Navas acaba con la emoción
El joven extremo del Sevilla levantó y lideró a su equipo cuando parecía que el Madrid iba a vencer
Las ganas de un chaval, Navas, llevaron a que el Sevilla mantenga vivo su sueño de jugar en Liga de Campeones. La abulia de los veteranos madridistas no llegó para casi nada.
El Sevilla le ha cogido gusto a los choques contra el Madrid. Este mismo curso se lució el conjunto liderado por Joaquín Caparrós en el Santiago Bernabéu, donde ganó con un único gol de Baptista, pero lo mismo podía haber marcado otros tres más. El arranque sevillista fue entonces el esperado. Navarro ponía experiencia en el centro de la zaga, ya con las culpas purgadas, y Renato conseguía que el equipo dispusiera de algo de toque en el centro. Navas puso el descaro del joven y la calidad del bueno y Adriano la inquietud constante que siempre trae consigo el que trabaja con constancia. El Madrid seguía incomprensible.
SEVILLA 2 - REAL MADRID 2
Sevilla: Notario; Alves, Sergio Ramos, Javi Navarro, David; Renato (Makukula, m. 83), Martí; Navas, Baptista, Adriano (Jesuli, m. 63); y Antoñito (Dario Silva, m. 66).
Real Madrid: Casillas; Salgado, Helguera, Samuel, Roberto Carlos; Beckham, Gravesen (Guti, m. 60), Zidane; Raúl; Owen (Figo, m. 60) y Ronaldo.
Goles: 1-0. M. 18. Zapatazo de Sergio Ramos. 1-1. M. 41. Javi Navarro mete el balón en su portería al intentar despejar. 1-2. M. 73. Zidane, de fuerte disparo. 2-2. M. 88. Baptista de cabeza.
Árbitro: Pérez Burrull. Amonestó a Roberto Carlos, Gravesen, Martí, Antoñito, Salgado, Samuel, Beckham, Alves y Navas. Roja directa a Helguera, m. 92.
Unos 45.000 espectadores en el Sánchez Pizjuán.
Baptista aprovechó un mal despeje de Gravesen tras un saque de esquina al primer palo y, en semifallo, chutó a puerta. Casillas dejó claro lo bueno que es. Y sólo se habían jugado cinco minutos. Pero no las puede parar todas y Sergio Ramos logró batirle con un buenísmo tiro, poco después del cuarto de hora de juego. El gol era justo tras la exhibición de ganas y compromiso de los sevillistas. Que ya no se limitan a que no les marquen y esperar su momento. Eso es lo que ahora hace el Madrid.
El Madrid parece no quererse ya, como si se hubieran acabado cualquiera que fueran las razones que motivaron la reunión de tan señalados futbolistas en un mismo grupo. El primer equipo de la Historia debió de ser un grupo que salió de la cueva o bajó del árbol a por proteína. Al Madrid se le nota que ya casi ni huele al Mamut y, sin objetivo claro, el trabajo colectivo se atomiza. Su enfoque del partido fue mortecino. Algunos de alma comprometida como Helguera o Gravesen sufrían, gesticulaban y hasta se pasaban de calentón mientras otros preferieron no aparecer siquiera.
El gol de Sergio Ramos espoleó algo a los madridistas que tiraron a puerta por primera vez en el minuto 27. Tiraron no, tiró Ronaldo que se hizo con un balón frente a la media luna, bailó hasta dislocar la marca de Ramos y disparó cruzado. Al palo.
Seguía el Sevilla gustándose -al que el aroma próximo de la Liga de Campeones sí que le estimula-, pero pecó de duda. Primero, tras el gol, se lanzó a por el partido con exceso de garra, para posteriormente recular. Con la velocidad de Navas -que mete miedo ya de lo rápido que crece su fútbol- y de Adriano, el pegar el culo a la pared tiene hasta su lógica: el contraataque. Pero el equipo que estaba ayer enfrente, no es que esté mejor o peor, es que se ha escapado de la lógica que pueda tener el juego. Plagado de jugadores reunidos inicialmente para el disfrute, sobrevive -y gana- recientemente por las personalísimas calidades de sus polos: Casillas y Ronaldo. El fútbol se anula, se deja sin desarrollo, adrede, a la espera de que solucionen los genios de la lámpara. Ayer no les hizo falta ni eso. Navarro marcó en propia meta y de cabeza el empate poco antes del descanso.
El Sevilla salió en la segunda mitad encogido. La intensidad lograda y mantenida durante casi medio partido no había tenido éxito alguno. En sus almas se creían merecedores de un botín y lo que tenían enfrente eran un montón de minutos contra un equipo que sentía precisamente todo lo contrario que ellos.
El vaivén de sensaciones, de miedos inesperados, de alegrías no más buscadas que se vivían sobre el césped trajo bastante desorganización. El Madrid decidió achuchar pero sin demasiada planificación. El técnico madridista, Vanderlei Luxemburgo, se acordó de que tenía comiendo pipas a su lado al talento de Guti y la presumible ira de Figo y los sacó a jugar para que intentaran dar con el pase definitivo.
Caparrós creyó que ya no quedaba otra cosa que el caos y, obviamente, apostó por Darío Silva. A partir de entonces el encuentro se vivió más que se jugó y al Madrid le salió de la lampara el genio menos esperado: Zidane. El francés abdicó por un instante de su espectral presencia y chutó una pelota desde la frontal del área que voló con la parábola precisa para superar a Notario y botara en la portería sevillista.
Navas quiso que se acabara el partido y puso la pelota en la cabeza de Baptista para que todo acabara con el resultado más justo de los posibles.
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