayores andamos a punto de amotinarnos porque no nos dejan dormir. Debajo de mi balcón, lo tengo escrito, los chicos suelen hacer pis cuando la madrugada los llena a rebosar y, o bien se van a casa, o revientan, porque me dicen que los bares les prohíben entrar a hacer en sus retretes lo que hacen debajo de mi balcón.

A lo que iba, los alcaldes piden medidas contra el botellón, asunto que se les va de las manos. Entre la prohibición y la expulsión suelen andar las soluciones cada vez que este problema "guadiana" reaparece, prohibición del consumo de alcohol en la calle, o expulsión de los jóvenes de la ciudad, confinándolos en espacios de beber, lejos de la vigilancia y la protesta de los mayores. Ya sé que este asunto de la movida botellonera juvenil es un problema, pero hasta ahí sé. Eso es lo que sabemos todos, lo demás, las soluciones que puedan tener todos los pequeños o grandes problemas que del problema madre se derivan, nadie las sabe. Busquemos entre todos, pero por favor a ser posible sin hacer dos bandos, el de los buenos, es decir los mayores y el de los malos, o sea los jóvenes.

Los empresarios andaluces de Hostería exigen al presidente Chaves un decreto que prohíba tajantemente el consumo de alcohol en la calle. Si no entiendo mal, lo que estos señores quieren es que los chicos beban dentro de sus locales. Lo que no dicen es qué clase de chicos admiten en sus locales, qué pinta deben tener y qué confianza les deben dar a sus porteros-guardianes para poder acceder a sus locales. En fin, todo el mundo tiene algo que decir, exigir o prohibir, pero el problema seguirá mientras no reconozcamos que la hemos fastidiado en nuestra responsabilidad de educar, y, desde luego, que educados sin libertad como fuimos, parece que no hemos sabido educar a los chicos para la libertad. Insistir en la prohibición es el enésimo fracaso de la solución.

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