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Reportaje:

Goya resplandece junto a Argüelles

La obra 'Última comunión de san José de Calasanz' cumple 10 años en una residencia escolapia visitable previa cita

Madrid

Uno de los principales lienzos de Goya, Última comunión de san José de Calasanz, resplandece en Madrid desde un lugar insólito: un inmueble de siete pisos, situado en la calle de Gaztambide, 65, no lejos de Argüelles. Es la residencia de la orden religiosa calasancia. Allí permanece esta obra maestra desde hace 10 años. La comunidad católica docente, con cinco siglos de vida, regentó durante tres centurias el colegio y la iglesia de San Antón, en la calle de Hortaleza, con vuelta a Farmacia, donde el artista pintó al fundador de las Escuelas Pías -maño como Goya- en el momento de recibir por última vez, con emocionada unción, el sacramento de la eucaristía.

El edificio colegial madrileño fue vendido hace más de una década y tras el consecutivo deterioro de la manzana que lo albergaba, la orden calasancia decidió sacar el valioso cuadro de la iglesia y llevarlo, tras su restauración, a un lugar más seguro, especialmente ideado para acogerlo.

El cuadro fue restaurado en los talleres del Museo del Prado en 1994

Diez millones de pesetas costó la adaptación de la capilla que hoy aloja el lienzo. Pero antes, hubo de pasar por los talleres del Museo del Prado, donde el toledano Rafael Alonso, restaurador, entre otras obras de arte, de todas las creaciones de El Greco, se aplicó a la tarea de combatir los efectos del tiempo sobre tan preciada tela.

"El cuadro presentaba en la parte inferior trasera y en su bastidor de madera un aditamento de papel de periódico, allí colocado para impedir la entrada de polvo; pero el papel había dañado la parte inferior del lienzo", explica Alonso. "Por cierto, el periódico informaba de la revolución rusa de 1917", precisa. El fragmento que ocupaba la tela fue quitado y el del bastidor, conservado como testimonio.

Salvo este episodio, el cuadro apenas requirió de una concienzuda limpieza y ello pese a no haber sido reentelado en su parte posterior. El caso es que entre el 14 de abril y el 20 de junio de 1994, la obra maestra recibió los cuidados de este restaurador del Prado, que recuerda esa obra maestra con delectación: "Para impedir la negatividad de los colores negros, tan empleados por Goya, mezclaba en su paleta granos de arena, de tal manera que la negra planitud de este color quedaba interrumpida por la rugosidad arenosa, consiguiendo así un efecto visual plástico ameno", explica.

Una vez restaurado, el cuadro fue desincrustado del lugar que, entre columnas, ocupaba en la primera capilla delantera del templo de la calle de Hortaleza. Allí había sido colocado para integrarlo entre los escolares que acudían al templo y que Goya reflejó en el mismo lienzo, rodeando al santificado maestro. En su lugar, quedó una copia y el original fue trasladado a Gaztambide.

Allí, con 24 horas de antelación, en el teléfono 911 213 750, puede obtenerse una cita con el sacerdote Avelino Andrés Nistal, que mostrará el cuadro de trasunto religioso considerado de mejor calidad y uno de los más conseguidos por el pincel del genio de Fuendetodos. El lienzo, de grandes dimensiones, se encuentra situado encima del altar de la capilla de la residencia. Sobre el techo del moderno templo fueron abiertos dos tragaluces, que hoy dejan penetrar a raudales el resplandor de la mañana. "Para su limpieza y conservación, fue ideado un sistema que permite al lienzo y a su marco girar como si de la hoja de un libro se tratara", explica Rafael Alonso, que se muestra satisfecho de la tarea culminada y evoca la genialidad de Goya a la hora de pintarlo. "Para realizarlo, empleó la mascarilla mortuoria de San José de Calasanz", destaca por su parte el sacerdote Avelino Andrés Nistal.

El fundador de las Escuelas Pías había nacido en la localidad oscense de Peralta de la Sal en 1556, explica Nistal. En 1592 asumió el compromiso de dirigir la enseñanza de los niños pobres y en 1617 funda la orden. El santo de la docencia murió en Roma en 1648.

Por su parte, Francisco de Goya, que vivió casi un siglo después de la muerte de José de Calasanz, ya en el último tramo de su vida, concretamente en febrero de 1819, recibió el encargo del rector de la iglesia de San Antón, Pío Peña, de pintar el cuadro del padre de los escolapios. Goya, al que los asuntos de religión no parecían concitar su atención en demasía, aceptó de buen grado la encomienda. Su actitud parecía derivar de su condición de antiguo alumno de las Escuelas Pías de Zaragoza.

Convenientemente avisado por su hermano Camilo Goya, presbítero, asesor suyo en trasuntos de pintura religiosa, el artista aragonés se puso manos a la obra y antes de la festividad de San José de Calasanz, entonces el 27 de agosto, el cuadro ya estaba colgado de la capilla de la iglesia barroca. En vez de los 16.000 reales de vellón que debía haber cobrado, Goya percibió un primer pago de 8.000 reales y, luego, sólo admitió otro de 1.200. Los 6.800 restantes los donó en obsequio a la orden calasancia, junto con un cuadro abocetado, La oración de Jesús en el huerto, conservado también en la calle de Gaztambide.

El doctor Francisco Alonso Fernández, que ha estudiado en su libro El enigma Goya el psiquismo atribulado del pintor, muestra asombro por la excelencia de este cuadro tan devocional y conmovedor. Precisamente el genial aragonés lo pintó cuando se hallaba en el arranque de un atroz proceso depresivo, fruto de un trastorno hoy llamado bipolar y antes, maniaco-depresivo.

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