En busca de Virgilio en Nápoles
Huellas del autor de la 'Eneida' en la colina de la villa patricia de Pausilypon
El parque Virgiliano se extiende detrás de la iglesia de Santa María di Piedigrotta en Mergellina. Allí están, a los pies de la colina de Posillipo, la cueva de Virgilio, su propia tumba y también la de Leopardi. La galería se excavó en el siglo I antes de Cristo para poder pasar de Náp
oles a Pozzuoli y a los campos Flégreos, la tierra quemada, la tierra de fuego por donde corrían las aguas termales calentadas por el Vesubio. Esta obra de ingeniería se llevó a cabo motivada por la guerra civil en Roma. Según Estrabón, los trabajos fueron dirigidos por el arquitecto romano Lucio Cocceius Auctus.
Los romanos se hicieron construir sus villas en este alto promontorio. La mayor de las mansiones tenía por nombre Pausilypon, "el lugar que calma el dolor". Así era el bálsamo que provocaba la vista virginal de la bahía de Nápoles. Ahora está poblada de casas por doquier. La colina tomó luego como denominación general ese mismo nombre. El dueño del Pausilypon, Publius Veidius Pollion, tuvo una amistad tempestuosa con Augusto. Durante muchos siglos estuvo en manos privadas. En 1930, el estudioso Eurico Cocchia promovió la rehabilitación (una primera la llevaría a cabo Alfonso de Aragón en 1455) y su apertura al público. La forma primitiva fue modificada, así como el ingreso a la cripta napolitana. En 1939, en pleno régimen mussoliniano, fueron trasladadas aquí las cenizas de Leopardi desde la iglesia de San Vitale en Fuorigrotta.
Atravieso la puerta principal del parque Virgiliano, y un guarda, oculto en una caseta, me da la bienvenida y me invita a continuar. Hasta la tumba de Virgilio, todo es ascensión. La primera parte del camino nos conduce ante dos amplios mármoles blancos colgados de una gran pared. Tienen inscritas largas leyendas sobre la historia de este lugar. Fueron colocados por el virrey español Pedro de Aragón. Al girar, para continuar en paralelo la subida, en un pequeño nicho, hay un busto del propio Virgilio. Representa a un muchacho joven lleno de vida. Le falta media nariz y, sin embargo, no se le afea el rostro. El autor de la Eneida murió en el año 19 antes de Cristo en Brindisi. Según la tradición, fue transportado a Nápoles y enterrado allí. Contaba 49 años. Voy tomando altura y diviso ya el túnel del tren y la estación de Mergellina. La ida y venida de los convoyes es el único ruido. Espanta la paz del jardín que no ha dejado de ser campo. Hay un libro de Bonstetten, de 1804, citado por Chateaubriand en las Memorias de ultratumba, que lleva un título muy sugestivo: Viaje por el escenario de los seis últimos libros de la Eneida. El mismo escritor francés debió de utilizarlo como guía. Gran parte de lo que él vio le sería hoy irreconocible. La visión idílica ha desaparecido. Aunque nada puede acabar con la grandiosidad de ese mar de añil y la montaña volcánica protectora y amenazante a la vez. Casas y casas ocupan el paisaje. Casas y casas ocupan los campos donde Virgilio situó el Elíseo. ¿Qué dirían hoy de esta contemplación Horacio, Tito Livio, Boccaccio o Sannazaro, ilustres vecinos de otras épocas?
Dulce naufragio
En el segundo giro me topo con un alto cipo. Lleva inscrito el nombre de Leopardi. El poeta murió un 14 de junio de 1837 a causa del cólera. Virgilio-Leopardi. El tiempo los separa, pero, sin embargo, qué cercanas sus obras, qué contemporáneas. En la Biblioteca Nacional de Nápoles, en el Palacio Real, pude admirar el manuscrito de uno de los más grandes poemas que se hayan escrito nunca, L'infinito. "Siempre me fue caro este yermo collado", dice el primer verso. Podría referirse a este mismo lugar, aunque es a su ciudad natal de Recanati a quien nombra. Y ya al final de este largo e intenso poema, "Y el naufragar me es dulce en este mar". ¿Quizá este mismo mar que él vio por última vez? El camino arriba vuelve a empinarse hasta llegar a la Gruta de Virgilio. La entrada se abre como una gran hendidura en la colina de Posillipo. Por aquí pasaba la vía Putcolana. En un cuadro de Pietro Fabris titulado La entrada a la Gruta de Posillipo, pintado a finales del siglo XVIII, un carro de bueyes cargado con productos del campo así como otros viandantes salen de esa boca oscura.
