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Muchas semejanzas

Hace tres semanas justas, y en este mismo espacio de EL PAÍS, sostuve que, 60 años después de 1945, uno de los mayores peligros que acechan a la memoria sobre el nazismo y sus crímenes es la banalización. Me refería a la transformación de Auschwitz en un mero recurso retórico apto para cualquier uso -para que el cardenal Carles descalificase el matrimonio entre homosexuales, por ejemplo-, a la conversión de Hitler en un insulto más contra el adversario político: Aznar es un "imbécil", un "fascista" ante el que "Hitler se queda corto", acaba de sentenciar el presidente venezolano, Hugo Chávez.

Sin embargo, la realidad ha desbordado mis previsiones más pesimistas, y la banalización de la barbarie nazi ha alcanzado entre nosotros el rango de material pedagógico, editado y bendecido por una institución pública, el Ayuntamiento de Barcelona. Me refiero, naturalmente, al libro Republicans i republicanes als camps de concentració nazis. Testimonis i recursos didàctics per a l'ensenyament secundari, del que son autores Joan Pagès y Montserrat Casas, y que ha obtenido triste notoriedad en los últimos días.

En dicho volumen, y dentro de un epígrafe titulado El genocidi nazi avui i altres genocidis, se afirma textualmente lo que sigue (traduzco del catalán): "De todos los problemas que hay en el mundo ahora mismo, probablemente hay dos que, en el momento de escribir esta unidad didáctica, tienen muchas semejanzas con el genocidio nazi, con los guetos que crearon los nazis alemanes para aislar a los judíos del resto de las personas y con las vejaciones e infamias recibidas (...) por los encarcelados en los campos de concentración: son la construcción del muro de la vergüenza en Palestina y el encierro de prisioneros talibanes en la base militar que Estados Unidos tiene en la isla de Cuba, en Guantánamo".

O sea que muchas semejanzas. Ante la gravedad y la trascendencia de tal aseveración, me gustaría dirigirme -de profesional a profesionales- a los profesores Pagès y Casas, e instarles a que expliquen públicamente y con urgencia en qué lugares de Cisjordania y Gaza se hallan las cámaras de gas para asesinar palestinos, y dónde los hornos crematorios que transforman luego sus cadáveres en cenizas, cómo se llaman los guetos de los que salen los convoyes de la muerte hacia los campos de exterminio. Si, a juicio de Montserrat Casas y Joan Pagès, entre la situación en la Europa hitleriana de 1939-45 y la Palestina ocupada de hoy existen tantas semejanzas, ¿harán el favor de indicarnos cómo se llama el émulo israelí del doctor Mengele que utiliza a cautivos palestinos como cobayas? ¿Serán tan amables de decir dónde hallaremos esqueletos vivientes como los de Dachau, lámparas hechas con piel humana como las de Bergen-Belsen, montañas de cadáveres que sea preciso sepultar con excavadora igual que en Buchenwald, una "escalera de la muerte" parecida a la de la cantera de Mauthausen? ¿Saben Pagès y Casas lo que significa la palabra genocidio? ¿Conocen la diferencia entre el lenguaje de un mitin y la responsabilidad docente? Resulta sarcástico que esos autores, tan cuidadosos a la hora de ponerle a su obra un título no sexista -"republicans i republicanes..."-, hayan sido tan frívolos en el tratamiento de un tema de la trascendencia universal del Holocausto.

Según mis noticias, la analogía entre los campos nazis y la ocupación de Palestina -insinuada por Enric Marco en el Congreso de los Diputados el pasado 27 de enero y desarrollada luego por Casas y Pagès- suscitó las dos veces, en el seno de la Amical de Mauthausen, fuertes objeciones que no fueron atendidas. Pues bien, Marco ha resultado ser un impostor, y los autores del libro, unos indocumentados; es lógico, porque nadie que sufriera en carne propia o que haya estudiado con rigor los suplicios del nazismo se suele permitir ciertas caricaturas. "¿Hacen hoy los israelíes con los palestinos lo que los nazis hicieron con los judíos?", preguntaba el otro día La Vanguardia al escritor y superviviente de la Shoá Aharon Appelfeld, quien respondía: "¡No se puede comparar! Quien diga eso no conoce ni una cosa ni la otra".

Que en Guantánamo se violan los derechos humanos de los presos resulta obvio, que el muro levantado por Israel en Cisjordania vulnera la legalidad internacional lo ha dicho el Tribunal de La Haya, que la ocupación israelí es opresiva y humillante para los palestinos no lo discute ningún demócrata. Pero todo eso no es equiparable al Holocausto, porque el Holocausto no fue sólo una violación de la ley internacional y de los derechos humanos a gran escala; fue algo cualitativamente distinto y único: el intento -alcanzado en más del 60%- de deshumanizar y exterminar industrialmente a todos los judíos de Europa. En todas las guerras del siglo XX las convenciones internacionales y los derechos humanos han sido pisoteados a mansalva. En la de Argelia (1954-62), por ejemplo, las tropas francesas torturaron y ejecutaron sin juicio a decenas de millares de civiles y prisioneros. Sin embargo, ningún texto escolar europeo asimila la actuación del ejército francés en Argelia -ni la del español en el Rif, ni la del ruso en Chechenia, ni...- con el genocidio de los judíos ordenado por Hitler.

Pese a las inexplicables reticencias iniciales de la concejal Marina Subirats, la coincidencia de este escándalo con el viaje del presidente Maragall a Israel y Palestina ha forzado al Ayuntamiento de Barcelona a rectificar; se retirarán del libro todas "las afirmaciones que puedan herir la sensibilidad del pueblo judío", asegura el alcalde Joan Clos. Pues lo celebro, pero la cuestión no es ésa. El libro de marras debe ser corregido no por la protesta de un Gobierno extranjero o de una comunidad religiosa, sino por respeto a la verdad histórica y a la memoria de todas las víctimas del nazismo, judías o no, que ha sido groseramente manoseada. Hacerlo no supone censura alguna, sino la estricta corrección de un error: el de haber confundido hechos probados con sesgadas opiniones particulares. ¿O acaso ahora los materiales didácticos del Instituto de Educación se han convertido en tribunas de opinión?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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