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Columna
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Inflación

Cogí un autobús en algún punto de la provincia de Málaga, de viaje hacia el oeste, y antes, en la cola de los billetes, me entretuve leyendo un libro, probablemente una mala costumbre, porque debería estar mirando el mundo. Llegó mi vez, recibí mi billete, di veinte euros, sólo me dieron la vuelta de diez. ¿Qué espero? ¿No me han dado el billete? El de autobús, sí. Me falta el de diez euros. Ah, claro, ha sido un descuido del taquillero, y seguramente sea un verdadero descuido. Estos descuidos son frecuentes en taxis y autocares, y yo los he sufrido aquí, en Salamanca, en Barcelona, aquí otra vez ahora. Uno se monta en el tren, o en el autobús, y cae en la cuenta, y adiós, ya no puede ir a por lo suyo.

Supongo que influye en estas cosas la turbación del viaje inminente, la urgencia. Y leer un libro añade una dosis especial de confusión, porque leer es como viajar, dice el cliché poético, adentrarnos en mundos distintos, y así lo proclama la primera frase de la versión literaria de la Guerra de las Galaxias: "Another time, another Galaxy". Es magnífico, pero el turbado, confundido y distraído lector puede ser una víctima fácil de sus propios descuidos y de los descuidos ajenos. Anda con la cabeza en otro tiempo y otra galaxia, aunque esté leyendo un tratado sociológico del mundo presente, succionado quizá por la inaudita fuerza de penetración de la voz que habla en el libro, o poseído por algún imponente personaje de novela popular. La lectura, el exceso de los mundos irreales, puede ser una enfermedad, avisa Ricardo Piglia en El último lector.

Se celebran ferias de libros, de Cádiz a Granada, primaverales, mientras se deprecia el dinero y los precios suben, y el tiempo de llamamiento a la literatura coincide con la última novedad sobre la inflación, otra enfermedad verdaderamente peligrosa. Hoy vale menos el billete de 10 euros que he estado a punto de perder, y, si aún no ha subido mucho este autobús que cojo ahora (menos de un cinco por ciento, calculo), leo que los empresarios del transporte están pensando en subirlo un cinco por ciento más. ¿Quién tiene la culpa de que se disparaten los precios? Los sindicatos apuntan al aumento de los beneficios empresariales, y la patronal se queja del aumento de los salarios. Los datos dicen que los responsables son el alcohol, el tabaco, los combustibles, la moda de primavera y verano, y la especulación inmobiliaria, en una palabra, la disipación: la tropa de la gente fugitiva, inestable y viciosa.

Lo único que no sube, según los datos, es el ocio y la cultura, aunque a mí los libros me parecen cada día más caros. Si las tablas oficiales de precios convirtieran en objetiva mi valoración subjetiva de cómo suben los libros, el colmo de la disipación sería un lector que bebiera una cerveza, se fumara un cigarro y cogiera un autobús.

Si ese lector hubiera sido yo, habría merecido la expropiación inapelable de mis pobres diez euros: por disoluto. Aquí mismo perdí otra vez, por el mismo procedimiento, un billete de mil pesetas, vuelta de otro de 2.000. De 1.000 pesetas a 10 euros, el descuido ha sufrido en cuatro años una inflación superior al 50%.

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