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Columna
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De la chapuza al derribo

Miquel Alberola

Casi tres siglos después de que D'Asfeld sirviera a Felipe D'Anjou la carne trinchada y asada de las tropas del archiduque Carlos de Austria en otro lugar de la Mancha

el catering contratado por las Cortes Valencianas servía albóndigas de queso con almendras y tomatitos cherry ensartados sobre los escombros de la reforma del Estatut, como si se cerrase un círculo. Ayer, la pasta solar proyectada sobre la encrucijada de los palacios de los Borja y los Trénor afloraba, con espontaneidad, ese mordisco ácido que destilaba otra guerra de sucesión mal cerrada -la de Eduardo Zaplana y Francisco Camps- y cruzada de bandejas de aperitivos sobre otro fracaso foral. No era el único paralelismo ni impropiedad que se establecía en la recepción celebrada en el jardín de las Cortes Valencianas con motivo del 25 d'abril, después de que Julio de España hubiese proclamado, a medio camino entre Ionesco y Groucho, que "se levanta el acto". Y en ese tono estuvo allí Francisco Camps, como una exhalación irritada del general Basset, llevándose el gato al agua para variar, forzando la casualidad de que el mismo día en que los valencianos conmemoraban la pérdida de los fueros, el PSOE hacía lo propio que Felipe V con "el fuero del siglo XXI", gótica metáfora del trasvase del Ebro. El presidente desapareció antes que el eco de su homilía, sin dejar siquiera a su conseller camarlengo, Juan Cotino, para facilitar la hermenéutica al vulgo. Incluso el volteriano Esteban González Pons salió de estampida tras unas escuchitas muy orgánicas con Rita Barberá. Los de Camps devolvían así a los de Zaplana la moneda con la que éstos les pagaron el 9 d'octubre, haciendo el vacío a la recepción oficial. Bajo el ficus con las hojas de magnolia muy cubiertas de excremento de pájaro palpitaba la furia maquillada de esa guerra abierta y salteada con mejillones rebozados, mientras algunos rostros barridos por la transición subrayaban que el tiempo no había pasado gratis. La mayoría absoluta, el calendario y los ajustes finos habían convertido en chatarra política a muchos de los asistentes al besamanos, entre los que destacaban Vicent Garcés, Fermín Artagoitia o Héctor Villalba. Incluso el nacionalista Enric Morera, marcado con el rumbo de la obsolescencia previa al estreno, tuvo que anticipar el pacto Bloc-EU y esconderse detrás de Glòria Marcos para colarse en una fiesta a la que no había sido invitado, describiendo una coreografía muy fiel a la trayectoria electoral del nacionalismo valenciano. En poco tiempo se había pasado de la reforma del Estatut al derribo, aunque también muchos políticos habían pasado de hacer país a hacer PAI's y no por ello se habían caído las estrellas del universo. Aunque contra el pesimismo generalizado, ahí estaba el hielo picado rojo de la barra enfriando las botellas de cava, la chaqueta de napa turquesa de Gema Amor o los socialistas frotándose las manos.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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