_
_
_
_
VISTO / OÍDO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los restos de Hitler

¿Qué queda de Hitler a los sesenta años de su suicidio? En Alemania, una sensación de fracaso, algo que sucedió realmente: su destrucción, su derrota. La democracia no le sale bien. No le sale bien a nadie, en realidad: no es aquello por lo que se luchaba. En las Naciones Unidas, un desencanto. La Carta no es más válida que los Derechos del Hombre. Mil fascismos -tomemos la palabra de significado general- andan sueltos, en caciquillos o en reyezuelos, en generalitos o en guerrilleros, y están representados en la Asamblea General. La libertad es de uso muy minoritario, incluso en lo que entonces llamaban "el mundo libre". La fraternidad parece, de cuando en cuando, asunto de dos: no resistirán mucho tiempo, y algunos acaban matándose. No se habla ya de clases sociales: el mundo es una pirámide de siete mil millones de personas, desde el Más Rico hasta el Más Pobre. Quedan mozos rapados que matan mendigos, señoritos de porra que van persiguiendo negros. Están ahí para dar alguna lección de lo suyo: pero si una democracia de esta clase les necesitara, acudirían. Son la reserva de Occidente. Este Occidente esnob que miraba con desagrado la bandera de la hoz y el martillo y sonreía ante los excombatientes rusos -soviéticos- con sus uniformes cuajados de condecoraciones. Miraban a esa pobre gente que se ha sobrevivido a sí misma como si fueran payasos. Este Occidente les ha dejado a Putin, ni siquiera a Gorbachov; ni siquiera al pobre Jruschov, que también creyó en la convivencia.

El anticomunismo no ha terminado al mismo tiempo que el comunismo. El comunismo es residual y vergonzante, y a los viejos militantes de aquí y de allí les acusan de los crímenes de Stalin. Los españoles, los hijos de españoles que había allí, siguen siendo vistos como los cómplices. Y los que pudieron volver se callan. El antiterrorismo no es una ideología, sino una defensa propia en una guerra difícil; pero los residuos hitlerianos lo convierten en una plaga ideológica, en la lucha contra el "entorno": como antes hicieron con los "compañeros de viaje", con los "criptocomunistas", con los "satélites" o con los "tontos útiles". No, yo no soy comunista, pero admiro y quiero a los militantes que vieron matar a sus compañeros, que creyeron que la muerte de Franco les liberaba, que pensaron en la patria de todos y el mundo justo: ahora les echan encima el cadáver de Stalin.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_