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¿Quién teme al francés?

El 15 de diciembre de 2001 los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea firmaron la Declaración de Laeken, un texto fundamental que define el futuro que los Estados miembros quieren para la Unión Europea. En ella se afirma que Europa está camino de convertirse en el continente de los valores humanistas, de la libertad, de la solidaridad y, sobre todo, de la diversidad, lo que implica respeto de las lenguas, culturas y tradiciones de los demás. No es poco importante esa declaración justamente en el seno de la institución que representa en el grado más avanzado las dificultades, pero también la riqueza del multilingüismo. La UE acepta sin ambigüedades el reto de gestionar un espacio multilingüe y renuncia a la imposición de una sola lengua común por encima de las otras. Por eso, su plan de acción para promover el aprendizaje de idiomas y la diversidad lingüística preconiza el aprendizaje desde la infancia de dos lenguas extranjeras además de la materna.

En Cataluña, donde dos lenguas, el catalán y el castellano (además del aranés en el valle de Aran), se enseñan como lenguas maternas, añadir dos lenguas más significa, sin duda, un esfuerzo especial: nuestros niños deberían ser, al acabar su educación obligatoria, no bilingües, sino cuatrilingües. Lamentablemente, estamos lejos de ese objetivo. El conocimiento de la lengua inglesa que tiene la población catalana es claramente insuficiente para afrontar los retos de una sociedad globalizada. En cuanto a la segunda lengua, su conocimiento está restringido a una minoría de la población, incluso entre los jóvenes. El francés fue durante siglos la primera lengua extranjera en Cataluña. Sin embargo, ha ido abandonándose de modo progresivo hasta llegar a una situación paradójica: a pesar de la proximidad con Francia, el porcentaje de estudiantes que aprenden francés en Cataluña (9%) está por debajo de la mitad de la media estatal (19%).

Este descenso no ha sido el resultado de una política deliberada contra el francés: ha habido cierta dejadez, pero sobre todo una percepción generalizada del francés como lengua en decadencia respecto al inglés. Ese retroceso comparativo ha hecho que muchos olviden algunos datos objetivos. Por ejemplo, si salimos en línea recta de Barcelona, entre los primeros 14 Estados que encontramos, 8 (Francia, Argelia, Mónaco, Suiza, Túnez, Marruecos, Luxemburgo y Bélgica) tienen el francés como lengua oficial o de uso corriente. Los Estados francófonos compran el 25% de las exportaciones catalanas, son importantes emisores de turismo (cuatro millones de visitantes al año) y son países de origen de cerca del 30% de los residentes extranjeros en Cataluña.

El presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, anunció recientemente en París la voluntad de incrementar sensiblemente la presencia del francés en Cataluña, recogiendo la oferta del ministro Barnier de que la Generalitat colaborase con la Organización Internacional de la Francofonía. Ésta no es, como algunos afirman desde la ignorancia, una organización exclusiva de Estados (son miembros la Comunidad Francesa de Bélgica y las provincias de Quebec y Nueva Brunswick, en Canadá), o de ex colonias francesas (no lo son Suiza, Rumania, Albania, Luxemburgo...), ni el francés tiene estatus oficial en todos sus Estados miembros (como demuestran Egipto, Vietnam, Moldova, Bulgaria). Luisiana, de Estados Unidos, y el Valle de Aosta de Italia, por ejemplo, han participado en cumbres de la Francofonía, creando un precedente al que podría acogerse Cataluña.

No es casual este interés renovado por la lengua francesa cuando la principal apuesta en política exterior de la Generalitat ha sido revitalizar la cooperación transfronteriza con la creación de la eurorregión Pirineos Mediterráneo, así como el impulso a relaciones bilaterales con socios estatales como Marruecos y Argelia, y subestatales como Quebec y Rhône-Alpes.

Las lenguas, es bien sabido, no son simples códigos neutros de comunicación: a una lengua se le asocian una serie de valores, un bagaje histórico y una dimensión cultural que la dotan de un valor más allá de la mera transmisión de información. Por eso mismo, las lenguas nunca pueden ser completamente neutrales. El inglés está adoptando un papel muy importante de puente entre culturas y civilizaciones. Sin embargo, es un despropósito que toda la comunicación entre las grandes culturas del mundo pase por un código único. Del mismo modo que es primordial que Europa y América se comuniquen no sólo en inglés, sino también en español y portugués, el papel de puente que desempeña el francés con las culturas árabe y africana, sobre todo, es un valor que se debe preservar. Y no hay que olvidar que, geográficamente, éstas son las culturas no europeas que nos quedan más cercanas.

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En definitiva, es indudable que para Cataluña el francés es la segunda lengua extranjera de referencia, sólo superada por el inglés. De nada vale intentar contraponer el estatus del inglés al del francés en Cataluña, puesto que en ningún momento se habla de sustitución: ya hemos cometido ese error una vez. Mucho menos sentido (y peor intención) tiene especular con una sustitución del castellano por el francés, como han hecho algunos. En cuanto a las otras lenguas extranjeras, su presencia no va a ir a menos, sino a más: en una población donde estos conocimientos son tan limitados, la capacidad de crecer en todas direcciones es enorme. Pero el conocimiento del francés en Cataluña está en niveles tan bajos que una acción decidida es imperativa.

Margarita Obiols es secretaria de Relaciones Internacionales de la Generalitat.

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