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Reportaje:REPORTAJE

Media vida entre rejas

Ferran Bono

Antonio Valera estaba alterado. Por una "salida de tono" había golpeado a un "chaval", también preso. De nuevo se encontraba en la celda de aislamiento. No podía dormir. Los nervios le atenazaban. "Le dije a la doctora que me diera algo para poder dormir", recuerda. "Y me contestó que por qué no me dedicaba a escribir para calmarme. Yo ya escribía bastante, cartas y cosas para mí... Pero a los tres días, esta doctora insistió, y me propuso que escribiera sobre mi vida. Me dijo: 'Tienes que escribir. He mirado tu expediente... y tiene cojones: mide metro y pico".

Un metro y pico de robos, atracos, fugas, agresiones, sanciones y un asesinato. En total, 50 condenas. Valera entró con 17 años, en 1983, en la prisión por robar un Seat 124 y no salió en libertad hasta diciembre de 2003. Y casi 12 años en régimen de aislamiento.

Valera era un tipo muy violento. Pronto se convirtió en un 'kíe', término carcelario que él mismo define: "Es el personaje capaz de movilizar un patio"
24 puñaladas recibió en una disputa entre internos. Le salvó la vida un funcionario. "No tenía obligación, pero dijo: 'Montarlo en mi coche y llevarlo al hospital"

Ahora ya no necesita soñar para ver el mar. Murciano, de 40 años, reside en un pequeño pueblo costero de Castellón, con su hijo Vicente, de dos años, y su mujer, Lidón, una reclusa en tercer grado que conoció en la cárcel de Picassent (Valencia). Trabaja en una fábrica, muy cerca de la cafetería donde tiene lugar la conversación a propósito del libro que ha escrito y ha ocupado los últimos tres años de su vida. Su entusiasmo por recuperar el tiempo perdido parece inquebrantable. Volando en la cárcel (editorial Tàndem) se titula el libro, en ocasiones muy duro, a veces poético. Valera asegura que no pretende justificarse. El consejo de aquella doctora, que "jamás" olvidará, se ha traducido en un relato sin concesiones. Ella misma flipó cuando leyó algunos capítulos. Describe lo que vivió entre 1984 y 1986 con un lenguaje que destaca por su realismo, por el dominio de la jerga carcelaria y por el amplio vocabulario adquirido a través de lecturas.

Valera era un tipo muy violento. Saltaba a la mínima ante lo que consideraba injusto. Pronto se convirtió en un kíe, término carcelario que él mismo define: "Es el personaje capaz de movilizar un patio. El rango te lo da la Administración, porque dicho entre los presos es un insulto; es el chulo de patio, que abusa, que se impone por la fuerza. Los compañeros no me lo decían. Es verdad que adquirí muchas tablas allí y sabía cómo dominar y dominarme. El respeto se da allí. Por ejemplo, si las situaciones extremas no te dan miedo".

Fue una etapa muy conflictiva en las prisiones españolas. "Afloró la droga. Cuando yo entré no había tanta. Sólo te fumabas unos porritos, te tomabas unas pastillas... Pero entró la heroína de lleno. Además, se produjo un hacinamiento, un empujón represivo de la Administración, y todo con un peligro añadido: la edad. Nos juntaron a un montón de gente joven, cada uno de una parte de España, todos desarraigados... caldo de cultivo para la violencia. De aquella gente que yo conocí en la cárcel de Teruel, que tenía 16 y 17 años, unos 20 o 30 fuimos a parar al odiado Fichero Interno de Especial Seguimiento (FIES), de los años noventa. Muchos de éstos han muerto o están en la cárcel".

Valera escribe en el libro que los presos se encuentran indefensos ante la Administración y ante sí mismos. Además de criticar la "injusta y contradictoria" política penitenciaria, las "putrefactas" cárceles, las infrahumanas condiciones o a las sagas familiares de funcionarios, que hacían a la sazón del maltrato y la tortura sus herramientas de trabajo, carga las tintas contra sí mismo y contra sus antiguos compañeros. Valera lo explica hoy así: "Allí generamos una subcultura carcelaria que nos hace también muy prisioneros. La violencia y la mentalidad agresiva se entienden muy bien entre los presos. Yo me he visto a mí mismo riéndome de un crimen, de cómo me contaba un compañero la última palabra que dijo otro, de cómo intentó pedir perdón, justo antes de que le matara. Luego lo analizas y piensas: qué barbaridad. Se adquieren valores intolerables, pero al mismo tiempo te permiten sobrevivir. Allí se mitifica la violencia".

