El amigo de Aznar
El amigo de Aznar no es uno, sino muchos: una gavilla de grandes y de autoridades del mundo que han hecho historia en nuestros días y con los que se enorgullece de tener relaciones, si hemos de creer lo que nos revela en su último libro. ¿Revela? En realidad, los retratos y perfiles que traza en dicho volumen no descubren gran cosa que no supiéramos de antemano y, justamente, sus páginas sirven para comprobar que tampoco en Aznar hay una esfinge con secretos. O si los tiene y no los puede confesar, si está obligado a guardar reserva, entonces la obra que ahora nos libra sería meramente alimenticia. ¿Es así?
¿Nos enseña algo Retratos y perfiles? Por supuesto. Aprovechemos las festividades del libro y leámoslo. Es un texto valiosísimo para averiguar cosas acerca de Aznar, pues, como adelantó Martín Prieto, es sobre todo una semblanza vicaria de sí mismo. Podríamos decirlo de otro modo. Si las palabras de Aznar hubieran sido pronunciadas ante un psicoanalista, entonces ese discurso sería semejante al largo parlamento que propicia la asociación libre descrita por Freud: hablas para evacuarte y con ello pones en relación cosas, personajes, circunstancias que fuera de ti carecen de vínculos. Esas palabras te retratan porque no son simples enunciados descriptivos del mundo externo, sino aseveraciones valorativas, vocablos investidos de sentido que expresan tus daños, tus heridas, tus malestares, las fuentes de tu ansiedad. No hay un encaje perfecto, neutro, de lo que dices con el objeto mencionado: hay un enjuiciamiento con el que te destapas y muestras y revelas. Si esto es así, si esto se da en el libro de Aznar, entonces, la imprenta no es ese invento abominable del que Borges hablara maliciosamente, sino una bendición que nos permite conocer mejor, mucho mejor al personaje y sus rasgos constitutivos, su estructura de la personalidad.
Pues bien, entre los numerosos vestigios psicológicos que se dejan caer aquí y allá a lo largo del volumen y que merecerían una interpretación más detallada, está el de la amistad, el concepto de la amistad que hay en Aznar. Ese concepto rige en buena medida su idea del mundo, lo que del entorno puede esperar, las decepciones que sus próximos le hayan podido ocasionar o las alegrías que los amigos le hayan podido procurar. Llama la atención la larga nómina de amigos importantes que el ex presidente tiene a pesar de la "fama de hombre hermético y desconfiado" que padece y que él no rechaza rotundamente. Y llama la atención porque, según es sabido, en política no se suelen tener amigos, sino aliados o socios o adeptos. ¿No era Churchill, tan admirado con razón por Aznar, quien decía que en política no hay amigos absolutos ni enemigos absolutos, sino sólo intereses? Pues bien, no es el caso del ex presidente, que habla de algunos líderes como si fueran íntimos y duraderos. De todos los casos, y por la actualidad de los últimos días, quizá la semblanza más representativa sea la que Aznar dedica a Silvio Berlusconi.
De él habla con admiración, con la admiración de quien reconoce en el italiano a un hombre original, quizá demasiado original, cosa que no se acepta bien por tanto envidioso. Berlusconi es un hombre, insiste Aznar, "hecho a sí mismo, que debe su éxito únicamente a su talento y a su esfuerzo". Tal vez resulte algo ambicioso, un empresario que persigue el propio interés, pero, eso sí, es leal y amigo de sus amigos y, además, ha estructurado el centro-derecha italiano. Si lo pensamos bien, este esbozo es, en los términos más elogiosos que lo retratan, una semblanza de lo que el propio Aznar parece creer de sí mismo. También el ex presidente español es original, puesto se habría levantado contra las ideas recibidas que satanizan a la derecha de nuestro país, cosa por lo que se le tendría envidia e incluso rencor. También Aznar es un hombre hecho a sí mismo, según él confiesa aquí y allá, puesto que valora como los máximos galardones la abnegación y la responsabilidad individuales o, en otros términos, el talento y el esfuerzo. También el ex presidente es ambicioso, puesto que es su porfía personal lo que le habría permitido erigir una empresa que parecía condenada al fracaso: llevar a la derecha al poder. También Aznar, en fin, dice ser leal y amigo de sus amigos y, justamente por eso, recuerda siempre los favores y no olvida los ultrajes o lo que él juzga afrentas.
Por eso se entenderá que diga de Berlusconi que "tiene un alto sentido de la amistad y de la lealtad debida a los amigos". Por eso se entenderá por qué dice del político italiano que "no olvida nunca a quien alguna vez le ayudó y siempre está dispuesto a devolver un favor cuando está en condiciones de hacerlo". Etcétera.
Resulta desolador que esto sea lo que Aznar destaca de Berlusconi y que calle ante los escándalos que se le amontonan en Italia. La idea del favor, tan apreciada por el ex presidente, en política es un arma de doble filo y puede dar lugar a una quiebra de la confianza institucional pues implica con frecuencia el sacrificio de las decisiones a las amistades instrumentales. No digo que ese sea el ejemplo de Aznar, pero, si hemos de creer a sus críticos, ése sería el caso de Berlusconi. No menos triste es el silencio de Retratos y perfiles ante la voracidad empresarial del colega italiano, esa colusión entre macropolítica y gran negocio, esa confusión de medios públicos y privados que puso en pie a intelectuales de prestigio, entre ellos Umberto Eco. ¿Gente de izquierda? Gente de izquierda, por supuesto, pero también a Giovanni Sartori, un sociólogo liberal, invitado por la Fundación que preside Aznar (FAES). Debería pedirle a Sartori que le hiciera saber cómo se conduce su colega italiano.
"A veces me ha dicho, con tono risueño, que yo he sido su maestro en la vida política, e incluso me llama su profesor, un profesor cuyas instrucciones, afirma, 'sigo puntualmente". No, no puede ser: me niego a creer que las trapacerías que a Berlusconi le atribuyen, que esa doblez que le atribuyen, que ese desenfreno institucional que le habría servido para medrar y para confirmar cuotas de poder y que tantos le atribuyen, insisto, sean obra de Aznar. El ex presidente del Gobierno español es "profesor", como dice su colega italiano, pero lo es en Estados Unidos. Me niego a creer que haya sido el preceptor de quien se considera su pupilo transalpino. Como Berlusconi ya tenía la cartilla bien aprendida y como, además, es un tipo avispado, cosa que no se le puede negar, entonces hemos de suponer que la adoración con que Aznar lo retrata, esa campechanía con que lo describe, sólo se debe a la vanagloria de sentirse querido por un personaje tan principal.
Justo Serna es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia.
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