Brown, al rescate de Blair
El eterno candidato refuerza sus aspiraciones a mudarse al número 10 de Downing Street
Gordon Brown lleva ocho años viviendo en Downing Street, pero en el número equivocado: en el 11, la residencia del canciller de Economía. La campaña electoral le ha convertido en la clave de la presumible victoria laborista en las elecciones del próximo jueves y ha reforzado sus aspiraciones de mudarse más pronto que tarde a la casa de al lado, al número 10 de Downing Street, la residencia del primer ministro. Por muchas razones, Brown ha acudido varias veces al rescate de Tony Blair en las últimas semanas.
Brown ha sido siempre el eterno aspirante. El hombre que tiene "un cerebro como Canadá", pero carece de la intuición política y el carisma personal de Blair. En 1994, al morir de forma repentina el entonces líder del Partido Laborista, John Smith, Brown cedió el paso al que consideraba su inferior intelectual: Blair sería el líder y próximo primer ministro; él sería el responsable de Economía. Al menos podría modelar el Reino Unido a la medida de su visión económica como jefe supremo de esa maquinaria de poder que es el Tesoro de Su Majestad. Aquel acuerdo define bien el carácter de Brown, un político calculador que prefiere quedarse con el segundo puesto antes que arriesgarse a perderlo todo luchando por el primero.
Los dos líderes aparecen a menudo juntos en campaña, pero al inicio se mostraban tensos
Si la ventaja laborista se ve muy recortada, el debate sobre la sucesión puede precipitarse
Desde entonces lleva esperando a que Tony Blair cumpla el pacto de cederle el puesto al frente del país que la leyenda dice que acordaron entonces, una noche de la primavera de 1994 en el restaurante Granita, en Islington, el emergente barrio bohemio en el norte de Londres. Pero la amplitud de las victorias de 1997 y 2001 y el apego que Blair ha cogido a un cargo que ha ejercido como un presidente, si no como un monarca, han ido aplazando el relevo.
Todo parece haber cambiado en estas elecciones. El creciente descrédito acumulado por Blair en la segunda legislatura ha llevado al laborismo a presentarse como un equipo y poner en segundo plano la figura de un primer ministro que se ha dejado el carisma hecho girones en los desiertos de Irak y las aulas universitarias. Aunque sigue siendo el mejor ante una cámara, su sonrisa ya no encandila, su mirada asusta, ya no tiene la persuasión de antaño. Esta vez no ha sido él el elemento central de la campaña, sino los éxitos económicos del laborismo -es decir, los éxitos de Gordon Brown-, neutralizando así el intento de tories y liberales de convertir las elecciones en un referéndum sobre Blair.
Desde que el 5 de abril el primer ministro anunciara la convocatoria de elecciones, Blair y Brown no han dejado de aparecer juntos. Primero tensos, recelosos. El lenguaje corporal denunciaba lo artificioso de sus sonrisas, los cambios de rictus tras los falsos cumplidos, los nada espontáneos gestos de afirmación con la cabeza para mostrar su enfático apoyo a lo que decía el otro.
Pero las cosas han ido cambiando a medida que los laboristas afirmaban su ventaja en las encuestas y Blair tropezaba con el fantasma de Irak. Brown le acompañó varias veces a Birmingham para apagar el fuego de la crisis de Rover. Se esmeró como nunca en la teatral presentación del programa electoral. Y el pasado jueves pareció sincero y con aires de primer ministro cuando salió al paso del acoso mediático a Blair acerca de la legalidad de la guerra: "Ésa era la más difícil decisión que haya de tomar un Gabinete, pero se hizo de forma honesta, con principios y de manera clara, con todas las evidencias delante de nosotros. No sólo confío en Tony Blair, sino que respeto la manera en que hizo las cosas", dijo. Aquél acabó siendo uno de los peores días para Blair, acosado por la prensa de buena mañana y por airados ciudadanos por la noche en un programa de televisión. Uno de los mejores días para Brown.
Incapaz de ocultar sus humores, a Brown se le ve radiante. Quizá porque parece dibujarse en el horizonte un futuro propicio. Los sondeos apuntan a una victoria laborista el jueves. Si es aplastante, nunca puede descartarse que Blair, tantas otras veces resucitado de sus cenizas, vuelva por sus fueros. Pero si la ventaja laborista en los Comunes se ve recortada sensiblemente, y eso parece muy posible, el debate sobre la sucesión puede precipitarse y forzar el relevo en un tiempo relativamente corto.
Hasta ahora, ambos se han necesitado mutuamente. Sólo juntos podían tomar el poder en el Partido Laborista y sólo juntos podían conseguir que el laborismo llegara a Downing Street. Sólo con el apoyo explícito y activo de Brown podía Blair aspirar a introducir al Reino Unido en el euro o ganar el referéndum sobre la Constitución europea. Y sólo ayudando a Blair a ganar las elecciones podía Brown aspirar a sucederle. Pero esa dependencia mutua puede disolverse tras estas elecciones.
Primero, porque Blair ha renunciado de antemano a un cuarto mandato, abriendo la carrera por la sucesión durante la tercera legislatura. Y segundo porque el escenario europeo ha cambiado. El euro ha desaparecido del horizonte y a la Constitución europea le puede ocurrir lo mismo con un no francés. Sin referendos europeos a la vista, todo sería posible. Muchos creen que la consulta en el Reino Unido sobre la Constitución europea, que se espera para el primer semestre de 2006, será la tumba de Blair si lo pierde y su canto del cisne si lo gana. Y el no francés dejaría a Gordon Brown carcomido por la duda de si, por primera vez en más de dos lustros, ha de tomar la iniciativa y forzar la mudanza a la casa de al lado.
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