En el Satiricón de Petronio se dice que este lugar estaba a las afueras de la ciudad -es ahora bastante céntrico- y dedicado a ritos orgiásticos. Un bajorrelieve conmemorando al dios Mitra, encontrado allí mismo por unos arqueólogos, pude verlo en el museo local. Los ritos en honor de Príapo se oficiaban en favor de la fecundidad. Sea como fuere, a la gruta se la consideró siempre como un lugar mágico y misterioso. Incluso una tradición medieval muy extendida le otorgó al poeta latino poderes mágicos. El cristianismo reconvirtió la tradición pagana en religiosa. Aún hay dos nichos con frescos del siglo XIV.
Reinicio la marcha de nuevo hacia arriba, ascendiendo todavía más por la ladera en ese zigzag. Hay un cuadro del pintor Antón Sminck que se titula La tumba de Virgilio (1825). Se ven unas amplias escaleras de piedra que conducían a la misma. Ahora, esas escaleras no existen. Otras más estrechas y peligrosas llevan en pendiente al sepulcro cilíndrico augústeo. Aquí, la vista de la estación del tren y de la bahía napolitana, con el castillo del Huevo al fondo, adquiere toda su intensidad. Más arriba, colgadas de la ladera donde estuvieron las quintas romanas, se alzan otras nuevas villas levantadas en el siglo XIX. Al sepulcro se entra por una estrecha puerta. Se bajan unos escalones y ya se está en la estancia cuadrada. En las paredes cuento hasta 10 nichos destinados a urnas funerarias. Hay dos inscripciones. Una de Petrarca invita al caminante a pararse junto a la tumba. La otra fue colocada en el siglo XVI y recoge unos versos del propio Virgilio: "Mantua me genuit; Calabria puere, tenet mene / Parthenope: cecini pascua, rura, duces" ("Mantua me engendró, Calabria me llevó, hoy me tiene Parthenope. Canté a los pastos, a los campos, a los caudillos"). Me muevo por este columbario anónimo y miro a través de los estrechos ventanucos. En el centro mismo de la estancia hay una especie de búcaro de hierro donde están depositadas ramas marchitas de laurel. Pocos poetas contemporáneos como Nerval se refirieron tanto a este lugar y de manera tan insistente. Asomado a la tumba había un gran laurel hoy desaparecido. Las piedras del túmulo están descarnadas y quién sabe si en algún momento se vinieron abajo. Flores, vides, rosas, laureles, hortensias, mirtos, limones y uvas negras son también ahora cómplices de este jardín solitario.
Mientras emprendo el camino de descenso vuelvo a escuchar el pitar de los trenes y veo a las gentes entrar y salir tumultuosamente de los vagones. Un avión busca la línea de aterrizaje en la pista del aeropuerto, y barcos entran en la bahía o reemprenden su singladura hacia destinos desconocidos. Alzo la vista y me encuentro colgados estos otros versos de Leopardi: "O si cerca de Nápoles, donde la tumba / pone de Virgilio una amorosa fe, / visteis el pasaje que del trueno rebomba / a menudo el Vesubio en torno hiere, / allí donde al entrar súbito se desploma / la noche en la cabeza del pasante que ve / casi un punto lejano de un lumen inseguro / la otra boca de donde luego vuelve al abierto". Leopardi escribió sobre esta tumba sin imaginar que sería también la suya. Un filósofo musulmán, Hallay, escribió: "Si te dura el dolor, haz de él un amigo". Y otro, Rumi Matnawi, dijo: "Cuando sobreviene el dolor, escala hacia él con deseo".
Llegué al parque Virgiliano a media mañana y ya está avanzada la tarde. "Ni buenos días ni buenas noches", vuelve a recordar Nerval, el poeta suicida parisiense, "La mañana pasó, la noche aún no aparece; / El brillo en nuestros ojos empero ha disminuido, / Más la aurora bermeja al alba se parece; / Y la noche más tarde nos concede el olvido". El sol se empezaba a poner sobre el jardín. En el Tramonto della Luna, Leopardi nos habla de una gran pausa cósmica, cuando ya habiéndose retirado la luna, todavía no volvió a resurgir el sol. ¿Cómo será la noche aquí junto a Virgilio, junto a Leopardi, en medio de este paso fronterizo entre el antes y el después? La noche del campo, del bosque, lejana de la luz artificial, la vista se manifiesta imponente y el mundo es percibido solamente a través del oído. ¿Se escucharán aquí voces, o sólo silencio de voces?
- César Antonio Molina (A Coruña, 1952) es director del Instituto Cervantes.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir- Iberia (902 400 500; www.iberia.com) vuela directo de Madrid a Nápoles, ida y vuelta, a partir de un precio de 201,97 euros más gastos de emisión (incluye tasas).- Alitalia (www.alitalia.es; 902 100 323) vuela directo a Nápoles desde Barcelona, ida y vuelta, a partir de 109 euros más tasas y gastos de emisión.Visitas e información- Parque Virgiliano (081 66 93 90). Via Salita della Grotta.- Turismo de Nápoles (08 14 10 72 11; 08 15 51 27 01).- www.provincia.napoli.it.- www.napoli.it.- www.enit.it
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