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Reportaje:

La miseria se esconde tras los atentados de Egipto

La falta de reformas aumenta el descontento entre los jóvenes pobres

Ángeles Espinosa

Shubra al Jaima es la última parada del metro en el extremo norte de El Cairo. También un escaparate de las esperanzas frustradas de muchos egipcios que emigraron a la capital en busca de una vida mejor que no termina de llegar. De aquí salieron los autores de los dos atentados que el mes pasado sorprendieron a un país que daba por enterrado el terrorismo islamista de los años noventa. Pero a diferencia de entonces, los analistas ven más miseria que ideología detrás de los nuevos ataques: un aviso de que los cambios políticos que ahora se discuten serán irrelevantes si no van acompañados de un desarrollo institucional que proteja los derechos de todos.

"Estos atentados son el resultado de 24 años de autoritarismo de Mubarak y de la ausencia de reformas políticas y sociales", opina Nabil Abdel Fatah, investigador del Centro de Estudios Políticos Estratégicos de Al Ahram, quien ha seguido muy de cerca la evolución del fenómeno terrorista en su país. "Nos enfrentamos a una generación deprimida, sin esperanza y sin energía política o social, influida por el radicalismo islámico que fomentan la situación en Palestina, Irak o Líbano", asegura. "No son atentados vinculados a redes supranacionales, aunque existe el riesgo de que se los atribuyan".

La Bolsa ha aumentado sus ganancias el 130%, pero millones de egipcios no tienen agua corriente

Los observadores extranjeros concurren. "Si algo está claro es que los egipcios quedaron traumatizados por el terrorismo de los años noventa", declara un embajador occidental convencido de que esa vía no cuenta con apoyo social. Pero eso no disminuye su inquietud. Las explicaciones oficiales, que apuntan a un acto de desesperación, de venganza, constituyen, en opinión del interlocutor, "la peor hipótesis". "Sabíamos que en este país había pobreza, pero creíamos que el régimen estaba a salvo del hambre", resume.

El paisaje de la calle del Desagüe, donde vivían los autores de los ataques, muestra otra imagen. La de familias de ocho miembros hacinadas en chabolas de una sola habitación, jóvenes sin trabajo ni expectativas de encontrarlo y, la pasada semana, una inusitada presencia policial que trataba de mostrar su mejor cara tanto a los habitantes como a los numerosos periodistas que acudieron a constatar la miseria. Para entonces, las fuerzas de seguridad ya habían detenido a dos centenares de vecinos de forma aleatoria, un nuevo motivo de alienación para una población que ya vive al límite de lo tolerable.

La reforma económica iniciada por Mubarak hace dos décadas ha logrado crecimientos anuales en torno al 3% de media, insuficientes para hacer frente a una población que aumenta a un ritmo del 2% y necesita 750.000 empleos al año sólo para frenar el desempleo en los dos millones de personas reconocidos en las estadísticas oficiales. El último Informe sobre Desarrollo Humano en Egipto, elaborado conjuntamente por la ONU y el Ministerio de Planificación, expresa sus reservas sobre "la capacidad del mercado para resolver los urgentes problemas de pobreza y desigualdad que tiene Egipto".

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La reducción de tasas y la privatización de empresas estatales emprendidas por el primer ministro, Ahmed Nazif, desde su nombramiento el año pasado han estimulado unas ganancias del 130% en la bolsa de El Cairo. El turismo batió récords en 2004, con 8,1 millones de visitantes y 6,6 millones de dólares de ingresos. Pero estos éxitos sólo hacen más sangrante que 6,8 millones de egipcios carezcan de agua corriente y otros 4,1 millones, de letrinas. Un 16,7% de los 77 millones de habitantes que se calcula tiene Egipto a día de hoy vive por debajo de la línea de pobreza, según la ONU.

"La parálisis económica, financiera y social suscita un descontento difuso en todas las categorías de la población", asegura Sarah Ben Nefissa, investigadora del francés Institut de Recherche pour le Développement. Sin embargo, a diferencia del Kifaya! (¡Basta!) de las élites urbanas en El Cairo o Alejandría, los gritos de protesta de los obreros afectados por las privatizaciones y los campesinos del Delta incapaces de asumir los alquileres recientemente liberalizados de las tierras que trabajan han quedado ahogados por la falta de canales políticos y medios de expresión (el 40% del analfabetismo se concentra entre los más desfavorecidos).

"Sólo en las manifestaciones de los Hermanos Musulmanes se ven pancartas que dicen: 'No a la pobreza' o 'No al desempleo'; ellos son los únicos que utilizan un lenguaje que llega a la mayoría", apunta una observadora europea. Para esa mayoría de egipcios que gasta todas sus energías en sobrevivir, los debates sobre la necesidad de reformar la Constitución o abrir el espacio político suenan a música celestial. Unos y otros han dejado claro su hartazgo con un sistema que no ofrece futuro. Pero hasta ahora son movimientos paralelos. Sólo si convergen tendrán fuerza para lograr un cambio en profundidad.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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