Un líder para tiempos de 'guerra'
La elección de Dominique de Villepin permite a Chirac enrocarse frente a múltiples rivales
Jamás se ha presentado a una elección: el escritor y diplomático Dominique de Villepin, de 51 años, llega a la jefatura del Gobierno francés en medio de una situación crítica para la derecha y para quien la dirige, Jacques Chirac, porque siempre se ha mostrado leal al presidente y a éste le seduce su inteligencia. "Sería un excelente primer ministro en tiempo de guerra", dijo de él uno de sus predecesores, Alain Juppé: entendida en términos políticos, esa es la situación en que Chirac le ha designado para que intente pilotar los 22 meses que le restan de mandato.
Según personas que le conocen bien, Chirac le ha escogido por tres razones. La primera, su capacidad de tratar las situaciones críticas y la zona gris creada por Europa entre la política exterior e interior de cada país. La segunda es la imagen de dinamismo que puede ofrecer a los franceses más abatidos por el resultado del referéndum sobre la Constitución europea, y la tercera consiste en proteger al jefe, para lo cual éste recurre a su círculo de máxima confianza.
Su momento de gloria llegó con el discurso en la ONU contra la guerra de Irak
Dominique de Villepin es un escudo, pero no un simple escudero. En torno a él hay algo de retórica admiración por Napoleón Bonaparte, que le llevó a dedicar un grueso tomo a sus cien últimos días como emperador. El momento de gloria para Villepin llegó el 14 de febrero de 2003, cuando fue ovacionado en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tras un discurso contra la guerra en Irak programada por George W. Bush. Su militancia a favor del "multilateralismo" y en contra de la coalición organizada por Bush, Tony Blair y José María Aznar le ha granjeado cierto respeto entre la izquierda. Antes de todo eso, Chirac ya le había descrito como "poeta y capitán de comando", todo en una pieza.
Villepin es un nacionalista hecho desde niño en la lejanía de su país, en el seno de una familia nómada que siguió los traslados profesionales del padre. Nació en Rabat, creció en Caracas -donde aprendió el español, que habla con acento caribeño- y se encaminó hacia la Escuela Nacional de Administración (ENA). Su designación marca lo poco que ha durado aquella "revuelta contra la élite" alegada en 2002 para justificar el insólito nombramiento de su antecesor, Jean-Pierre Raffarin, al frente del Gobierno de París. De 1995 a 2002 fue secretario general de la Presidencia de la República; en 2002 pasó a Exteriores, y en 2004 a Interior. El activismo para impedir la guerra de Irak y mantener el papel de Francia como mediador internacional no pudo impedir que la coalición dirigida por Estados Unidos ocupara militarmente aquel país, aunque sí logró que la ONU no avalara la invasión. Antes (en 1997) había aconsejado a Chirac una convocatoria anticipada de elecciones legislativas que acabó en desastre para éste, sin ser despedido. Ahora habrá de gestionar una situación en la que tendrá enfrente no sólo a la oposición, sino que la mayoría parlamentaria en la que se apoya no le debe nada. Nunca ha sido jefe de partido; no riega a clientela política alguna y recurre a mortificaciones del estilo: "¿Podríamos elevar el nivel del debate...?"
Lírico, fogoso, impaciente, autoritario; hermoso varón, a juicio de muchas mujeres -"Nerón", al decir de Bernadette Chirac, la esposa del presidente-; entre negociaciones, viajes y lectura de informes de servicios secretos le ha dado tiempo a escribir varios libros. "¿Mi secreto?", contestó una vez: "Duermo poco". El penúltimo, El tiburón y la gaviota, invitaba a los franceses a dejarse de "peleas de campanario" y a entrelazar definitivamente el destino de su país con el de Europa. El último, El hombre europeo, escrito con Jorge Semprún, renueva la defensa de Europa. Pero lo tiene muy difícil: no era el candidato esperado por el mundo de los negocios ni por las principales cancillerías anglosajonas; y por supuesto, esta solución tampoco es la que aguardaban los franceses que han votado contra la Constitución europea.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.