Rota en mil pedazos
La empresa Duralex, todo un símbolo de la mundialización 'a la francesa', entra en suspensión de pagos
La firma francesa Saint Gobain inventó en 1939 un tipo de cristal dos veces y media más resistente que el que había entonces y que no se rompía en esquirlas cortantes, sino en miles de pedazos de forma geométrica. Así nació el Duralex, un cristal templado y prensado, calentado a 600 grados y luego enfriado de manera súbita, que sirvió, una vez acabada la II Guerra Mundial, para reponer todas las vajillas destruidas por las bombas. Pero las dos plantas francesas que aún fabrican este cristal acaban de suspender pagos.
Cuando fue introducido en el mercado, el Duralex se convirtió enseguida en el cristal más popular. En España, el delirio autárquico y la falta de divisas hizo que el producto llegara algo más tarde, de importación. Al principio fue un sinónimo de lujo. Después empezó a reemplazar a la frágil y modesta loza descascarillada, es decir, se convirtió en lo que realmente era: un producto de gran consumo, barato y resistente; bien fuera transparente, de color marrón o verde, con o sin dibujos... Durante algunos años los ciudadanos españoles que vivían cerca de la frontera francesa visitaban Andorra para adquirir allí platos, tazas y ensaladeras de Duralex para modernizar su cocina, que junto a la formica era un símbolo de aquella prosperidad.
Los 500 trabajadores de la firma sólo han cobrado la mitad de su sueldo en mayo
Hoy, la empresa Duralex tiene dos fábricas que dan trabajo a 500 personas. Estas dos factorías están situadas en La Chapelle Saint Mesmin y Rive de Gier, no lejos de Saint Etienne, en el centro montañoso de Francia y antigua capital industrial (siderurgia y textil) de una zona hoy muy afectada por todas las reestructuraciones empresariales. Las dos fábricas Duralex están hoy en situación técnica de suspensión de pagos, bajo control judicial. Esa situación ha de poder prolongarse hasta el próximo 7 de septiembre. Está previsto que el administrador judicial informe al tribunal de la realidad económica de la sociedad.
La empresa, que fue vendida por Saint Gobain a una sociedad italiana (Bormioli Rocco e Figlio) en 1997, había pasado a ser independiente el año pasado, cuando los transalpinos optaron por cederla a uno de sus ejecutivos. El 80% de su producción se destinaba a la exportación, a los comedores de las cantinas y hospitales de países emergentes, a satisfacer la demanda de confort y limpieza de lares menos sensibles a la moda que los de la UE rica.
"Hay que salvar los puestos de trabajo, reanudar la actividad porque la empresa tiene un gran potencial", asegura Pascal Colichet, responsable del comité de empresa de Duralex.
Pero la realidad es dramática: durante el último mes los trabajadores sólo han cobrado la mitad de su sueldo, ya que las cajas están vacías. "Y no contamos con la confianza y el respaldo de ningún grupo bancario", explica Pierre-André Froger, presidente de Duralex desde 2004. "Heredamos un grupo descapitalizado y no hemos logrado que nadie quiera inyectarle dinero para realizar inversiones imprescindibles".
Entre éstas figura la compra de un horno moderno -cuyo coste se ha cifrado en alrededor de tres millones de euros- que permitiría aumentar la producción y reducir, a la vez, el gasto. En su día un banco no identificado prometió cinco millones de euros para modernizar el útil productivo y concretar el plan de viabilidad, pero luego esa promesa no se ha materializado y la identidad del grupo financiero se ha disuelto en la bruma informativa.
La estrategia comercial de Froger al frente de la compañía ha sido siempre muy modesta, amparada en la colaboración con dos mayoristas de vajilla, uno turco y otro griego. "Nuestras ventas son en un 60% o 70% inferiores a las previsiones. No disponemos de capital para hacer una promoción adecuada", manifesta el presidente de la compañía.
Duralex tiene su origen en una factoría de Orleáns situada junto al Loira y dedicada a la fabricación de vinajeras. El negocio de este cristal era sencillo y se basaba en una estrategia similar a la de otro tipo de productos de la época, como el popular coche dos caballos de Citroën y el Renault 4L.
Todos ellos son mitos de la Francia de posguerra. El país necesitaba entonces producir mucho, barato y resistente para abastecer a sus ciudadanos, pero también para exportar sus productos hacia los países que atravesaban dificultades parecidas, es decir, para una mundialización a la francesa. Eran productos conocidos por ser europeos, prácticos y de calidad. Se trata de mitos de un mundo en transformación, en el que la gente del campo se traslada a la ciudad y que los valores asociados a lo práctico se aprecian tanto como el lujo.
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