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Columna
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La cabeza o los pies

Ahora los jóvenes quieren ser podólogos y fisioterapeutas. Los deseos de los recién selectivizados de ganarse la vida metiendo los dedos entre las vértebras del personal y limando juanetes se han triplicado en los últimos años. Dos de cada tres chavales interesados en estudiar estas carreras se frustrarán ante la súbita demanda de dichas titulaciones sanitarias, por las que hay casi tanta competencia como por cursar Nutrición Humana y Dietética. En vista de esta reciente pasión juvenil por tratar los callos y la obesidad de nuestros conciudadanos, el Consejo de Coordinación Universitaria acaba de ampliar las plazas para el curso que viene.

Parece obvio que cada vez más los estudiantes, a la hora de escoger una carrera, anteponen las perspectivas laborales a su auténtica vocación. Hace 15 años, cuando mi generación se enfrentó al dramático dilema de decidir qué quería ser de mayor, hubo quien atendió a una innata querencia profesional y quienes encararon la encrucijada desde un punto de vista práctico. Incluso exitosos estudiantes con una alta nota en Selectividad y con la posibilidad de escoger entre casi todo el menú de carreras, acabaron desoyendo a sus verdaderos anhelos si éstos se correspondían con una carrera con baja calificación, y estudiando licenciaturas de mayor envergadura y prestigio como Telecomunicaciones o Ingeniería Aeronáutica.

A poca gente le salió bien la jugada. Quienes cursaron titulaciones con más renombre, como Medicina o Derecho, han padecido tantas dificultades para encontrar trabajo como un periodista o un maestro y hoy, muchos de ellos, son treintañeros que aspiran a no sentirse excesivamente explotados en su empleo y a conseguir pagar en 30 años la hipoteca de su piso de 55 metros cuadrados.

Por otro lado, quienes aprovecharon su nota de Selectividad para escoger la carrera de sus sueños tampoco hoy son necesariamente felices. Es asombrosa la cantidad de jóvenes que ni siquiera trabajan en la profesión que figura en sus diplomas. La masificación de licenciados y los escasos puestos verdaderamente estimulantes han hecho tan complicado encontrar el trabajo ideal, que los titulados acabaron desempeñando profesiones en un principio insospechadas.

No existe, pues, una fórmula infalible para elegir una carrera que reporte una plaza fija y un buen sueldo, aunque uno siempre conservará más bazas de ser feliz si apuesta por su vocación. Al menos estudiando lo que nos gusta nos aseguramos unos años de facultad más gratos, provistos de una ilusión profesional que tintará de esperanzas muchos otros aspectos de la vida. Ya se encargará el cruel panorama laboral de despojarnos de las expectativas profesionales y postrarnos frente a ordenadores, teléfonos y neones que jamás quisimos ni, probablemente, aprendamos a amar jamás.

El Gobierno pretende eliminar la carrera de Historia del Arte y de Humanidades, así como reducir a cuatro grandes troncos las 14 filologías existentes. La semana pasada estudiantes y profesores entregaron al Ministerio de Educación 35.000 firmas contra esta medida, recogidas en las universidades de tres comunidades, entre ellas Madrid. Diversas manifestaciones por España protestaron por la erradicación de estas carreras y en nuestra ciudad 200 personas se congregaron frente al Ministerio de Educación.

Es cierto que, salvo en Bellas Artes y en Traducción, casi la mitad de las aulas de Humanidades están vacías. Pero el sistema educativo, en lugar de erradicar la posibilidad de estudiar dichas carreras, debería potenciar el gusto por esta clase de disciplinas que responden verdaderamente a una pasión. Eso es precisamente lo que las hace valiosas.

Protegiendo y fomentando las carreras auténticamente vocacionales se dará a los jóvenes la oportunidad de ser fieles a sus inclinaciones y de atender a unos intereses personales más allá de los profesionales. Quizá el estudiante de arte no logre colocarse en el puesto soñado: como guía de un museo, como organizador de exposiciones o como restaurador, pero seguro que, si no le que quitan la oportunidad, tanto en sus años de universidad como durante el resto de su vida será una persona más auténtica que quien atiende antes los pies ajenos que a su propia cabeza.

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