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Columna
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¡Oh!

Cuando te sabes ciudadano de a pie, y, a veces, sólo del tipo subsidiario que otros han decidido por sacrosanta e impoluta mayoría democrática, mostrar sorpresa ante asuntos como los que voy a referir sólo puede ser la demostración de que esa ingenuidad sólo se justifica por la decencia.

El domingo pasado, pues, los dos partidos que lo pueden todo en este pequeño país de nombre melifluo celebraron por todo lo alto la firma del anteproyecto de reforma del EACV en un salón solemne. Fue un acto de parabienes como premio a los esfuerzos hechos por PP y PSPV para llegar al acuerdo, pero además, para enfatizar que somos los primeros y, quizás, para emular aquella sentencia patética de los blasquistas ya en la IIª República que don Sigfrido lanzaba a las enardecidas masas ya por entonces poco críticas: "¡Somos los más y los mejores! ¡Viva la memoria de mi padre!"; y puede que también para presumir de que frente a Ibarretxes, Maragalls y otros políticos de voracidad desmembradora parecida, nosotros, desde la ofrena permanente de nuevas glorias a España (ahora la constitucional), por fin somos ejemplo de algo para ella.

A la fiesta, claro está, no estaban todos invitados, es decir, ni EU, ni el BNV, ni los sindicatos, ni, por supuesto, los ingenuos que acudimos a manifestar nuestras meditadas cuitas para participar en la reforma ante la ponencia parlamentaria que escuchó con paciencia y respeto a comparecientes que no sabíamos que éramos simples comparsas para un ritual en el que, una vez evacuadas las propuestas, pasaríamos al limbo de los que si te he visto no me acuerdo, y de los que ni siquiera pueden guardar el recuerdo de un modesto presente que, por otra parte, suele hacerse a los escolares cuando visitan la basílica de nuestra soberanía venida a menos que son las Cortes.

Y no sólo no estábamos allí celebrando que aunque solo sea por casualidad algunas de las cosas que dejamos escritas hayan pasado al texto del anteproyecto, sino que el propio líder de los socialistas valencianos acaba de declarar en Madrid que la mayor parte de lo que hay de nuevo en el anteproyecto lo han aportado los socialistas (¡!); es decir, que además de que el PP se agazapaba detrás de la parquedad, todos los demás que abrieron la boca o eran de casa o fum de canyes.

Nunca aprende uno suficiente. A veces las buenas intenciones, otras esa pequeña vanidad del estudioso que cree estar vivo porque desde la política alguien le regala un momento de gloria, o, en fin, porque aquel trocito de tu corazón de patriota te lleva a apoyar lo posible cuando soñar te produce insomnio, el caso es que no sólo no estuvimos en la celebración del domingo sino que tampoco tenemos nada que ver ni siquiera en lo que podamos haber resultado útiles.

Este Estatut no es ni el mejor ni el único que se podía hacer. Consagra el principio de la exclusión sistemática de las minorías; no resuelve satisfactoriamente los asuntos de la identidad, ni los institucionales; defrauda al principio sagrado de reformar para avanzar en lo democrático; resulta confuso y está mal escrito; contiene pifias de suspenso en primero de Derecho; blinda algunas trampas políticas; no es generoso ni imaginativo; y, finalmente, aboca a todas sus víctimas (que son más de las que se sospecha) a una conjunción que, de llevarse a cabo, no hará fácil el gobierno de ninguno de los dos partidos-amo de este pequeño país en la próxima legislatura.

Y si no, al tiempo.

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