Un recuerdo "muy doloroso"

Violencia que Valera ejerció sobre funcionarios y presos y que ejercieron sobre él. A consecuencia de una discusión previa, Valera mató a otro interno, Félix, a cuchilladas. "En tu fuero interno no buscas el crimen, recibes constantes advertencias de que has de ser precavido para no provocar lo irreparable, pero sabes perfectamente cuál será el desenlace y, sin embargo, tratas de ocultarlo (...)", reflexiona el ex presidiario en Volando en la cárcel. Veinte años después, el autor novel tacha de "lamentable" todo el suceso. El recuerdo es "muy doloroso". "Si la familia de este chico llega a leer algo de esto en el libro...", empieza a decir, pensativo. Al instante, afirma: "La verdad es que la responsabilidad última era mía, pero creo también que fue una decisión irreversible: de no haber ido yo a por él, habría ido él a por mí. Si no fuera por aquel ambiente, quizá estaríamos vivos los dos".

Valera recibió 24 puñaladas en otra disputa entre internos. Le salvó la vida un funcionario. "Tengo grabadas sus palabras en la cabeza. No tenía ninguna obligación, pero dijo: 'Montarlo en mi coche y llevarlo al hospital", rememora Valera, poco después de recordar las palizas que le propinaron, "esposado de pies y manos", unos funcionarios. Hoy sostiene que el comportamiento de los funcionarios ha mejorado, al igual que la limpieza y el orden dentro de las prisiones.

Valera aborda además en el libro aspectos como la sexualidad dentro de la cárcel. "La homosexualidad no está mal vista allí. Están mal vistos el abuso y el atropello. Además, no había chicas, y no te dejaban comunicar vis a vis si tienes 16 ó 17 años. Sí que podías estar en prisión, pero hasta los 21 años no podías comunicar íntimamente. Otra contradicción más", apunta.

Responde de palabra a la pregunta de cómo superó toda aquella violencia: "No lo tengo claro. La respuesta es quizá el conocimiento de uno mismo. Se puede sobrevivir si estás convencido de lo que eres. No te has de crear la imagen que hace el sistema. Yo no era la persona que ellos pretendían. He hecho muchas cosas, la mayoría voluntariamente. Unas buenas, otras malas, bastante más malas. Pero yo sabía que era una persona que podía vivir en la calle. Lo que pasa es que siendo muy joven me metí en demasiados problemas, tantos que luego no fui capaz de quitármelos de encima. Cuando tuve fuerzas para dominar esos problemas ya era tarde. Hubo un momento que me di cuenta de que no actuaba bien, que no iba a ningún sitio: aquellas risas por la muerte de otro compañero; aquel chaval que mataron en un motín y no tenía nada que ver. Todo era violencia y parecía de lo más normal. Creo que cambié".

Antonio Valera junto al mar, en Castellón.
Antonio Valera junto al mar, en Castellón.ÁNGEL SÁNCHEZ

La prisión de Picassent en los años noventa

VALERA considera un "momento clave en su vida" el traslado a la prisión de Picassent. Corrían los años noventa y arrancaba otra política penitenciaria. Empieza a estudiar, tiene una biblioteca a su alcance y encuentra un poco de tranquilidad. En 1996 pasa a segundo grado. En el módulo mixto y de estudio obligatorio -"algo revolucionario entonces"- conoce a su mujer. Otras personas le ayudan a que, 20 años después de entrar, alcance la libertad. "Fue un milagro detrás de otro, pero yo di el primer paso con mis ganas de salir", afirma con rotundidad.

Ahora espera contagiar su entusiasmo "por vivir y salir" a sus "amigos que están dentro". Él sigue escribiendo sobre su vida. No disimula la inquietud por las reacciones que pueda suscitar en el pueblo el reconocimiento de su pasado: "Algunos ya lo saben, y, en cualquier caso, uno ha de seguir su camino y se nos ha de aceptar como somos", afirma junto a su mujer. Pero ambos expresan su emoción por la publicación del libro. Algunas copias las hizo llegar a determinados internos, funcionarios, amigos e incluso a un juez. Las reacciones fueron dispares, si bien la mayoría se mostró muy interesada, apunta Valera. "Me quedo con lo que me dijo un funcionario: 'Me guste o no me guste, es cierto lo que cuentas. Ahora mismo te haría un parte, pero es cierto".

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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