Educar en la tolerancia
Mauro Rubio Repullés estudió en el Instituto-Escuela. Fue la suya una vocación tardía. No obstante, todavía muy joven, era elegido obispo por el Papa Pablo VI. La consagración episcopal tuvo lugar en Salamanca el 15 de agosto de 1964. Acudimos muchos de sus compañeros y algunas personas destacadas del colegio. Recordamos a Ángeles Gasset y Jimena Menéndez Pidal. Todos sentíamos una gran alegría por considerar que esta circunstancia parecía desmentir el carácter sectario que, tan injustamente, tantas veces se había atribuido al Instituto. Ya en los años de la dictadura del general Primo de Rivera se intentó cerrar el colegio por presiones de instituciones confesionales y tuvieron que ir a "firmar" nuestros padres para tratar de evitarlo.
Algunos días después de la citada ceremonia ofrecimos a nuestro obispo un almuerzo de compañerismo y viene a mi memoria una pequeña anécdota que motiva estas líneas. Alguien le sugirió que efectuara la bendición de la mesa y, entonces, el obispo dirigiéndose a mí, que estaba a su lado, me preguntó "si no se molestaría nadie". Detalle del respeto y tolerancia que siempre se nos había inculcado en el Instituto-Escuela, y que nos ha parecido oportuno resaltar, "a contrario", cuando muchos de sus compañeros un día, en la Conferencia, no hacen gala de esa cualidad, con seria amenaza para la convivencia.
En el Instituto-Escuela existía auténtica libertad en cuanto se refería a la enseñanza de la religión y algunos compañeros, pocos, no asistían a esa clase sin verse obligados a ninguna "asignatura alternativa". Éramos "posconciliares", muchos años antes de que el inolvidable Papa Juan XXIII convocara el Concilio Vaticano II. La reserva del obispo era consecuencia de esa tolerancia. "Tolerancia", dice nuestro diccionario, "es respeto o consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás aunque sean contrarias a las nuestras". Tolerancia y respeto de que daban muestra nuestros profesores. Así, veíamos la cordialidad y afecto con que se trataban personas de muy distintas ideas. El señor Barnés, ministro de Instrucción Pública de la República, con el señor Herrero, hombre de El Debate, insigne lopista. Sólo un ejemplo, y matizo el apelativo de "señor" porque en el Instituto se evitaban los "dones". Un físico de prestigio mundial, D. Miguel Catalán, era para todos "el señor Catalán".
También en sentido "horizontal" se fomentaba el compañerismo, no existía "el primero de la clase", ni cualquier otra distinción habitual en otros centros. Lo más a que podían aspirar nuestros padres cuando llegaban las notas trimestrales era que "su hijo sigue normalmente sus estudios". Era norma la confianza. No era correcto poner candados en los pequeños armarios particulares. Se cultivaba la cultura de la paz, y todos los años, en el aniversario de la firma del armisticio de la Primera Guerra Mundial, a determinada hora sonaba una sirena, durante el recreo, y paralizando toda actividad se nos pedía un minuto de silencio y reflexión. También "a contrario", ahora, cuando la televisión nos presenta a diario un pueblo destruido por las bombas y millares de iraquíes muertos, pareciendo olvidarse que también han sido creados "a imagen y semejanza de Dios".
Normalmente, en el mes de junio terminábamos el 6º curso, final del bachillerato en aquella época. El título se nos facilitaba en octubre, pero nuestra promoción, la número XIII, era la del funesto año de 1936 y tuvimos que esperar tres años, y además expedido por el "Instituto Isabel la Católica", que ocupaba nuestro edificio. No vamos a juzgar las luces y sombras del reinado de Isabel, pero no es menos cierto que hubiéramos preferido que el título fuera del "Instituto-Escuela" y del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de la República Española. Y cuanto mejor para todos que ahora estuviera en las aulas la promoción LXIX, pero la nuestra, la XIII, fue la última porque en el "nuevo orden" impuesto por los vencedores de nuestra guerra incivil se persiguió con saña a la Institución Libre de Enseñanza y a todas sus creaciones, entre las que estaba el Instituto-Escuela. Sobre este punto el lector interesado puede obtener una magnífica información, perfectamente documentada en el libro En el centenario de la Institución Libre de Enseñanza (Editorial Tecnos, Madrid, 1977). El profesor Elías Díaz analiza y critica el juicio -"contundentemente negativo y condenatorio"- que en la España inmediatamente posterior al alzamiento de 1936 y a la victoria de 1939 va a pronunciarse contra la filosofía krausista y la labor realizada por la Institución Libre de Enseñanza. También en el mismo libro D. Manuel de Terán dedica un capítulo a 'El Instituto-Escuela y sus relaciones con la Junta para Ampliación de Estudios y la Institución Libre de Enseñanza'. Son varios los intelectuales que en sus libros de memorias han dedicado un recuerdo cariñoso a su paso por el Instituto-Escuela: Julio Caro Baroja, Ruiz-Castillo Basala, Isabel García Lorca, José Ortega Spottorno, Jaime de Armiñán, Ángel del Campo Francés, Leopoldo Calvo-Sotelo...
Casi a punto de terminar estos recuerdos del colegio que nos ha sugerido la citada anécdota de "Un obispo tolerante", nos llega la noticia del fallecimiento de Helios Sainz. Helios tuvo una auténtica pasión en su vida: El Instituto-Escuela. Después del paréntesis de la guerra, gracias a su tesón consiguió poner de nuevo en actividad la Asociación de Antiguos Alumnos (AAIE) y de esta forma mantener el recuerdo de años muy gratos y la unión de los compañeros, organizando conferencias, viajes y la cena anual que siempre terminaba con nuestra canción de despedida, "ya se van los pastores"... No fue un trabajo fácil, sobre todo en los primeros años, pero nunca le faltó entusiasmo. Hasta que sus fuerzas ya no le permitieron seguir. Y la entrega de la documentación existente en el Ministerio de Educación fue el final de la asociación. Vivió pocos meses más. Prácticamente se fueron juntos. Gracias, Helios, en nombre de todos.
Creo que este adiós a la AAIE lo habría hecho con mayor acierto algún compañero de "letras". Pero el tiempo se acaba, todos hemos superado ya los ochenta muy largos y me ha parecido que alguien debería hacerlo.
Y finalmente, pero no con menos sentimiento, el recuerdo de los compañeros a los que la intolerancia y el resentimiento obligaron a un largo exilio y recuerdo y oración por los que no regresaron nunca. Muchos de ellos reposan lejos, en tierras mexicanas donde la generosa hospitalidad del presidente Cárdenas les permitió continuar sus vidas y a la que ellos correspondieron con su trabajo y una muy importante aportación a la cultura de ese país.
Armando Fernández Renau es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos.
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