La estela de Orain
A mediados de los años sesenta se creó en Vitoria el grupo Orain. Lo formaban los pintores Juan Mieg, Joaquín Fraile y Carmelo Ortiz de Elgea, el escultor Jesús Echevarría y el fotógrafo Alberto Schommer. Como animador intelectual figuraba el crítico de arte Javier Serrano. Confeccionaron un manifiesto público, en el que propugnaban, entre otras reivindicaciones, una voluntad artística experimental y de investigación, en oposición al arte reaccionario, académico y cadaverizado imperante en el territorio vasco durante demasiadas décadas...
Pasados casi 40 años, en los locales de la Caja Vital de la capital alavesa se muestran obras de los cinco creadores, sobre un dilatado recorrido de fechas de ejecución. Tal recorrido se inicia con las correspondientes a aquel tiempo creacional del grupo. Le siguen otras fechadas en años posteriores; para culminar con las que atañen a obras elaboradas en el ahora mismo. Juzgado lo visto, observamos que a lo largo del tiempo son tres nombres del grupo los que destacan. Ellos son Juan Mieg, Carmelo Ortiz de Elgea y Alberto Schommer. En el caso de los dos primeros, su superioridad no estriba en las obras realizadas en el amanecer del grupo -bastante discretas en su conjunto, en lo que concierne a pintura y escultura-, sino a través de aquellas que fueron fabricando año tras año hasta llegar al momento actual.
Por parte de Schommer, sus fotografías fechadas desde 1956 a 2005 se mueven con acreditada solvencia creativa, sin altibajos, no obstante la enorme distancia que media entre años. Aunque soy consciente del riesgo que corro al comparar la especificidad fotográfica con la plástica, diría que en sus inicios Schommer demuestra una madurez y una calidad que raya por encima de la ofrecida por los otros.
Ahora bien, a un lado la aportación fotográfica de Schommer, en la exposición sobresalen la mayoría de las piezas de Juan Mieg y Ortiz de Elgea, en especial las elaboradas en los últimos años. El segundo con su fecunda imaginación, a la que secunda la potencia visceral y sanguínea del gesto: colores y trazos entreverándose como un desbocado río entre las rocas del tiempo. El primero dando pie a la creación de un universo de improvisación psíquica, donde habita la fantasía, el sueño, la meditación, el silencio, la caricia...
Pese a reconocer que son dos creadores de muy diferente cuño; sin embargo, cada vez que los veo juntos olvido sus diferencias para acordarme de estar frente al inestimable gozo proporcionado por el arte verdadero. Como nunca los opuestos formaron una ráfaga de alegórica y sorprendente virtualidad unitaria.
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