_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Lobby' en Auschwitz

La aprobación en el Congreso de la reforma del Código Civil, que permitirá el matrimonio entre personas del mismo sexo, no sólo es motivo de enorme alegría y profundo alivio porque supone la consecución de un derecho y el principio del fin de una discriminación injusta, sino porque supone una auténtica revolución social de positivas consecuencias históricas. Al margen de que, en un cierto sentido, la reforma hará felices a muchas más personas de las que hasta ahora ha permitido la ley, las consecuencias que acarrea son muy estimulantes desde el punto de vista antropológico. Pues es cierto que estamos asistiendo a un cambio sin precedentes en el orden social. Un cambio imprescindible que ha puesto de los nervios a quienes ven en él un ataque a su statu quo. Se equivocan, porque el statu quo que va a cambiar no es el de quienes ya estaban dentro de la ley, sino el de los que la ley marginaba.

Sin embargo, no se equivocan del todo, pues, con el tiempo, el cambio habrá impregnado las estructuras profundas de la sociedad, que eso es lo estimulante, y podrá ser, por ejemplo, que un nieto de Ana Botella, Dios no lo quiera, cumpla con su romántico sueño de casarse con su novio de toda la vida (que, para entonces, será de toda la vida porque no habrá tenido que esconderse en ningún armario). Pero, de paso, también como toda la vida, el patrimonio de la familia podrá quedar asegurado por obra y gracia del civil espíritu del matrimonio (imaginemos que el novio del nieto sea funcionario del Estado, y de nivel alto, si quieren: en caso de viudedad, Dios no lo quiera tampoco pero así se las gasta el Todopoderoso, el nieto de la concejal recibiría la pensión correspondiente). Y la herencia del bisnieto adoptivo también quedaría garantizada. Todo esto es un suponer: pueden ser el nieto y el bisnieto de Ana Botella o los de otra. Quiero decir que el statu quo cambia pero no tanto, porque se queda en casa.

O sea, que no entiendo bien lo del poderoso lobby gay que tanto preocupa a esa hipotética abuela que es nuestra concejal Botella y que, en caso de existir, defendería los presuntos derechos de su hipotético nieto. De hecho (como las parejas), me encantaría saber en qué consiste ese lobby. Mira que si yo misma pertenezco a una cosa tan poderosa y ni me he enterado. Es que las personas que conozco susceptibles de formar parte de ese lobby, es decir, los militantes que han luchado por la igualdad, los activistas anónimos, incluso, si me apuran, los cabecillas, no tienen, la verdad, ninguna pinta de pertenecer a un lobby. Si me dicen a un colectivo, a una organización, a un movimiento de liberación, vale; pero a un lobby, lo que se dice a un lobby. Aunque a lo mejor también tiene razón en esto la concejal, porque ella de lobbies poderosos sabe, seguro, mucho más que yo: como grupos de presión, hay que reconocer que el lobby heterosexual, que Ana Botella defiende a capa y espada torera, lleva siglos siendo superpoderoso, y el lobby ultravaticano ni te cuento.

Sí, de lobbies poderosos sabe Botella. Pero ella y los suyos se están liando. Resulta que algunos llaman a la "desobediencia civil" de los alcaldes y concejales para que no casen a homosexuales, cuando la desobediencia civil siempre ha sido una cosa, según ellos, de agitadores e izquierdistas. Yo lo que me pregunto es si los contrayentes también pueden desobedecer civilmente. Porque Botella afirma que ella "sinceramente, no casaría a una pareja homosexual", y a mí, sinceramente, me produce un gran alivio, pues si yo me casara, ya fuera con un hombre o con una mujer, me daría tremendo yuyu que me hiciera Ana la ceremonia y, me conozco, querría desobedecer por lo civil. Así que, por ese lado, me quedo tranquila, sinceramente. También les ha dado por la "objeción de conciencia", que siempre ha sido, según ellos, cosa de díscolos e irresponsables. Suerte que han llegado a la conciencia cuando la objeción ya no les lleva a la cárcel, como a aquéllos. Me pregunto si tendrán que hacer trabajo sustitutorio.

Y en cuanto a Auschwitz, que era adonde quería llegar desde el lobby, se acabó la guasa: en sus hornos fueron asesinados, por el hecho de serlo, muchos homosexuales y transexuales. Que cada uno juzgue por sí mismo si la alusión del arzobispo Ricard Maria Carles no es un pecado de palabra de los que no tienen perdón de Dios.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_