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Columna
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Éxodo

Hace veinticinco años casi nadie salía durante un fin de semana largo. Ahora muy poca gente permanece donde vive cuando ocurre esto. El último puente que se ha hecho coincidir con la fiesta del 1 de Mayo ha provocado consecuencias previsibles e imprevistas por quienes tienen la responsabilidad pública de velar por el bienestar de los ciudadanos. Jean le Corbusier y sus seguidores en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (1928) hablaban de la "época de las aglomeraciones", referida tanto a las concentraciones urbanas como a los agrupamientos rurales. Y esta encomiable preocupación tenía un denominador común en el bienestar humano. Pensaban, por ejemplo, que las grandes vías de circulación, que ahora llamamos autopistas, iban a ser la solución para provocar la aproximación entre los hombres y entre los pueblos. Todo esto se debatía antes de la Segunda Guerra Mundial mientras el régimen nazi y sus aliados construían una formidable red de autovías para invadir más rápidamente el continente europeo. Los avances de la sociedad moderna pueden convertirse en trampas mortales, si están insuficientemente dimensionados o se utilizan indebidamente, vulnerando los fines para los que fueron concebidos.

El inconveniente que se ha originado en los primeros días de mayo, en determinadas carreteras, no es desconocido porque tiene precedentes y seguirá agravándose. Las aglomeraciones y la masificación son un mal crónico de la sociedad actual que persigue ciegamente una felicidad que nunca alcanzan las personas.

Las grandes ciudades provocan consternación urbana y la consiguiente necesidad compulsiva de huir hacia alguna parte. En unas épocas, atraídos por la práctica de los deportes de invierno y, en otras, tras un mítico paraíso de sol y playa que se encuentra ubicado en las costas del Mediterráneo. En este inicio de mayo de 2005 se ha anticipado lo que va a ocurrir durante el verano. Y la visión no puede ser más terrible. No hay guerra ni secuencia de atentados terroristas que provoquen más desolación, heridos y muertos que los accidentes de carretera. Miles de personas mueren o sufren insalvables secuelas con grave quebranto -económico y humano- para la sociedad.

A pesar de que algunos comentarios improvisados, se han atrevido a responsabilizar de este desaguisado a la salvaje sobreexplotación turística de las costas mediterráneas, el origen de este fenómeno hay que buscarlo en la saturación de los grandes núcleos urbanos donde las personas que los habitan sienten la necesidad de perder de vista el entorno que les agobia. Los responsables del crecimiento urbanístico desordenado y masivo son exactamente lo más parecido a un imbécil, por no referirnos a la catadura moral de quienes no tienen ningún remordimiento a la hora de enriquecerse a base de degradar el medio ambiente. Las soluciones para estos problemas no se pueden improvisar y suponen inversiones muy elevadas.

Hemos sacrificado el turismo de calidad y con futuro, por la traición comprada con unas miserables monedas. El ansia por elevar ciudades de cualquier cosa y complejos artificiales que nadie demanda, forma parte de la cultura del éxodo, provocada, sin duda, por la insatisfacción de un régimen de vida insoportable.

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