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Crónica:MOTOCICLISMO | Gran Premio de China
Crónica
Texto informativo con interpretación

Rossi, como quien oye llover

El campeón se impone bajo el diluvio, acosado sólo por el resucitado Jacque, mientras Gibernau se queda fuera del podio

Rossi bajo la lluvia, truene o haga sol, caigan chuzos de punta, de día y de noche, siempre Rossi. Del uno al otro confín, de Jerez a Shanghai, con ruedas de piso seco, de mojado, más duras, más blandas, pilotando una Honda, una Yamaha, lo mismo da. Primero Rossi, luego los aspirantes a candidatos y los candidatos a aspirantes. Rossi juega, maravilla, gana, seduce y se ríe del mundo allá en lo alto del podio, sin importarle quién tiene a derecha e izquierda, un traguito de cava, un ratito con la prensa, una ducha y al hotel, o a la discoteca, a celebrar el último triunfo, que ya habrá tiempo de preparar el próximo compromiso, el próximo gran premio, la próxima victoria. Rossi, siempre Rossi.

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Un espantoso diluvio deslució ayer la presentación en sociedad de este GP de China disputado en el circuito de Shanghai, que tiene mucho de bonito pero poco de bueno y de barato. De preciosa arquitectura futurista, los pilotos no han salido lo que se dice contentos con otros aspectos menos artísticos pero sin duda más trascendentes, como el diseño de su trazado. Sobre todo los que no ganaron ayer en una prueba, la de MotoGP, cuya emoción duró lo que quiso Valentino Rossi: ocho minutos, para ser exactos. Ese fue el tiempo que tardó en coger el liderato.

Arrancó el campeón italiano en el sexto puesto de una parrilla que encabezaba Sete Gibernau. Pareció que sería la del español una brillante puesta en escena -pues salió como un tiro-, pero la brillantez se fue al garete en cuanto llegó a la primera curva. En ella se coló Sete, lo que permitió que se formara un grupo en el que, junto a él, viajaban los estadounidenses John Hopkins y Kenny Roberts, Rossi, su compatriota Max Biaggi y un sorprendente Toni Elías. Todos iban a ciegas, siguiendo en lo posible, y casi en lo imposible, la estela de quien les antecedía. Tomó Roberts la cabeza y Rossi se puso a su vera. Era tercero Elías cuando recibió el aviso de que debía darse un paseo por los boxes, penalizado por situarse mal en la parrilla de salida. También a la zona de los garajes se fue Carlos Checa, aunque éste de una manera poco habitual: sin moto y deslizándose a toda velocidad por el empapado suelo tras caerse en una curva.

Fue perdiendo terreno Gibernau, perjudicado, según él, por unos neumáticos mal elegidos. Y al grupo se unió Olivier Jacque, campeón del mundo que fue de 250cc en el año 2000. Pero decidió el francés entonces ascender de categoría y perdió fuelle. Y tanto fuelle perdió que a mediados de la pasada temporada optó por la retirada para dedicarse a otros menesteres. A correr rallies, concretamente. Y en ello estaba cuando fue llamado por la escudería Kawasaki para sustituir al alemán Alex Hofmann, lesionado. Recién bajado del coche se montó en la moto y la armó en Shanghai, donde terminó segundo.

Sólo él aguantó el empuje de un Rossi que a los ocho minutos ya lideraba la carrera con su habitual autoridad. Arriesgó lo justo el italiano, lo que no evitó que alcanzara la mayor velocidad entre los participantes, 298 km/h en la recta de tribuna, allá donde en los entrenamientos, sin lluvia, se habían alcanzado los 340.

Resuelto el nombre del ganador, el de siempre, y del segundo, quedaba por saber quién ocuparía el tercer cajón del podio. La plaza era, a duras penas, de Gibernau, que en el último momento fue rebasado por el italiano Marco Melandri, compañero suyo de equipo. Finalizada la prueba, el español dejó la moto en un costado del trazado y amagó con golpearla. Rossi, mientras, besaba la suya, agradecido él en su triunfo 70, otro más de un señor, Rossi, siempre Rossi, capaz de ganar como quien oye llover.

Rossi traza una curva en un momento de la carrera.
Rossi traza una curva en un momento de la carrera.REUTERS

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