Los toros
Como una forma de congraciarse, después de la entrevista en el Pentágono, el señor de la guerra Donald Rumsfeld le dijo a su colega Pepe Bono ante las cámaras: "En mi juventud hice una corta carrera en el encierro de Pamplona y me subí a una señal de tráfico". Uno más, pensé, que confunde el asta de toro con el asta de la bandera de nuestra patria, pero al oír semejante hazaña, extremadamente embelesado, nuestro ministro de Defensa le jaleó: ¡eso es un torero, sí, señor!, como lo hace el mozo de espadas con el maestro desde el callejón en el momento supremo de la faena. Con ese requiebro Pepe Bono le dobló los riñones al amo de las bombas, dejándolo pastueño. Hay que imaginar a este halcón de ojos fríos, que no concibe la historia sino a sangre y fuego bajo una lluvia de hierro, encaramado en un semáforo de la calle de la Estafeta, muerto de miedo. Su figura no sería muy airosa, pero Pepe Bono, sin duda, le habrá explicado que subirse al olivo es un lance acostumbrado cuando el maletilla furtivo y romántico torea en la dehesa en noches de luna llena. Demos por buena esta idiotez con tal de aliviar la tensión que existe entre Estados Unidos y España por la retirada de nuestras tropas de Irak. A este paso es posible que un día veamos a Rumsfeld y Bono abrazados, cada uno con una botella de anís Machaquito en la mano, cantando: "Los borrachos en el cementerio..., y sólo entonces volverá la sonrisa a los labios de la novia. Tal vez el joven Rumsfeld llegó a los sanfermines de Pamplona imbuido por la propaganda de Hemingway, que, por cierto, también era otro héroe de pega. Cuenta Robert Capa que después del desembarco de Normandía iba en un jeep con el escritor en dirección a París y al encontrarse con una escuadrilla de aviones alemanes, Hemingway saltó del vehículo, se tiró en la cuneta y el terror lo dejó medio postrado con el trasero muy subido y la cabeza debajo de un matojo. Robert Capa desde el jeep le hizo una foto en esta postura ridícula. A partir de ese momento Hemingway le retiró la amistad al fotógrafo, que era, de los dos, el único valiente. El toro de lidia no es una fiera que mata para vivir, sino un animal herbívoro, que sólo ataca en defensa propia cuando siente su territorio amenazado. Pese a la lucha de los antitaurinos por sacudirnos de encima el karma de la crueldad de la corrida, Donald Rumsfeld aún nos ve a los españoles como toreros. Ahora sólo falta que Pepe Bono le dé alas y lo invite a un burladero de las Ventas o a una capea de la España negra, rodeado de moscas.
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