El último de su especie
Michael Schumacher tiene hoy, en Mónaco, la que probablemente sea su última oportunidad para igualar el récord de seis victorias en este circuito urbano que posee Ayrton Senna, el único que aún le disputa el título de mejor piloto de la historia. En el crepúsculo de su carrera, el alemán puede seguir construyendo su candidatura contra un adversario difícil, cuya gloria es en parte supuesta en tanto que su carrera se vio truncada por una muerte temprana. Mónaco, en este sentido, es una piedra de toque porque es realmente diferente.
Es una de las carreras más antiguas. Fue organizada por primera vez en 1929 bajo los auspicios del príncipe Luis II de Mónaco y el vencedor fue William Grover-William en un Bugatti. Fue también uno de los siete grandes premios del primer Campeonato del Mundo de Fórmula 1, en 1950, y desde 1955 ha sido fijo en el calendario porque Mónaco es como Ferrari; no se podría concebir la F-1 sin ninguno de los dos.
Todos los años hay voces que proclaman que es un anacronismo, que aseguran que los bólidos de la F-1 no están hechos para este trazado, que proclaman que la carrera es muy aburrida y no tiene interés porque es prácticamente imposible realizar adelantamientos... Falso. Ha habido carreras extraordinarias, como la que protagonizaron en 1970 el austriaco Jochen Rindt y el australiano Jack Brabham. Rindt, que hizo una mala salida, fue adelantando a todos los que tenía delante hasta situarse detrás de Brabham, que dominaba. Quedaba media carrera por delante, pero el veterano piloto australiano, con dos títulos mundiales en el bolsillo, cerraba todos los huecos. Conforme pasaban las vueltas iba quedando claro que Rindt no podía adelantarle. Llegó la última y, para sorpresa de todo el mundo, a la salida del túnel, quien apareció primero fue Rindt. Brabham no había aguantado la presión y se había salido en la curva precedente.
A lo largo de los años, el trazado ha variado muy poco. Hace dos temporadas se inauguró un nuevo pit-lane porque la zona de boxes se había convertido en un espacio imposible, casi cómico, como el camarote de los hermanos Marx. Periódicamente se asfalta y de vez en cuando se producen ligeras variaciones en alguna curva.
El cambio más importante, sin embargo, fue la chicane que se colocó a la salida del túnel después del terrible accidente que le costó la vida al italiano Lorenzo Bandini en 1967, cuando su Ferrari ardió frente a las tribunas del puerto. Pese a la espectacularidad de los accidentes, Bandini es el único piloto que ha muerto en Mónaco. En 1962 también encontró la muerte un comisario de carrera cuando fue arrollado por el BRM del norteamericano Richie Ginther.
Se ha dicho también que Mónaco es un circuito muy poco exigente para los bólidos de la F-1 y que los motores no se desgastan como en otros, ya que no funcionan al máximo de potencia. Pero las estadísticas lo niegan. Es una pista tremendamente exigente. Ha habido años en los que escasamente cinco coches han acabado la carrera. Habrá que ver hoy cómo se comportan los neumáticos.
Mónaco nos recuerda la esencia de las carreras porque, pese a los cambios tecnológicos, a las apariencias, los pilotos de ahora no son diferentes en nada de los de todos los tiempos. Cuando en 1997, a sus 58 años, el mismísimo Jackie Stewart, que llevaba retirado de la competición desde 1973, se puso al volante del coche que llevaba su nombre en la presentación de la escudería, dio varias vueltas al circuito de Silverstone y después dijo: "Es lo mismo que siempre, las mismas sensaciones, la misma bestia".
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