_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Crueles

Un cura de mi colegio definía al niño como "un ser cruel". Nos llamaba la atención que dijera algo así precisamente él porque allí era de los pocos que no empleaba la otra alternativa conceptual de la palabra "hostia" como método pedagógico. Explicaba que los críos eran egoísmo químicamente puro y que, al carecer de los referentes éticos y morales que les va proporcionando la formación, eran capaces de hacer mucho daño sin que les frenara el sentimiento de culpa. Con el tiempo tuve la oportunidad de comprobar hasta que punto aquel fraile tenía razón.

La tiranía de los gallitos de la clase y sobre todo su ensañamiento con los chavales más débiles o introvertidos resultaba aún más violenta e insufrible que la de los curas. Recuerdo especialmente la crueldad que mostraron con un chaval de carácter débil apellidado Del Pozo al que torturaban sistemáticamente en los recreos hasta enloquecerle. Hubo de soportarlos día tras día sin que a los educadores les preocupara ni tomaran iniciativa alguna para impedir tamaña vileza. En honor a la verdad tampoco el resto de los compañeros hicimos demasiado para evitarlo. Nadie quería correr la misma suerte de la víctima y crean que aún siento mala conciencia por limitarme a consolarle y no haberme ganado la dignidad de una paliza por salir a defenderle. Desconozco lo que fue del pobre Del Pozo, un día faltó a clase y nunca volvió a aparecer.

Su historia me la trajo a la memoria el caso de Jokin, ese muchacho de 14 años al que un grupo de compañeros puteó hasta inducirle al suicidio. Los ocho acusados, menores como él, sólo reconocen haberle propinado unas tortas y unas collejas, aparte de insultarle un poco. Nada importante a juicio de la defensa que pide la absolución para los presuntos cabroncetes. La justicia dirá lo que hacen con esos chicos y si merecen algún castigo por sus collejas psicológicamente letales.

Nos hemos dado una justicia extremadamente garantista con los menores a los que protege de las zarpas adultas hasta el extremo de instalar una pantalla en la sala de la Audiencia de San Sebastián con el objeto de salvaguardar la identidad de los acusados por la muerte de Jokin. Tengo la impresión de que la exhibición de tanta exquisitez legal con los menores es un arma de doble filo que puede resultar nefasta. De momento hay miles de chavales que delinquen estimulados por la impunidad casi total en que se mueven mientras alcanzan la mayoría de edad. Es más, algunas mafias los utilizan específicamente para hacer trabajos de encargo aprovechando su condición de intocables.

En Madrid ahora mismo ni siquiera hay plazas suficientes en los centros de detención de menores con lo cual muchos inculpados en delitos graves no cumplen un solo día de arresto. Cualquiera que conozca un poco lo que pasa en las calles sabe que hay que tener especial cuidado con los chavales que delinquen porque no se lo piensan dos veces a la hora de hacer daño. Lo peor es que esa impunidad deja particularmente indefensos al resto de los chicos que son los que por proximidad más les padecen. El matonismo es moneda corriente en los parques y espacios urbanos de Madrid en los que se mueven los adolescentes. Las bandas de macarras ya sean latinos, ultras o de cualquier otra tribu acojonan a los chicos, les quitan el dinero y la ropa o les pegan un pinchazo sin que apenas se atrevan a denunciarles. Todos saben que el castigo es prácticamente inexistente y en cambio las represalias para los denunciantes pueden ser mucho mas graves.

Al hilo del caso Jokin un oyente de la Cadena SER expuso hace unos días un testimonio bastante revelador. Era un profesor de instituto que contaba como los alumnos que ingerían alcohol y fumaban porros se mostraban hostiles con aquellos compañeros que no lo hacían. Según explicó al periodista Iñaki Gabilondo lo más terrible es que los porreros ganaban en número al resto de los chicos en una proporción de 80 a 20. Aquel hombre dijo que como docente él tiraba la toalla. La realidad es que este sistema pretendidamente proteccionista es capaz de proteger a los menores de los mayores pero no de los propios menores. Ahora mismo habrá otros Jokin en ciernes sufriendo el machotismo, la violencia imperante o el escarnio. Ellos saben que esos seres crueles poco tienen que perder. La ley les protege.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_