_
_
_
_
FUERA DE CASA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Trayecto con libros

No es la mejor temporada, seamos sinceros, para algunos hábitos culinarios, pero la excentricidad tiene estas cosas. En Madrid, a más de 30 grados y sin aguacero, tengo que confesar, y confieso, que en compañía de escritores, editores, galeristas, cineastas y otras gentes de orden y desconcierto, nos reunimos para zamparnos una fabada. No una fabadilla, no, sino una fabada/fabada. Una de esas que cuando estás en los postres ya te está pidiendo una marcha rápida por la ruta del Cares o algo así de olímpico. Uno es olímpico, pero lo lleva en secreto. Esa dietética reunión culinaria astur cantábrica era la celebración inaugural de las semanas más librescas. El peculiar encuentro era en casa del creador de la editorial El Tercer Nombre. Diseño y casticismo alrededor de unas fabes. Una idea entre lo genial y lo mortal. A los pucheros, un poeta y agitador cultural, Miguel Munárriz. A los postres, una escritora, loca de su casa y cuerda por fuera, Rosa Montero, toda una experta en dulces comprados. Las copas eran democráticas. Las mujeres, hermosas o elegantes. Los hombres, también o todo lo contrario. Así comenzó una semana de libro en libro, de autor en autor, de feria en feria. Una preparación nada light para la misma feria de todas las primaveras mirando al verano. Nuestro mundo cultural, al margen de los trayectos y los caminos -a cada uno lo suyo-, se prepara para ver firmar a pie de caseta a los de siempre. El resto ensaya una sonrisa, saluda a los conocidos o regala el libro a los amigos. No lo toques más, así es la feria.

Hablamos del mundo del libro de bolsillo. Escuchamos a los expertos, nos alegramos por el crecimiento del sector, pero también en compañía de libreros nos dimos cuenta de lo complicado que es colocar unos miles más de libros en el mismo espacio. A los editores se les pide imaginación. A los libreros, casi nada, que sean hábiles como un pickpoket.

La fiesta va a comenzar. Los aperitivos fueron interesantes. El menú comenzó deportivo y soñador. Gonzalo Suárez presentó unas memorias escritas en sus ratos de vigilia. Han pasado los años, ya no tiene el cuerpo para el cuadrilátero, ni para tirar un libre directo, ni para una batalla con el ardor de un soldado de Jenofonte, pero mantiene una memoria lúcida y tranquila que sabe convertir en literatura. Presentó un curioso libro sobre sí mismo lleno de realidades e irrealidades, de melancolías como esa depresión confesada cuando se enteró de que un mito, un ídolo llamado Gary Cooper, terminó sus días con un crucifijo en sus manos, arrepentido de haber fornicado, fuera del matrimonio, con maravillosas mujeres. ¡Qué dura es la vejez!

También nos encontramos, para no salir del paisaje asturiano, con el memorioso -siempre que no sea escribiendo sus propias memorias- Santiago Carrillo. Una voluntad ejemplar: se está quitando del tabaco. Ya está en paquete y medio diario. Ya se sabe que los 90 años no pasan en balde para nadie. Carrillo sigue en forma, poco católico y bastante más sentimental. Seducido por Zapatero, sigue sin encontrar lo que pasa a la izquierda del presidente y sin ver salidas por el flanco derecho. Acababa de hablar con una periodista de la derecha, del Opus y demócrata -Carrillo dixit- que le contaba con preocupación el renacer de un derechismo capaz de llamar a las barricadas, a las barricadas, por el triunfo de la reacción. Nos confesó que él nunca se hubiera fotografiado a la manera de Carod, pero sí lo hizo con un tricornio en el París del exilio. Un tricornio que le llevó su amigo -nuestro admirado, confeso y repetido en esta columna- el pintor Caneja. Sostiene Carrillo que al ponerse el tricornio, al menos en aquellos tiempos, inmediatamente sintió que dejaba de ser comunista y se convertía en su contrario. Así lo recuerda el nonagenario fumador, todavía piensa que el hábito, o el tricornio, sí hacen al monje. Deben de ser cosas de mayores. Supersticiones de viejos comunistas y otros compañeros de viaje.

En mi particular trayecto, mi camino seguramente torcido, a los libros de la feria tropecé con uno de Fernando Savater, El gran laberinto. Lejos, bastante lejos, del otro Savater, el de la lengua suelta -absuelta- que tiene que andar, o desandar, estos días caminos, laberintos, en los que se hallaba metido. Ese su libro, más pensado para lectores juveniles, me devuelve al Savater que preferimos. Más allá de admirar, y también discrepar, del hombre que hace pública su resistencia a las mafias políticas del País Vasco y alrededores, en su libro nos encontramos a un pensador que reivindica la duda. Al que dice, con Diderot, que no debemos desprendernos del escepticismo. Sin olvidar que tenemos que seguir defendiéndonos de los fanáticos, de los que quieren oscurecer todo apagando la temblorosa vela de la razón. Nos agarramos a esa luz, también a su recuperada esperanza.

No me pude encontrar con Karmentxu Marín en la presentación de su 69, con perdón. Me pasó lo que le ocurría a Cabrera Infante cuando tenía que elegir entre cine y sardina. El eligió cine. Yo elegí fútbol. Con los años soy muy de los Beatles y de Liverpool. Pero estoy encantado con el 69, aunque sea sin salir de casa. Ya digo, los años.

Sin salir de casa, en poco más de dos horas del gran partido pasé como el Dante del infierno al paraíso, sin olvidar el tiempo del purgatorio. Me perdí El Infierno, de Tomaz Pandur, en el María Guerrero, pero confío en que la propuesta de Gerardo Vera siga durante unas semanas calentando la escena. Una noche de éstas pienso condenarme en esas llamas.

Lo que tampoco me pienso perder es uno de los conciertos del siglo de esta semana, el de Marilyn Manson. Me lo recomendó la ministra de Cultura. Comenzamos hablando de alta cultura, del auge del libro de bolsillo, de la excepción cultural, pero a los pocos minutos me di cuenta de que había pasado el momento ministra, y charlé relajadamente con Carmen Calvo. Una mujer que se atreve a decir lo que piensa, a mostrar su lado macarra y que, sin disimular, expresa sus gustos, sus mestizajes, que la llevan de las procesiones del Rocío a Estrasburgo, del rock diabólico a las procesiones del Corpus. Ella me sigue pareciendo una peculiar mezcla de Kiko Veneno y María Zambrano.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_