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Reportaje:

Las fosas comunes de Kosovo

Seis años después del final de la guerra, casi 3.000 civiles víctimas de la violencia étnica permanecen desaparecidos

Guillermo Altares

Jasmina Stanojevic acaba de llegar a la morgue de Orahovac, en el centro de Kosovo, para intentar cerrar una tragedia que comenzó en el verano de 1998, cuando su marido desapareció tras ser secuestrado por la guerrilla albanesa del ELK en plena guerra. "Hasta hace poco tenía esperanza, pero ya no", asegura. Serena, sola, con la mirada perdida, esperaba el viernes recibir en poco tiempo la peor noticia; pero también la más necesaria: que el de su marido es uno de los 13 cuerpos -todos de civiles, todos con disparos en la cabeza-, encontrados hace una semana en una fosa común de Malisevo, a pocos kilómetros de este instituto forense de Naciones Unidas.

Hace seis años que la guerra de Kosovo terminó, con la entrada en junio de las tropas de la OTAN tras 78 días de bombardeos por las atrocidades cometidas contra la población albanesa y la salida del Ejército de Belgrado de esta provincia serbia administrada ahora por la ONU; pero aún quedan 2.809 casos abiertos de civiles desaparecidos: 2.104 albaneses, 506 serbios y 199 de las otras comunidades. El de Jasmina y los de las familias serbias que están a punto de llegar desde Belgrado pueden cerrarse en breve; pero demasiadas historias permanecen abiertas.

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Un departamento de la ONU, la Oficina de los Desaparecidos y Forense (OMPF, en sus siglas en inglés), con un equipo internacional de 70 personas dirigido por José Pablo Baraybar, un antropólogo forense peruano de 40 años con experiencia en Haití, Argentina, Perú, Guatemala, Ruanda, Croacia, Bosnia y Congo, tiene el mandato desde junio de 2002 de encontrar a los desaparecidos. Su trabajo empieza con la investigación para localizar los enterramientos -muchas veces se trata de secretos públicos: la fosa de Malisevo estaba en el pueblo, detrás del hospital y la escuela- y llega hasta la comunicación con las familias, pasando por todo el proceso de exhumación, autopsia e identificación. Han cerrado casi 2.000 historias.

"Hay puntos en común en todos los casos de desaparecidos que he tratado en mi vida. Uno de ellos es que siempre hay mujeres que caminan; mujeres porque las víctimas de este tipo de crímenes suelen ser hombres, y que caminan porque van de un sitio a otro buscando a sus desaparecidos", asegura. Cuando llega el autobús con los otros familiares, se bajan siete mujeres y tres hombres, acompañados por personal del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y por un psicólogo. Su búsqueda comenzó también hace siete años; abandonaron Kosovo y se fueron a Serbia, donde salieron el viernes a las cinco de la mañana.

"Ha pasado mucho tiempo, pero creo que se hará justicia", dice Jasmina Stanojevic, de 40 años. Su marido fue secuestrado en el centro de salud de Malisevo. Vestida de negro, Olgica Bozanic, cuyos dos hermanos desaparecieron el 18 de julio de 1998, apenas puede hablar. "He pasado siete años de mi vida buscándoles, tratando de saber lo que ocurrió con ellos", dice. "Esto es muy duro".

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El proceso de identificación comienza con una entrevista con los forenses, luego se inspecciona la ropa de los cadáveres desplegada en la nave de la morgue -aunque fue lavada el día anterior, el hedor es tan fuerte que ni siquiera las puertas del hangar abiertas de par en par consiguen que se disipe- y después mantienen una segunda entrevista para, a través de operaciones quirúrgicas o intervenciones dentales, tratar de llegar a un reconocimiento positivo. El ADN sería el último paso.

Bolsas blancas

Sólo en uno de los cuerpos de Malisevo se ha encontrado documentación legible: los cadáveres, enterrados en el verano de 1998, llegan a la morgue en una bolsa blanca, donde los huesos se mezclan con los restos de ropa en una masa negruzca de barro y tejidos descompuestos. Los forenses extraen los objetos personales: un paquete de cigarrillos, un pañuelo (con un nudo que oculta una llave) y, al final, una cartera. Luego lavan y examinan todos los huesos para establecer la causa de la muerte y los rasgos biológicos.

"El trabajo previo es fundamental. Cuanto mayor es la investigación anterior, más fácil es la identificación", explica Baraybar. En este caso no faltan datos. En junio y julio de 1998, la guerrilla del ELK controlaba una parte importante del centro y el oeste de Kosovo. Uno de sus cuarteles generales estaba en Malisevo, donde fueron llevados los secuestrados. Al menos 37 fueron asesinados. Trece son los de la fosa; otros 24 cuerpos aparecieron en abril en una cueva de Klina, a pocos kilómetros. Una madre entra tambaleándose en el hangar. Otra mujer no puede reprimir las lágrimas. Una tercera se encuentra realmente mal al salir. Pero de los 13 casos sólo hay una identificación positiva y tres probables. Hay que ir al ADN. Quedan 2.809 familias que tendrán que enfrentarse a una prueba similar.

Un forense de la ONU examina una fosa común en Malisevo.
Un forense de la ONU examina una fosa común en Malisevo.AP

2.000 euros por una llamada que no llegará

La espera es una tortura para las familias, aunque el trabajo forense requiere tiempo y el resultado puede ser incierto. Además, está la extorsión: la policía de la ONU investiga a mafias que prometen una llamada del familiar desaparecido, previo pago de una cantidad que puede llegar hasta los 2.000 euros. El dinero se consigue, la llamada nunca. "Una de las cosas que más veces me han dicho es: 'Usted está hablando de muertos, pero se los llevaron vivos'. En muchas familias hay una abstracción de la realidad", explica Baraybar, quien sabe que su equipo no logrará todas las respuestas. Muchos cuerpos de albaneses asesinados fueron trasladados a Serbia, unas veces para ser calcinados, otras para ser enterrados en fosas. Los cadáveres no quemados son devueltos con cuentagotas por Belgrado.

Además, como en cualquier posguerra, existe un problema político. Kosovo, con dos millones de habitantes, en un 90% albaneses y en un 8% serbios, se enfrentará este verano a su momento más importante desde junio de 1999: la comunidad internacional comenzará a discutir su estatuto definitivo. Los albaneses quieren la independencia.

En este contexto, y tras los pogromos contra serbios y gitanos de marzo de 2004 que costaron la vida a 19 personas, el descubrimiento de una fosa común con serbios asesinados por la guerrilla ha desatado las críticas de la prensa kosovar y la incomodidad mal disimulada de las autoridades. "Nosotros no funcionamos con una agenda política", señala Baraybar. Su trabajo requiere tiempo, y ésa es una de las cosas que tratará de explicar en la misión de la ONU en la que está colaborando como experto: la creación de un Centro Nacional de Desaparecidos en Irak inspirado por la OMPF. Allí se ha llegado a hablar de 600.000 cuerpos sin tumba en 30 años.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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